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Sus señas particulares fueron motivo de burlas y peleas callejeras

De niño raro, Canelo Álvarez se convirtió en la sensación del boxeo

Es un joven de 20 años que se saltó la infancia para dedicarse a una disciplina y responsabilidades del profesionalismo

Llegará el momento de que enfrente a los grandes, confía su mánager

Foto
Su apacible semblante cambia en el cuadrilátero Foto Juan Manuel Vázquez
 
Periódico La Jornada
Sábado 23 de octubre de 2010, p. a13

Saúl Álvarez golpeó el rostro de Abraham González y lo noqueó en el cuarto round. El vencedor, pelirrojo y pecoso, tenía entonces 15 años. Esa noche de octubre de 2005 debutaba como profesional y las señas particulares, motivo de burlas y peleas callejeras, ahora le daban nombre de guerra: Canelo.

Un chico fuerte y salvaje que había saltado sin escalas de la infancia a la disciplina y la responsabilidad del profesionalismo. Pasó de niño a peleador a sueldo, sin tiempo para dedicarse a los desvaríos de la adolescencia.

Una etapa que se le fue quién sabe a dónde, porque su carrera tuvo que acelerarse ante la escasez de rivales amateurs: no abundaban contrincantes con valor para calzarse guantes contra el muchacho color zanahoria y brazos musculosos.

El pelirrojo sabía meter las manos desde pequeño. Lo aprendió en las calles de su pueblo, donde los niños solían molestarlo por su aspecto. ¡Pecoso!, le gritaban de vez en cuando en un país en el que las cabelleras rojas son una excentricidad.

Mala decisión. Saúl, además de la pigmentación cobriza, tenía un cuerpo recio y muy mal carácter. Aquel que lo insultó una vez, no se atrevió una segunda. En algunas partes el respeto es un trofeo que se gana con los puños.

En un pueblo como Juanacatlán, con menos de 12 mil habitantes, el Canelo era tan extraño como un día soleado en Escocia, el borrascoso país que concentra la mayor cantidad de personas con cabello rojizo.

“En la escuela me expulsaban y tenía que ir mi mamá. Todo porque me decían cosas, porque me hacían burla. Fui el típico niño más fuerte que los demás y que defendía a sus amigos.

Peleonero. Siempre fui así: fuerte y enojón. No era tan bien portado. Aclara que nunca fue agresivo, pero tampoco se dejaba humillar.

En la vida del Canelo la fisonomía fue primero estigma y después cualidad. Raro y fuerte. Esas características que fueron objeto de burlas y miedo lo convirtieron en uno de los fenómenos más espectaculares del boxeo nacional actual.

Sencillo y carismático

No sabe explicarlo, pero agradece a Dios haberle dado esas virtudes. De lo que está seguro es de que eso no basta en esta profesión, porque además hay que saber pelear para tener éxito en el pugilismo, piensa.

Tengo el don de atraer a la gente, además del buen boxeo que he desarrollado poco a poco. Eso me ha hecho crecer muy rápido.

Además de la sencillez, agrega: Está mal que yo lo diga, pero la gente que me rodea lo puede confirmar. Y sí, eso dicen, que el Canelo no ha dejado de ser un muchacho sencillo.

–¿Pero cómo hace un joven, ahora con 20 años, para conservar la modestia cuando lo único que recibe son halagos?

–La gente tiene que ser como siempre se ha portado; para eso, hay que voltear atrás, ver de dónde viene uno.

Y atrás está el pueblo de Jalisco donde creció el menor de una familia con ocho hijos. Siete varones y una mujer. No padeció miseria, pero tenían apenas lo suficiente. Humildes, pero sin pasar hambre, aclara.

El padre de Saúl era dueño de un par de paleterías en el pueblo. Con eso sostuvo a la familia.

Mi papá nos mantenía a todos, ¡y éramos muchos! Hay que estar agradecidos por todo lo que nos dio y no pedir nada más. No cuando no se puede.

En ese entonces soñaba con una casota y un coche. Esas cosas para el joven peleador se volvieron metas y con el tiempo obsesiones por las que luchó hasta alcanzarlas.

Con la casota en mente, Saúl trabajaba en el negocio familiar. Aprendió el oficio, hacía paletas, aguas de sabor y nieves. Trabajaba todas las tardes después del colegio, y sólo por las noches se escapaba a la plaza del pueblo con sus amigos.

Hace un par de años compró su primer auto. Un Jetta 97 al que el pelirrojo dice que ya le traía ganas y, por supuesto, después compró una casa. Y un par de caballos: Dandy y Bombón, porque además de boxear, al Canelo le gusta la equitación.

