oronto, 14 de septiembre. No es un misterio que el documental pasa por un momento de auge. Por un lado, la realidad ofrece historias que parecen salidas de la mente más descabellada. Por otro, el mayor porcentaje del cine de ficción insiste en contarnos las mismas historias que conocemos de sobra, mientras otra tendencia busca desdramatizar la ficción, concentrándose en los momentos aburridos de la vida como si no se hubiera inventado la elipsis.
Lo más satisfactorio de lo que uno ha visto en Toronto, hasta ahora, pertenece a ese género que suele discriminarse a la hora de la exhibición comercial. Client–9, The Rise and Fall of Eliot Spitzer (Cliente-9, El ascenso y caída de Eliot Spitzer) es un drama político que pudo haber sido imaginado por Orson Welles. La impresión pública fue que Spitzer, otrora gobernador del estado de Nueva York, fue obligado a renunciar a su cargo por frecuentar a una meretriz llamada Ashley Dupré.
El documental de Alex Gibney expone con divertida claridad que el asunto fue mucho más truculento. Como procurador general del mismo estado, Spitzer fue conocido como “el sheriff de Wall Street” por su campaña contra las transas y corruptelas de los grandes capitales. Así se ganó muchos enemigos. Ya nombrado gobernador, siguió persiguiendo prácticas corruptas en su entorno.
La ingenuidad del político no le permitió suponer que su afición por irse de putas, podría ser utilizado en su contra. Aunque Gibney emplea el testimonio de varias cabezas parlantes, la exposición se hace dinámica gracias al empleo burlón de recursos gráficos y musicales. Resulta que Spitzer fue víctima de una improcedente investigación del FBI, que filtró sus hallazgos a diversos medios, en especial los de postura conservadora. En el arraigado puritanismo de Estados Unidos, nada arruina una carrera política como un escándalo sexual promovido por la derecha.
Activo desde los 70, Errol Morris es un documentalista con una vena política, según se vio en su anterior Standard Operational Procedure (2008), pero también interesado por personajes raros y excéntricos que no serían verosímiles en un relato de ficción. Su reciente Tabloid se centra en una ex reina de belleza llamada Joyce McKinney quien, al parecer, se ha creído las mentiras que ella ha propagado sobre su propia existencia. El cineasta se apoya en su invento, el llamado Interrotron, que permite que la persona entrevistada hable a la cámara bajo la impresión de dirigirse a Morris, para captar afirmaciones tan cándidas como extrañas en torno de una trayectoria que va de la religión mormona a elaboradas prácticas sexuales.
En cambio, el veterano documentalista chileno Patricio Guzmán ha dedicado la mayor parte de su obra a testimoniar el golpe de Estado que derrocó el gobierno de Salvador Allende y sus consecuencias. Nostalgia de la luz es su proyecto más elaborado formalmente. El desierto de Aracatama es el sitio que, por su clima seco, fue ideal para instalar un observatorio astronómico; en contraste, es también donde se han desenterrado cadáveres momificados de numerosas víctimas del pinochetismo. Con sensible inteligencia, Guzmán conjuga ambas instancias para reflexionar sobre la memoria y el afán de conocimiento humanos, el paso del tiempo y la grandeza del cosmos.
En esos tres documentales uno encuentra un objetivo enfocado con acierto, un irónico sentido del humor, solvencia cinematográfica y, en especial, incisivas reflexiones sobre la condición humana, Cualidades que no han sido abundantes en otras secciones de este festival de Toronto.