diferencia de lo que ha ocurrido en otras ocasiones, la actual muestra de Vicente Rojo parece aleatoria, tiene por objeto no propiamente ilustrar, sino recrear el poemario Circos, de José Emilio Pacheco, que proviene de El silencio de la luna, recién reditado y quizá aumentado en la edición conjunta de El Colegio Nacional y Ediciones Era.
No tengo competencia para comentarlo, pero sí me doy cuenta de que posee un trasfondo muy actual. Circos es como el circo del mundo, con alguna analogía al que otrora fue el auto sacramental de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681): El gran teatro del mundo.
Al terminar la representación, nos despojamos del disfraz. Ya Erasmo, en El elogio de la locura (1510), había introducido una alegoría de la vida, orquestada por director de escena. En El gran teatro… el director de escena es el autor, que contrapone personajes entre sí. Erasmo por su parte, bajo la apariencia de una chanza, trata asuntos trascendentes en la época de la Reforma.
José Emilio Pacheco no simula la chanza, la explicita. Así, aborda al domador de fieras cuyo método es la persuasión. La trapecista está siempre en manos del aire, su arte de estar presente se llama ausencia
. Los payasos, todos lo sabemos desde niños, porque los vimos y porque tuvimos que aprendernos de memoria (Héctor Palacios puede recitarlos) los versículos de Juan de Dios Peza sobre Garrick, son seres en extremo melancólicos, como ocurre en Rigoletto, de Verdi, o en la ópera de Leoncavallo.
Hay en José Emilio inclusión del pensamiento que rige El chiste y su relación con el inconsciente, de Freud, pues todo chiste o toda caricatura tiene dos filos y el más afilado burla la censura a través del gracejo, del disfraz o de la representación por el opuesto. La cosa intolerable se vuelve risible, el niño Boro es salvaje, los siameses son uno mismo y el otro yo corresponde a la alteridad de Rimbaud, de verdad, la convivencia es imposible
, dice Pacheco. Hay alusiones desde Sarajevo hasta los campos de concentración, desde los robots hasta los juegos electrónicos, todo en el ámbito circense.
Vicente Rojo realizó unas construcciones tridimensionales que se antojan como trabajos escolares, pero son muy ajenos a sus cuadernos
. Estas piezas se encuentran exhibidas, son kitsch a morir y guardan alguna similitud con decoraciones que encontramos en las ferias callejeras. Las confeccionó para hacerlas fotografiar, cosa que estuvo a cargo de su hijo, Vicente Rojo Cama, quien seleccionó conjuntos y detalles de los conjuntos. Estas son las láminas que acompañan el poemario. Algunas impresiones salieron muy oscuras ; pero en todas resaltan los colores primarios.
A mi juicio, la mejor construcción es El contorsionista, aunque no necesariamente debido a que exprese la idea de contorsión, sino porque despliega una espiral de Frazer, que es una falsa espiral.
A las construcciones, que se encuentran en el pequeño patio de la planta baja, se adhieren 50 pequeños gouaches, todos enmarcados de idéntica manera, susceptibles de armar conjuntos de seis, nueve, 12 piezas o de mantenerse cada uno en su individualidad. Funcionan como ejercicios lúdicos y están trabajados con primor.
En el piso superior se observa una colectiva de fotografías sobre el circo: piruetas, luces y maromas. Están representados los Hermanos Mayo, Graciela Iturbide, Héctor García, Fernando Bastón, Antonio Caballero, Erich Lessing, Mary Ellen Mark y hay algunas tomas anónimas que poseen encanto.
Esta exposición se antoja que funciona como el prolegómeno de otra, con el mismo tema. El circo, sobre todo a partir del siglo XIX, a lo largo del XX y lo que va del XXI, ha sido un gran tema, al que artistas de todas latitudes han acudido.
Esta no es la primera vez que la mancuerna Rojo-Pacheco se presenta en la Galería López Quiroga. De momento recuerdo Escenarios.
Entretejidas las piedras/ unas y otras se unen/ sin argamasa
. Así reza un versículo, que encontró respuesta casi directa en Vicente Rojo o acaso sucedió al revés.