l pavo y la pava se enamoraron en el verano, como suele suceder. El pavo ternura certificada hervía de pasión y la pava coqueta, si las hay, lo enloquecía. El pavo ya sabía en última instancia que no hay tirano mayor que la mujer amada. Un buen día, a la luz del Sol, con voz suave, la pava le dijo: ¡Ya llégale!
Los meses pasaron, amándose muy a gustito, hasta que pasado el otoño se empezó a hablar de la noche buena y la noche vieja, que a todo pavo condena a la pena capital, en medio de atroces crueldades. La vida y muerte: dos caras de la misma moneda.
Los pavos, entregados a sus amores, orgasmeaban, cuando llegó un infausto día en que un pavero compró al pavo y éste fue conducido a la plaza, a la pública exhibición. Y es que en esto de pavos y pavas, toros y toreros y crimen organizado y Estado hay semejanzas maravillosas. El pavo fue comprado por una señora entrada en años que después de un rato de palparlo, lo acariciaba y cachondeaba desde el pico hasta la molleja, al tiempo que exclamaba: ¡Qué rico va a estar con su relleno! ¿O estará mejor en mole, o en pepitoria?
Al pobre pavo, cual toro de lidia, le llegó un momento en que los comensales le hincaron el diente
. El pavo fue cruelmente navajeado por el ama de casa para sus cenas de fin de año, y decapitado, como se acostumbra en la guerra que el Estado sostiene contra el crimen organizado. El afilado cuchillo con que fue degollado parecía brillar en la misma forma que los espadazos y descabellos parecen brillar en el intento de muerte de los toros lidiados en el coso de Insurgentes por matadores de toros que son aficionados.
No fue la corrida del domingo pasado la excepción, con toritos de Carranco, débiles, mansos, descastados, rodando por el suelo. Unos más mensos y otros defendiéndose. Total: en vez de seis pavorosos pavos anunciados para ser lidiados a muerte aparecieron seis pollitos rostizados.
¿Quien será el que se lance sobre la carne del pavo, mientras la pava llora y llora y el amor de su pavo invoca, ya que no era moco de pavo
su galán? Sobra decir que a los toreros –el español Francisco Marco, Omar Villaseñor y Pepe López– se les resbalaban por grasosos los pollos. Con más oficio, el torero español ejecutó un volapié que emocionó a los cabales y, más teatral, Villaseñor, pero sin una personalidad definida. En cambio, Pepe López puede caminar en este difícil oficio si es bien administrado. O sea que del pavo y la pava, lo que queda es un porvenir pavo… roso.