Cuenta regresiva
l rebumbio mediático causado por la inquisitorial prohibición de las corridas de toros en Cataluña a partir de 2012, además de los tintes separatistas de cierto sector y su afán de querer parecer más europeos que Europa, tiene detrás varios factores taurinos que vale la pena analizar, no por lo que hagan o dejen de hacer los catalanes y sus minorías antitaurinas –180 mil de 7 y medio millones de habitantes–, sino por las similitudes entre la deprimida realidad taurina de México y la negligencia del propietario de la Plaza Monumental de Barcelona, sucesivos empresarios a los que les fue concesionada y la explicable reacción de un público inteligente y sensible que ya no estuvo dispuesto a que le tomaran el pelo.
Si en cuatro décadas propietario y concesionarios se desentendieron del público y de la sólida tradición taurina de los barceloneses, celebrando corridas de trámite sin el propósito de mantener el prestigio del otrora acreditado coso, el público optó por desentenderse de la pobre oferta de espectáculo que se le hacía, escogiendo otras opciones con una relación precio-emoción más congruente.
Ese rechazo del público aficionado, común a la Ciudad Condal y a la República Mexicana, con todo y sus presidentes taurinos de clóset, ha tenido que ver fundamentalmente con la falta de productos toreros con imán de taquilla. Si después de Antonio Borrero Chamaco y de Manuel Benítez El Cordobés –a mediados de los años 50 y 60 del siglo anterior – transcurren casi 40 años para que aparezca José Tomás, la responsabilidad no es del público sino de quienes pretenden vivir del negocio taurino.
Si acá a los dizque promotores no les interesa sacar novilleros con arrastre ni estimular ni enfrentar a matadores que apasionen, pues al público menos, volcado ahora en ofertas de espectáculo con más consideración por quien lo posibilita. En México no necesitamos que los antis quieran abolir las corridas de toros; hace años la siniestra pero autocomplaciente y necia familia taurina –empresas, ganaderos, toreros, crítica especializada y autoridades– se encarga eficazmente de hacerlo.
Sin misión ni visión, sin unión, sin la menor idea de servicio, sin estrategias, mercadotecnia ni publicidad, sin profesionalismo ni autoevaluación, cerrados a todo cuestionamiento con bases, sin rigor de resultados y sin propósito de enmienda, los propios taurinos de México han iniciado la cuenta regresiva de la tradición que aparentan defender.