n esta segunda y última parte en que hablo del festival creado a iniciativa de Aurora Cano, me gustaría referirme a algunos puntos, además de la escenificación de Neurastenia, la obra de Ximena Escalante bajo la dirección de Carlos Corona. En principio, que en Drama Fest, como es sabido, se alternan montajes de teatristas mexicanos con los de creadores de otras nacionalidades y que en esta ocasión, por tratarse del bicentenario, con muy buen tino se eligieron a autores nacionales con directores iberoamericanos en una ampliación del número de montajes respecto a los años anteriores, lo que es de celebrarse pero también entraña riesgos. El número tan pequeño de colaboradores para una empresa esta vez mayor hizo que se cometieran errores varios, como la confusión de autoría y dirección de una obra que corresponde a otra, la falta de difusión oportuna y en ocasiones tardía y otros, que esperamos se subsanen en ediciones posteriores.
Por diferentes razones no pude asistir a Las Meninas de Ernesto Anaya. Además de las dos escenificaciones a que me referí en mi artículo pasado, me fue dado ver Neurastenia, acogida en el Centro Cultural Helénico. El texto de Ximena Escalante pone énfasis en una anécdota muy pequeña desde la que se entretejen otras varias en una dramaturgia urdida a base de pares y reflejos. En primer lugar, el teatro dentro del teatro y aquí debe permitirme el posible lector, hablar de algo que me parece necesario en estos tiempos de revisiones y excesos. Tanto la autora, como el director y los actores tocan en la supuesta representación –que después sería espejeada en la vida real– a Leona Vicario y Andrés Quintana Roo con gran respeto que contrasta con todo lo que está en boga de humanizar
a nuestros héroes rebajándolos hasta la inanidad o rescatar
a los más perversos villanos, porque si existe la hartura de la historia de bronce, también existen límites que es peligroso rebasar a la derecha.
El bello amor de los personajes históricos contrasta con el de los actores que los encarnan, que se va al agua por una traición y da lugar a nuevas parejas, aunque la del guardia y la empleada doméstica se mantiene con la misma gracia en la del escenario y su réplica que se da tras bastidores. Neurastenia, dice el Diccionario de la Lengua es un trastorno funcional afectivo atribuido a debilidad del sistema nervioso
y la actriz principal sufre del trastorno y tiene una crisis nerviosa por pura hartura, como confiesa en el monólogo que le corresponde, ya que todos los personajes se dirigen al público en un momento dado. La actriz que encarna a la criolla tiene remanentes de un criollismo absurdo al envidiar a la otra por su color de piel, mientras el actor que representa a Quintana Roo es el contraste con la dignidad del héroe de la Independencia y aun con las posturas del ladrón.
Con la escenografía debida a Edita Rewuska, también diseñadora del vestuario, la iluminación de Matías Gorlero y la escenofonía de Jacobo Lieberman, Carlos Corona dirige con su acostumbrado e imaginativo ludismo, en escenas como los cambios en el ventanal –que dan diferentes escenografías– logrados con el palo que arrastra un nazareno o el que apresa los brazos del insurgente detenido. Corona mantiene la atención incluso en el intermedio y con escenas difíciles como la de las respuestas a coro al policía, que sería excesiva a no ser por la gracia de Bernardo Velasco como el oficial, sostenida por su director. A su buen trazo y sentido del ritmo escénico Corona añade una lograda dirección de actores, aunque cuenta con un reparto excelente. Karina Gidi es Leona Vicario, con toda su compostura y es la arrebatada actriz que la interpreta. Carlos Aragón es un Andrés Quintana Roo sobrio y asentado, mientras el actor resulta huidizo y culpógino. Gabriela Pérez Negrete encarna a una insinuante mujer criolla y a la neurasténica actriz llena de envidia. Carmen Ramos, deliciosa en su interpretación dual de la cocinera y la sirvienta, Raúl Villegas es el ladrón poeta sin papel en el drama ficticio y Micaela Gramajo, sobre la que recae la gracejada final, es Fernandita, la útil para todo. Ojalá la temporada pudiera extenderse más allá de los lunes programados.