Opinión
Ver día anteriorSábado 11 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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11-S: llamado a la tolerancia
E

n la víspera de la conmemoración del noveno aniversario de los atentados del 11 de septiembre en Washington, Nueva York y Pensilvania, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, llamó a sus connacionales a defender nuestra creencia en la tolerancia religiosa y sostuvo que su país no está en guerra contra el Islam: “nuestros enemigos –dijo– son Al Qaeda y sus aliados, quienes están tratando de matarnos, pero también han matado a más musulmanes que cualquiera”.

Los elementos de contexto ineludibles de estas declaraciones son, por un lado, el llamado que formuló en días previos el pastor evangélico Terry Jones a quemar ejemplares del Corán y el rechazo que ha suscitado el proyecto de construcción de una mezquita en las cercanías de la zona cero de Manhattan, en lo que debe interpretarse como resultado de un falso debate entre la libertad religiosa –defendida por el propio Obama– y el respeto a la memoria de las víctimas de las Torres Gemelas. Ambos episodios permiten ponderar la persistencia, a nueve años de los criminales atentados, de sentimientos de paranoia antimusulmana en la nación vecina: en efecto, a partir del 11 de septiembre de 2001 se extendió y potenció la xenofobia tradicional de las porciones conservadoras de la sociedad estadunidense, y ello generó una oleada de hostilidad y racismo contra las comunidades árabes e islámicas en ese país que persiste hasta nuestros días. Como botón de muestra cabe citar los resultados de una encuesta recientemente publicada por el diario The Washington Post: 49 por ciento de los estadunidenses afirma tener opiniones desfavorables del Islam, y casi un tercio de los entrevistados sostienen que esa religión alienta a la violencia.

Es inevitable establecer un vínculo causal entre esas actitudes y la respuesta que mostró el gobierno de George W. Bush tras de los atentados de hace nueve años. Ciertamente, esos ataques constituyeron una reacción criminal e injustificable a las injerencias –criminales, también– de la potencia planetaria en Medio Oriente y Asia central. Pero el entonces gobernante de Estados Unidos, en vez de tomarse el trabajo de comprender las causas de los sentimientos antiestadunidenses que recorren el planeta, se dio a la tarea de multiplicarlas y profundizarlas; en lugar de buscar justicia, se dio a la tarea de conseguir venganza, y con el pretexto de fortalecer la seguridad de sus conciudadanos, ordenó el sangriento ataque contra Afganistán y la posterior ocupación militar de ese infortunado país centroasiático; recurrió a un discurso alarmista y mentiroso para justificar la invasión de Irak y heredó, en suma, un mundo más violento, dividido e inseguro.

Frente a la cerrazón, la mala fe y la manifiesta ignorancia que caracterizó a su sucesor frente al Islam y el mundo árabe, el llamado de ayer de Obama constituye un relevante gesto de distensión hacia los seguidores de Mahoma. Ciertamente, restañar las heridas y disipar los rencores generados por nueve años de agresiones militares, diplomáticas y discursivas contra los ámbitos árabe y musulmán no son tareas que puedan lograrse sólo con declaraciones. Tampoco ayudan mucho los hilos de continuidad entre las administraciones Bush y Obama, como la persistencia de la invasión en Afganistán y la persistente hostilidad y doble moral de la Casa Blanca hacia Irán: ambos elementos, por lo demás, evidencian una desviación de algunos aspectos más avanzados y novedosos de la agenda política internacional del actual mandatario de Estados Unidos. Pero en la medida en que Washington se aleje de las reivindicaciones belicistas, intolerantes y unilaterales que caracterizaron a la administración Bush, se evitará en alguna medida que se acentúen y extiendan, en el mundo islámico, expresiones de encono antiestadunidense como las que dieron origen a los ataques de hace nueve años en las Torres Gemelas y el Pentágono.