Hay quien dice que en el pugilismo el principal estímulo es el hambre, pero lo de Saúl es distinto. Empezó por puro placer. El gusto por los golpes dice que ya lo traía: El boxeo me gusta porque me nace, tengo ya ese instinto para pelear.

Fuera de los cuadrílateros y del gimnasio, el Canelo parece tímido y demasiado tranquilo, casi dulce. Cuesta trabajo imaginarlo como un depredador que no dudaría en destrozar a su oponente.

Cuando subo a pelear me transformo. Libero mi instinto. Si veo herido a mi rival me le voy encima; veo sangre y quiero más. Mucha gente no entiende cómo abajo del cuadrilátero soy todo serio, pero arriba soy otro. Me desconocen. Ahí se libera ese instinto, la garra, el coraje, dice con una sonrisa.

Su llegada a Las Vegas

La presentación del mexicano en Las Vegas llegó tras firmar con Golden Boy Promotions, una de las empresas más importantes del boxeo mundial, propiedad del ex campeón Óscar de la Hoya.

El rival en turno fue el puertorriqueño José Miguel Cotto, un peleador veterano, pero aún fuerte. Demasiado.

Minutos después del primer asalto le asestó un salvaje derechazo en la mandíbula. Saúl se fue de espaldas contra las cuerdas, tambaleante, y Cotto comenzó a lanzar una combinación de golpes demoledores.

Se encendió la alarma en la esquina del tapatío. Por primera vez en su carrera el Canelo se sintió en verdadero peligro. En esos segundos que se tornaron eternos sólo pensó en no caer mientras resistía los impactos.

Dice que no le dolieron. Después sólo expresó: ¡ay, cabrón! Al Canelo lo salvó la campana.

Su mánager, José Chepo Reynoso estaba preocupado. Nunca nadie le había exigido tanto a su pupilo. Tras el descanso, el pelirrojo empezó a recuperar el control. El pleito se extendió hasta el noveno asalto.

Entonces arrinconó a Cotto, quien ya apenas se defendía, y le conectó varios ganchos que le sacudieron la cabeza. El réferi detuvo la pelea. Álvarez ganó por nocaut técnico.

Luego de esa victoria llovieron las críticas especializadas. Cada vez con mayor saña. Llegaron a su punto más alto cuando en Los Ángeles enfrentó, el pasado 18 de septiembre, al argentino Carlos Baldomir, un ex campeón mundial de 39 años, casi el doble de los que tiene el tapatío. Saúl lo noqueó estrepitosamente y lo dejó tendido en el sexto episodio.

Premio y penitencia de la fama

Sesenta y tres millones de personas vieron por televisión la pelea contra Cotto. A partir de ese momento los elogios aumentaron. Si la simpatía fuera un título, el Canelo sería el monarca absoluto.

Sin embargo, la popularidad también dejó expuesto al joven que aún no ha ganado un título mundial ni se ha medido contra los hombres de mayor prestigio del boxeo. Esto despierta la suspicacia de quienes consideran que Saúl es un peleador inflado, al que sólo le enfrentan rivales fáciles.

No es que le echemos pichones –dice Chepo impaciente–, no, jamás. Lo que pasa es que hace ver fácil el boxeo.

La gente debe entender que llegará el momento que será un peleador que terminó con el proceso. Es como un ingeniero o un arquitecto. Pronto diremos que ya está recibido, que ya se graduó. Por ahora, todavía es un pasante.

Y agrega: Ya llegará el momento de pelear contra Shane Mosley, Floyd Mayweather o Manny Pacquiao. Mientras tanto, Canelo aguarda.

Cumple con su misión. Trabaja duro en el cuadrilátero y en el gimnasio con la dedicación de un niño obediente. Aparece en comerciales, da conferencias de prensa y atiende a los aficionados.

Dice que no le pesa, que es su responsabilidad. En resumen: sólo es parte del trabajo que eligió: Creo que de todas mis obligaciones, la promoción y la publicidad son las más desgastantes porque la preparación para una pelea es un placer para mí.

Sin embargo, hay un tono de resignación cuando habla de sus responsabilidades.

Hace cinco años era un jovencito que eligió cargar con el fardo de la vida adulta. Mientras otros muchachos de su edad consumían energías en conquistar chicas y divertirse, Saúl entró a un mundo de disciplina rígida, entrenamientos agotadores y dietas salvajes.

No bebe. No fuma. No se desvela. No sale de noche. Todos los días la misma rutina. Ser buen chico a veces es aburrido.

“Si hay algo que admirarle es que no tuvo juventud –dice Chepo–, saltó de la niñez a tener responsabilidades de señor. Cuando se dio cuenta de que tenía 15 años ya debía prepararse. Ahora tiene 20. ¿Dónde quedaron esos pinches cinco años que tenía que dedicar a las novias y a bailar? ¿Dónde quedaron los cabrones?”