ace poco escribí en este periódico un artículo titulado Di no al gobierno, y di sí, con atenuantes, a las drogas
. Amante de los cambios, busqué otro encabezado para reflexionar una vez más sobre las drogas. El motivo del artículo no es el rechazo de la población californiana a la llamada Propuesta 19, la cual, como se sabe, pretendía legalizar el uso de la mariguana para uso personal no médico en el estado de California, Estados Unidos. La razón de estas líneas es la sinrazón de los gobiernos que siguen las ordenanzas de tantos y tantos políticos mediocres, en nuestro caso, Felipe Calderón, quien, a pesar de la interminable lista de muertos por el narco intenta inventar un nuevo término que supla y explique mejor su contumacia. ¿Hay algo más allá de la contumacia? Si: Felipe Calderón y sus asesores.
Leer la prensa internacional, en este nuevo noviembre, duele. Muchos, demasiados, periódicos del mundo hablan de México y de la imagen que deviene nuestra nación. El denominador común enfatiza el desasosiego, la miseria y la crueldad que asfixia a nuestro país como consecuencia del narcotráfico; asimismo, generaliza la idea de muchos acerca de México como ejemplo de Estado fallido. Diez mil y más muertos mexicanos en 10 meses como consecuencia de la guerra del gobierno
contra el narcotráfico, de la guerra entre los narcotraficantes o de las guerras por el poder que representa la venta de drogas entre gobiernos, usuarios y políticos carece de nombre. No hay palabras adecuadas para nombrar las muertes, sobre todo las de quienes fenecieron por el infortunio de vivir en las tierras del narcotráfico.
Esas muertes no son sólo responsabilidad del narcotráfico; son responsabilidad de nuestros gobiernos, cuya suma y pésimo ejercicio es la razón por la cual nuestra nación es considerada Estado fallido o casi fallido
. Asumir la realidad de los 10 mil y más muertos, confrontar y explicar a los familiares la crueldad de los desaparecidos, o caminar a través del larguísimo narcotúnel fronterizo de 600 metros entre Tijuana y San Diego acondicionado con ventilación, alumbrado y rieles para el transporte de mariguana y otras drogas es el reflejo de la política actual y de los gobiernos previos. ¿Cuánto valdrá cada metro del narcotúnel?: seguramente mucho más que un metro en el Paseo de la Reforma del Distrito Federal o en la Quinta Avenida de Nueva York.
Mariguana sí, desgobierno no. Los expertos aseguran que cada año el narcotráfico genera 320 mil millones de dólares. Ignoro con cuánto se quedan los políticos de los estados fallidos y de los estados no fallidos. Es lo suficiente para no finiquitar el negocio del narcotráfico. Debe ser una cantidad impronunciable, cuya cuantía impida confrontar por medio de la legalización la trampa de la droga
. Ese monto alimenta violencia, nutre al crimen y desestabiliza. México, Colombia y Afganistán sufren las consecuencias de ese dinero mal habido, amén de ser algunas de las naciones enlistadas en el agujero negro de Estados fallidos o cuasifallidos.
Si a Felipe Calderón u otros miembros de su gabinete les molesta ese término los conmino a mudarse a Ciudad Juárez, a caminar por la costera sin turistas de Acapulco, a velar los cadáveres de todos los jóvenes asesinados o a seguir la ruta de la muerte
de los indocumentados latinoamericanos que dejan su vida en México en busca de los dólares indispensables para mantener a sus familias. Desgobierno no, mariguana sí.
Quienes se oponen a la legalización de las drogas aseguran que los efectos perversos para la salud de los consumidores no disminuirán en caso de que su consumo se apruebe. Tienen razón. También la tienen cuando sugieren que la permisividad de la mariguana podría ser trampolín para el uso de drogas más dañinas, como la cocaína o la heroína. Sin embargo, esos argumentos no tienen a bien considerar los estudios recientemente publicados (noviembre 2010) por David Nutt y su grupo en la muy prestigiosa revista británica The Lancet, donde asegura que el alcohol causa más estragos en la sociedad cuando se compara con las drogas consideradas ilegales. Esas mismas personas olvidan tres hechos más: 1) en las comunidades donde se apruebe el consumo de estupefacientes los usuarios que lo deseen podrían solicitar apoyo médico para tratar su adicción; 2) la legalización atenuaría el poder de las mafias (y de los políticos) al disminuir sus ganancias; 3) la legalización podría ser fuente de ganancia para los gobiernos; el dinero podría destinarse a educar a los jóvenes acerca de los peligros de las drogas, y, otra vez, contribuiría a los usuarios.
El eslogan utilizado por nuestros vecinos de California transformó el Yes we can, de Barack Obama cuando era candidato por, Yes, we Can… nabis. A mí me hubiese gustado que triunfase la verdad. La verdad es el Cannabis indica. Es igual de fácil adquirir mariguana en ambos lados de la frontera que un mal taco en California o una buena Coca Cola en México. Di no al desgobierno y al narcotráfico y di sí a la mariguana
podría ser el lema de alguno de nuestros próximos candidatos.