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Vox libris
Horrores de guerra
Periódico La Jornada
Domingo 18 de julio de 2010, p. a20

La lectura de estos libros Necrópolis (Anagrama), de Boris Pahor; Dime quién soy (Plaza y Janés), de Julia Navarro, y Lo que esconde tu nombre (Destino), de Clara Sánchez, trajo un recuerdo olvidado: el de una placa de metal sobre la que se escribieron 50 nacionalidades y que se mantiene todo el año en 37 grados celsius. Se encuentra en el Memorial de Buchenwald, donde funcionó un campo de concentración nazi y el campo especial soviético número 2.

En Buchenwald fueron detenidas unas 250 mil personas en el periodo nazi, de las cuales no sobrevivieron 50 mil, y la razón de que esa placa se mantenga permanentemente a 37 grados celsius es porque se trata del denominador común de esas 50 nacionalidades: la temperatura del ser humano.

La imagen que se me grabó fue una que no vi, creada por las palabras de quien nos guió en la visita: en invierno todo está cubierto de nieve, excepto por el rectángulo de la placa.

Del campo de concentración de Buchenwald se mantienen algunas de las estructuras, como el crematorio, celdas de detención, torres de vigilancia, la estación de trenes, el centro de desinfección.

Las barracas de los prisioneros fueron destruidas y en ese cam-po abierto es donde fue colocada la placa de metal.

Entre quienes estuvieron ahí se encuentran Imre Kertéz, premio Nobel de Literatura; el primer ministro francés Édouard Daladier, y el escritor y político español Jorge Semprún, además de decenas de políticos, escritores, disidentes, músicos, teólogos, sociólogos, actores, sindicalistas y militares.

La visita a Weimar, que alguna vez fue hogar de Goethe, Schiller, Liszt y Bach, y centro de la Bauhaus, fue parte de un viaje organizado por el gobierno de Alemania al que fuimos invitados un grupo de periodistas latinoamericanos en 2000.

Fue un recorrido por diferentes ciudades de ese país europeo para que conociéramos de primera mano la transformación que se había vivido desde la caída del Muro de Berlín, en 1989.

El día de la visita a Buchenwald hacía calor, el cielo estaba limpio y, sin embargo, nada más traspasar la puerta con el letrero Jedem das seine (que puede traducirse como “‘a cada quién lo suyo”) la sensación cambió, fue como si una losa hubiera caído sobre nosotros. Recorrimos el campo casi en silencio…

Esa sensación de respeto se vive de nuevo al leer la novela Necrópolis, de Boris Pahor.

Pahor nació en Trieste, en 1913, y desde hace muchos años figura en la lista de candidatos al Premio Nobel de Literatura. Es uno de los escritores eslovenos vivos más relevantes.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el escritor colaboró con la resistencia antifascista eslovena, acciones por las que fue enviado a diferentes campos de concentración, entre ellos Dachau, Natzweiler-Struthof y Bergen Belsen, de donde fue liberado en 1945.

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Su paso por los campos de concentración da forma a su obra literaria.

Necrópolis, que transcurre en Natzweiler-Struthof, “es un retrato completo y al mismo tiempo conciso –nunca patético. De la vida (de la no vida, de la muerte) en el campo de concentración. Un poderoso aliento humano coexiste con una aguda y fría precisión, en una perfecta estructura narrativa que imbrica la historia del pasado –de la cárcel revivida en el presente perpetuo del horror– y el balance del presente, de la revisitación muchos años después de aquellos infiernos regenerados y convertidos ahora en museo y recordatorio de todo aquello, con las ambigüedades implícitas en esta siempre incierta superación del pasado”, dice el escritor italiano Claudio Magris en el prólogo que acompaña esta edición.

Este libro, agrega Magris, “es una obra magistral (si es lícito utilizar juicios estéticos para un testimonio del mal absoluto) tanto por su límpido conocimiento estructural como por la imbricación de los tiempos –verbal y existencial– que tejen la historia”.

Necrópolis acompaña al lector, con esos párrafos largos, a un viaje por el horror, y no deja olvidar en ningún momento que se trata de una novela autobiográfica.

En contraste, Dime quién soy, de Julia Navarro, sí es ficción, pero retrata a veces de manera muy cruda el paso de Amelia por todos los ismos del siglo XX, desde el comunismo al franquismo, pasando por el nazismo.

Amelia, el personaje central, es apenas una jovencita burguesa cuando comienza la historia, pero después rompe con su esposo y su hijo para huir con un dirigente comunista, y a partir de ahí comienza una carrera como espía para los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.

El encargado de recuperar su historia es el bisnieto de Amelia, un periodista venido a menos, que al final termina viajando por todo el mundo, desde España hasta Argentina, de Italia a Gran Bretaña, tratando de seguir los pasos de esa mujer que fue todo menos convencional.

Otra cosa es Lo que esconde tu nombre, de Clara Sánchez, que ganó el premio Nadal 2010. La historia es acerca de lo que pasó con los nazis después de la guerra: cuando algunos de ellos lograron escapar y hacer una vida en países como Argentina o España, y de aquellos que dedicaron su vida a encontrarlos y llevarlos a juicio.

La novela de Sánchez transcurre en una playa española, y es contada por dos personajes: Sandra, una joven embarazada que llega a ese lugar para encontrar qué hacer con su vida, y Julián, un anciano de 80 años, sobreviviente de los campos de concentración, quien por uno de sus amigos descubre que ahí se encuentra un grupo de nazis que mantiene su poder tras la fachada de tranquilos jubilados.