ace un siglo tuvo lugar uno de los grandes sucesos del teatro del siglo XX: el estreno de la obra mayor de Máximo Gorki Los bajos fondos; una obra desgarradora, sin concesiones, brutal, pesimista. Un contemporáneo de Gorki, dijo de su obra: Su pesimismo es tal que da lugar a la esperanza
. Seguramente esta expresión de rebeldía produjo en Antonio Gramsci ese decir que sitúa juntos esos dos pensamientos: pesimismo del espíritu, optimismo de la esperanza
.
Luchador incansable, Gorki, un hombre que sufrió hambre, mil enfermedades y duros castigos físicos infligidos por los monstruos que dominaban la Rusia zarista, produjo esta obra que provocó manifestaciones callejeras, discusiones mil, porque su impresionante retrato, la vida del pueblo trabajador hundida en los bajos fondos por la explotación de su tiempo, fue un grito enardecido que aterró al imperio de los zares.
Por siglos, los trabajadores, los asalariados ya en el marco del capitalismo –con pequeñas excepciones de ciertas épocas y lugares–, han sido parte de las capas que pueblan los inmundos bajos fondos de las sociedades.
Cuán lejos de empoderarse un poco los trabajadores asalariados reales mexicanos. Entre sus vidas precarias y la cima corrupta del poder, que toma cotidianamente las decisiones que determinan su oscura vida cotidiana, vive una losa hecha de concreto armado, que es parte sustantiva y necesaria del poder de la dominación. Son las mafias sindicales.
El discurso dominante confunde deliberadamente a las mafias sindicales con los sindicatos, mientras define a los sindicatos como los intocables instrumentos de defensa
de los trabajadores, conquistas históricas
que todos estamos obligados a defender a capa y espada: una farsa entera. Los trabajadores asalariados, en su mayoría están básicamente indefensos.
Ya lo sabemos: tenemos, incrustados en el poder, a las mafias de los sindicatos charros que protegen
a los asalariados de las organizaciones productivas o de servicios del gobierno. En el sector privado, a las mafias de los sindicatos blancos, cancerberos de los patrones; los más destacados y famosos, los de las industrias neoleonesas, pero muy lejos de ser los únicos.
¿Por qué ningún partido político del centro hacia la izquierda ha tenido la iniciativa de legislar a fondo, a efecto de que los asalariados reales cuenten con representaciones auténticas? La increíble y cínica respuesta es que los asuntos sindicales son de los sindicatos que son autónomos y, por ende, intocables. Pero si por sindicatos entendemos mafias sindicales, veremos que, en efecto, nadie posee más autonomía, nadie realiza sus escandalosas operaciones más en lo oscuro, nadie como ellos está exento de rendir cuentas a nadie.
¿Quién regula hasta cuántos trabajadores con plaza pueden ser miembros operadores del sindicato con licencia, en Pemex, en la CFE, en el SNTE, en el IMSS, en el ISSSTE, y en docenas de instituciones públicas más? Se piensa que deben estar acordados en los contratos colectivos de trabajo. ¿Quién ha visto alguno? La señora Gordillo tiene un ejército de docenas y docenas de miles bajo su mando, ¿ese número está escrito en el contrato de trabajo? ¿Y si no lo está su autonomía es tal que pueden vivir fuera de toda norma?
Un trabajador sindicalizado puede tener licencia sindical ¿cuánto tiempo? Por lo visto, si está regulado en alguna parte, esa regulación es agua de borrajas. Los líderes
sindicales son, como a todos nos consta, eternos. Pero como son autónomos, nadie puede más que cerrar la boca frente a esa santa, tramposa y falsa autonomía.
Las mafias sindicales charras reciben millones y millones de recursos fiscales o de las empresas públicas ¿por qué demonios? Porque sí, y a la vista de todo el mundo. ¿A quién rinden cuentas por esos recursos? A nadie: son autónomos. Y toda esta monstruosidad la llamada clase política entera la acepta como si fuera un fenómeno natural.
El sindicato no debería recibir más dinero que el de las cuotas sindicales. ¿Debe ser un secreto para la sociedad lo que ocurre con las cuotas sindicales? Por supuesto no rinden cuentas ni a los propios trabajadores, pero no estaría mal, como protección de los propios asalariados, que la entera sociedad sepa qué ocurre con sus dineros, que las mafias se embolsan.
Aquí y allá, muchas mafias sindicales venden las plazas de trabajo. ¿No lo saben los partidos políticos?, ¿es también parte de su autonomía?, ¿alguien puede cambiar esto? En el caso de México el pesimismo profundo que podemos tener respecto de ese estado lamentable de cosas, ¿guarda en alguna parte la esperanza?