lgo lógico no cuadra en la guerra presidencial contra el crimen organizado: el comportamiento del enemigo destruyéndose (a menos que estén inspirados en la izquierda) ¿Cuál es entonces el papel del Ejército Mexicano? ¿La disputa por acabarlos a todos? ¿Apaciguarlos? ¿Disputarles el negocio? ¿Se pretende ser, juez o parte en la guerra?
Es justificable que Felipe Calderón prefiera la guerra a la negociación con la delincuencia; se entiende, pero… ¿los narcos han demandado diálogo o pacto? Hasta ahora, que se sepa, el crimen organizado no ha expresado objetivos más allá de los declarados por el Mayo Zambada a Julio Scherer, o lo que dicen las narcomantas: no dicen nada y tampoco hay interlocutores, salvo el mítico Chapo Guzmán, que no dice nada. Hoy resulta que los narcos son homófobos y hacen limpieza de homosexuales (la del sábado en Torreón) y drogadictos en rehabilitación. ¿Cómo se verían, desde una perspectiva de exterminio paramilitar, estas masacres? Tal parece que no hay una guerra, sino muchas.
Dejemos los comparativos con guerras actuales, donde la guerra interna en México supera con mucho a otras. En los años 70, la Operación Cóndor en Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, Bolivia y Paraguay dejó un saldo de 50 mil muertos y su objetivo era el liquidar y el exterminio. Estamos a la mitad.
En esta guerra sexenal, el crimen organizado no parece tener nada heroico, pues se construyó desde la descomposición de las mismas policías y por tanto, ya venía organizado de origen; sirvió para dar perspectiva mayor a miles de delincuentes y pequeñas bandas y surgió hace 15 años a causa del cambio de comportamiento de los compradores del norte, quienes decidieron que México no debería ser sólo un país de paso, sino también consumidor y empezaron a pagar con droga el aseguramiento de los cargamentos que iban haciendo pequeños mercados. Así nació el narcomenudeo y de ser exportadores medieros, ahora importan.
Si a eso unimos la crisis en el campo mexicano, la migración y la falta de oportunidades para los que se quedaron, el nuevo mercado fue la solución para miles de pueblos y ciudades, en lo que se podría caracterizar como la crisis de nuestras provincias. Miles en todo el país, fueron reclutados y el fenómeno generó no sólo negocio, sino también cultura y competencia.
Conflictos entre narcos siempre hubo, pero siempre predominó el negocio a la violencia. El norte próspero, deslindándose del sur, no se dio cuenta de la trampa en la que estaba. El crecimiento masivo de la descomposición, generó al régimen un problema de seguridad nacional y la alternancia aflojó más los viejos controles corrompidos de la seguridad interna. Para 2006, el balance era claro: habían perdido control de gran parte del territorio. Felipe Calderón decide meter al Ejército contra el narcotráfico, pues eso fue promesa de todos los candidatos en 2006 y era uno de los pocos consensos políticos.
En esto es donde se genera la duda: ¿no fue una decisión de Estado liquidar, matar, a 50 mil delincuentes, aunque eso fuera una estrategia ilegal, basada en la guerra sucia y conceptos como la Operación Cóndor? ¿Qué se hará con el paramilitarismo que está surgiendo? ¿Será una herencia para el próximo sexenio?
Si el Ejército combate a todos los fuera de la ley y si de los 25 mil muertos 95 por ciento es entre ellos mismos ¿por qué no han pactado o llegado a treguas, cuando tienen un enemigo común, que es el gobierno mexicano y un objetivo central, que es él negocio? Urge la lógica.
Desde opiniones poco ingenuas, se dice que nos estamos pareciendo a Colombia, cuando ya los rebasamos y en aquel país, se cuidan de mexicanizarse. El terror en Morelia aquel 15 de septiembre y la bomba de Ciudad Juárez van teniendo orígenes siniestros en la idea de generar el terror y la justificación a ver decenas de ajusticiados diariamente. El estado de derecho no existe, ni para hacer autopsias de cadáveres, menos para investigar o encarcelar, cuando las prisiones están rebasadas y se liquida a drogadictos en centros de rehabilitación, surge la noción de la fosa común y el exterminio. Hoy los alemanes que fueron parte del nazismo, dicen que nunca vieron nada y, por tanto, no existió.
Una derrota gubernamental es el hecho de que la población no apoya al Ejército Mexicano. La sociedad ve con igual desconfianza a tirios y troyanos y así se lo cobraron los niños scouts a Margarita Zavala con su porra norteña de ¡Tírense al suelo!, pues los daños colaterales
no sólo son los baleados ocasionales por las refriegas, sino la inexplicable matanza de un enemigo ambicioso y que se autoliquida para que nos tranquilicemos.
Liquidar es una vieja tentación fascista. Lo cruento del enfrentamiento sólo da lugar a la versión oficial. Es probable que el Presidente haya enloquecido y no estemos ante una guerra, sino un exterminio de delincuentes, con lo cual se nos ofrece la seguridad del futuro, a cambio de entregar el estado de derecho.
Por lo pronto, lo que nos queda de duda es que el crimen no está organizado.
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