Domingo 12 de septiembre de 2010, p. a20
La invasión de los territorios del norte de México en 1848 produjo en los intelectuales nacionales de aquella época la urgente necesidad de escribir la historia general del país e instruir a los niños acerca del pasado para fomentar en ellos sentimientos nacionalistas, como lo propuso en general desde el siglo XVIII el filósofo de la Ilustración Jean Jacob Rousseau.
El primer resultado fue la publicación de Catecismos
, Lecciones
, Compendios
y Cursos
de la historia nacional, centrados en el movimiento de Independencia, el primer imperio, la formación de la República federal y las luchas iniciales de liberales contra conservadores, entre los que reclamaban para el Estado y los particulares los bienes de la Iglesia católica y los que pretendieron mantener el dominio y la estructura colonial de clases, pero sin la injerencia de España.
La suma de acontecimientos, el relativo triunfo de los liberales y la formación de nuevas tendencias políticas en el siglo XX no sólo llevó a la redacción de más relatos históricos compendiados, en cantidades que se cuentan por decenas y destinatarios, dedicados a la educación básica, media y universitaria, así como a extranjeros y ciudadanos interesados.
Entre los títulos más antiguos, pero difícilmente disponibles en librerías, incluidas las de viejo
, están los clásicos de Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora, Carlos María de Bustamante y Lucas Alamán, quienes además de estudiosos fueron actores políticos en los primeros 50 años de vida independiente.
En el siglo XX se suma otro personaje de la política nacional, José Vasconcelos, con su Breve historia de México (Trillas, 2009, 422 pp., 230 pesos). Publicado originalmente en 1937 bajo el sello de la desaparecida Ediciones Botas, este tomo cubre desde la era prehispánica hasta la Revolución y sus consecuencias inmediatas. En esta obra, Vasconcelos trata de demostrar la hipótesis de que los líderes de la nación sólo lograron que México perdiera la condición de potencia económica del siglo XIX, diezmando los bienes de la Iglesia católica, distanciando al país de España y permitiendo el anticlericalismo, el protestantismo y el dominio de Washington.
La consolidación de instituciones de educación superior dio paso a otro tipo de historias generales del país. Así, El Colegio de México (Colmex) publicó en 1973 la Historia mínima de México (179 pp.), dirigida por el gran relator del porfiriato, Daniel Cosío Villegas, quien tres años más tarde llevó a la imprenta en dos tomos la Historia general de México (1585 pp., 350 pesos). En ambos casos se trata del trabajo de especialistas en cada periodo del pasado mexicano, con la evidente intención de difundir hechos básicos de la conformación del Estado y la cultura nacionales, sin florituras ni interpretaciones explícitas.
La obra original ya sólo puede adquirirse en inglés –fue traducida a varios idiomas– a 120 pesos y en librerías de viejo a un precio de 20 a 30 pesos, porque en 2004 el Colmex puso en circulación la Nueva historia mínima de México (315 pp., 160 pesos), dirigida por una nueva generación de historiadores profesionales que, a diferencia del trabajo original, abre el marco de interpretación al fenómeno conocido como globalización.
En 2001, el historiador inglés Brian Hamnet publicó en español Historia de México (Cambridge University Press, 367 pp., 930 pesos), en el que sostiene la tesis de que la inserción de México en la comunidad internacional, desde la adopción de su primera Constitución Federal en 1824 hasta la firma del Tratado de Libre Comercio, pasando por la industrialización posrevolucionaria y la producción de drogas, está irremediablemente ligada al destino de Estados Unidos.
Con motivo del bicentenario de la Independencia, el gobierno federal no sólo ha distribuido gratuitamente un Atlas de la historia de la historia de México, escrito por Ernesto de la Torre Villar, un experto en la historia del libro en el país, sino también un remedo de lo hecho por el Colmex, titulado Historia de México (288p., 30 pesos), con algunos textos casi iguales, como el de Josefina Zoraida Vázquez, estudiosa del primer medio siglo mexicano, particularmente de los infortunios frente a Estados Unidos.
Todas estas historias de México tienen una clara debilidad frente a la obra del historiador checoslovaco-mexicano Jan Bazant, investigador del Colmex, conocedor de la historia de los bienes eclesiásticos en el siglo XIX. En Breve historia de México: de Hidalgo a Cárdenas, 1805-1940 (Ediciones Coyoacán, 192 pp. 120 pesos), Bazant señala con todas sus letras a la Iglesia católica –desde el Papa hasta los obispos y sus cortesanos– como la corresponsable del desorden político que caracterizó a México en los años de la formación del Estado, de 1821 a 1876, cuando se impuso finalmente el modelo liberal y republicano.
Bazant afirma claramente que en medio de la guerra con Estados Unidos, entre 1846 y 1847, la jerarquía católica organizó una revuelta contra el gobierno federal de entonces para impedir que sus propiedades (fincas, viviendas, escuelas, cementerios, templos y riquezas en joyas y metales) fueran vendidas para financiar la defensa frente a las tropas estadunidenses. Este hecho, aunado a las cuestionadas decisiones de estrategia militar de Antonio López de Santa Anna y su alianza con los conservadores, fueron factores que alimentaron el voraz apetito expansionista del vecino del norte.
De la posterior guerra cristera (1926-1929), Bazant apunta directamente a la Iglesia como organizadora de las guerrillas que se opusieron a la educación laica y otros medios que sirvieron para restar influencia a la institución eclesial.
Los 200 años acumulados por este país no sólo han dejado recuentos generales históricos. El intelectual y cronista positivista y porfirista de finales del siglo XIX y principios del XX, Francisco Bulnes, con su libro de 1903 Las grandes mentiras de nuestra historia (Educal, 510 pp., 90 pesos) inauguró un estilo dirigido a desmentir
lo que se conoce como historia oficial
, la doctrina en la que se montan todos los estados –desde Argentina hasta Zimbabue, pasando por Estados Unidos y Francia– para fijar los términos del pasado nacional.
Como seguidores de esa escuela están Vasconcelos, José Antonio Crespo (Contra la historia oficial, Random House Mondadori, 2007, 335 pp., 160 pesos) y Luis González de Alba (Las mentiras de mis maestros, Cal y Arena, 2002, 272 pp., 130 pesos). Su buena prosa y la profusa investigación libresca contrasta con el nulo acercamiento a las fuentes primarias de los historiadores de tiempo completo. Y como Bulnes, adoptan el estilo regañón, las condenas a las mentiras
oficiales y una forma de relatar su versión de los hechos que causa la impresión de que han logrado descubrir el hilo negro.