n la segunda carta de San Pablo a los tesalonicenses aquel anuncia que antes de la segunda venida de Cristo tiene que mostrarse un ser execrable, definido como el “hijo de la perdición” o “el hombre de pecado”; un ser que se alza con soberbia contra todo lo que lleva el nombre de Dios, hasta llegar a instalarse en el Templo de Dios
. ¿Es éste el hombre que revela Carmen Aristegui en su libro Marcial Maciel, historia de un criminal? Una obra que se lee como novela de terror, armada con testimonios de Legionarios de Cristo, ex legionarios e hijos de Maciel, fundador de la Legión de Cristo y del movimiento apostólico Regnum Christi.
Costaría trabajo creer tanta maldad, si no fuese porque las víctimas y testigos de este monstruo apocalíptico comparecieron frente a Aristegui a contestar preguntas incisivas, rendir testimonio y exponer desgarradores casos particulares. Nadie en su sano juicio se expone al escarnio para decir mentiras.
Nuestro Padre
, como Maciel se hacía llamar de bienhechores y correligionarios (insinuando una condición beatífica más allá del bien y del mal), se creía predestinado a la santidad. Creó un culto a su personalidad que hubiese envidiado Adolfo Hitler (otro Anticristo histórico) y formó, con una educación primaria y estudios del seminario, pero con lucidez diabólica e inagotables donativos, un imperio de 15 universidades, 177 colegios y 150 mil alumnos en más de 10 países. Sus activos están calculados en 35 mil millones de euros. Con ese imperio compró lealtades, sobornó cardenales, engañó a un Pontífice y se construyó una aureola de santidad. Sus activos obligaron a Benedicto XVI a moverse con pies de plomo. Ante la defenestración y muerte de Maciel, y las declaraciones del Vaticano, que lo señalaron culpable de conductas criminales indignas del sacerdocio, el Vaticano necesitaba comprar tiempo para ubicar bienes diseminados en todo el mundo.
Una supuesta amistad íntima entre Maciel y Juan Pablo II (exagerada por aquél) se ha convertido hoy, como lo explicó el ex nuncio Justo Mullor a Valentina Alazraki, en una mancha artificial
en el pontificado de Juan Pablo II, ensombreciendo de alguna manera la beatificación del Pontífice más popular del último siglo; aquél cuyos fieles clamaban en sus funerales en la Plaza de San Pedro: “Santo subito”, ¡Santo ya!
Hoy muchos sospechan que el hombre que tapizó los centros de la Legión y del Regnum Christi con fotos donde aparece abrazado por Juan Pablo II era un protegido del Pontífice.
En el libro de Aristegui, Maciel aparece como hábil y corrupto manipulador que instauró en el Vaticano la institución de la mordida. Regalaba automóviles y distribuía sobres con miles de dólares a los prelados que invitaba a participar en actos de la Legión. Se fotografiaba con el Pontífice, y se convirtió en un hábil político eclesiástico que compró lealtades, privilegios e impunidad con dinero.
Los testimonios de Aristegui muestran a este depredador recorriendo los estados cristeros
de la república mexicana llevándose niños de nueve y diez años (siempre guapos y de buenas familias) para infundirles en el seminario vocación sacerdotal
, y después abusar de ellos impunemente por años. Un ex legionario entrevistado por la periodista está convencido de que Maciel no creía en Dios. No se explica cómo pudo haber sido creyente un hombre que violaba menores, a quienes después impartía la absolución sacerdotal; hacía vida marital con dos mujeres a la vez, y procreaba hijos de quienes también abusaba sexualmente; un drogadicto empedernido que se inyectaba cada vez más dolantina, hasta quedar hecho una piltrafa.
Abogados de víctimas, periodistas, hijos de padres a quienes Maciel arruinó, y ex legionarios abusados y arrojados como indigentes a la orilla del camino comparecen frente a Aristegui a rendir testimonios conmovedores e inverosímiles. A pesar de que la esperada condena del Vaticano estaba destinada a disipar las graves consecuencias de la hipocresía y la esclavitud sexual impuestas por Maciel, graves acciones legales amenazan aún el pontificado de Benedicto XVI, la existencia de la Legión y la credibilidad de la Iglesia.
Monseñor Mullor, amigo y representante de Karol Wojtyla en México durante el apogeo de Maciel, mostró hace poco la calidad moral del ex legionario: monseñor Mullor (quien salió de México por intrigas de Maciel en la curia) en entrevista con Alazraki para su libro sobre Juan Pablo II rompió el silencio y reveló que en una última entrevista Maciel intentó explicarle que a su juicio existía una doble moral: una para el pueblo y otra para los representantes de la alta política
. El nuncio le contestó con dureza: los 10 mandamientos son válidos para todos: para el pueblo y para quienes usted considera de la alta política
.
En su entrevista con Alazraki monseñor Mullor aseguró que todos llevamos dentro un arcángel que nos hace volar hacia Dios y una serpiente que a veces nos arrastra por impensados lodazales. Resulta obvio cuál de las dos fuerzas controlaba a Maciel, el hombre que pudo haber derribado las paredes del Templo.
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