Donde tendría que pasar algo y casi no pasa nada
a progresiva sudamericanización taurina que ha experimentado México gracias a las políticas neoliberales y globalizonzas –importar lo que sea y al precio que sea, en vez de producir más, con calidad de exportación– adoptadas por gobiernos y propietarios del país, ha traído dos consecuencias fundamentales: aumentar drásticamente la dependencia de figuras importadas –varias de España y una de Francia– y disminuir peligrosamente la producción, estímulo y comercialización de nuevos nombres mexicanos con capacidad de convocatoria y de competencia.
Estas consecuencias se agravan al aplicar criterios empresariales, no por absurdos menos arraigados: ganado chico y por lo general manso a los toreros de importación, quienes vienen de torear 70 corridas o más en la temporada española y francesa, por lo que aquí nunca los conocemos en su justa dimensión tauromáquica, y sumas de dinero en proporción al interés que supuestamente provocan en el público, luego de muchos años de repetir el mismo chou predecible con ganado disminuido.
Además, son atendidos y premiados por empresas, ganaderos, peñas taurinas y crítica especializada con un esmero que no conocen los jóvenes de acá, extranjeros en su propia tierra no por destino, sino por los complejos de clase y de raza de la oligarquía –Lumbrera chico dixit– que se adueñó del manipulado país, en otro tiempo potencia taurina con capacidad de exportación de toreros y de toros.
Desde luego, nuestros inefables taurinos y los comprometidos con éstos se hacen lenguas explicando y justificando tan lamentable situación de retroceso, desquiciamiento y dependencia, no sólo de los toros sino de la sociedad mexicana en general.
Ahora, el taurino es un negocio en el que tiene que pasar algo si de verdad se quiere que funcione como tal. Si son motivos extrataurinos los que lo mueven, entonces no tiene que pasar absolutamente nada; el público busca otros espectáculos en proporción a lo que paga, los empresarios que dicen arriesgar su dinero obtienen utilidades o beneficios inconfesables, la bravura brilla por su ausencia y esta tauromaquia chafa pueden censurarla diputados alelados e incluso ser prohibida.
La dignidad animal del toro y la del individuo consciente y responsable son otra cosa muy diferente.
Que pase algo significa que, a partir de la bravura y de la valentía, no de la docilidad y las poses, el grueso del público no se divierta sino que se emocione, vibre ante el peligro que se siente sin necesidad de saber cuestiones técnicas, se conmueva ante el riesgo real que asume y resuelve el torero y, consecuencia de lo anterior, desee regresar a la plaza. Lo demás es remedo, aproximación, cuento, fraude. De ahí que la gente ya casi no vaya a los toros y muy eventualmente a ver apellidos que figuran.
Por ello la proliferación de toreros tres emes –muleteros, monótonos, modernos–, que ante la escasa bravura de las reses hacen derroche de ineptitudes que ocasionalmente tienen consecuencias físicas y que, en el colmo de la tergiversación de la técnica y la ética toreras, son premiadas por jueces sin respaldo del gobierno pero advertidos por empresarios intocables.
El dinero desplazó a la ley, y la sociedad, no sólo a los toros, quedó a merced del atropello y el voluntarismo de los poderosos sin talento. El juego imaginativo ante el peligro se desplazó de los ruedos a la guerra, ficticia o inepta también, contra la delincuencia organizada.
Para muestra, tres botones de dependencia: según la prensa especializada, no los fundamentalistas del toreo, ya no regresará esta temporada grande
–de 10 corridas, 7 mansas y sólo cuatro bien presentadas, más novillones de regalo– el consentido valenciano Enrique Ponce. Por su parte, el francés Sebastián Castella también ha decidido cancelar las próximas fechas apalabradas con la empresa de la México. ¿La causa? Ambas figuras se disputan la gloriosa fecha del 5 de febrero y los toritos de Teófilo Gómez –chicos pero dóciles–. Por último, el tiovivo Pablo Hermoso de Mendoza ya empezó a boicotear a las empresas que contraten al luso-andaluz Diego Ventura. Formalidad taurina, pues.