Países de AL cantan victoria porque la crisis quedó atrás
No hay una evaluación sólida sobre el costo social del terremoto económico-financiero
uena parte de los gobiernos latinoamericanos cantan victoria, porque, dicen, la crisis quedó atrás y las economías de la región (no todas, desde luego, como la mexicana comprenderá) libraron más o menos bien la sacudida, no obstante su intensidad. En algunos casos los motivos para la celebración tienen mayor sustento que en otros, pero hasta ahora no se ha hecho una evaluación sólida sobre el enorme costo social que tal terremoto económico-financiero provocó en esta zona, de por sí desigual.
Dicha evaluación debe partir de un hecho nada grato: antes del advenimiento de la nueva crisis (o si se prefiere del capítulo más reciente) en América Latina y el Caribe sobrevivían en la pobreza y la miseria 180 millones de personas, cifra lo suficientemente alta como para alertar sobre la necesidad de profundizar las políticas dirigidas prioritariamente a este sector de la población, una cantidad muy por arriba del registro correspondiente a la llamada década perdida (la de los años 80), como bien lo puntualiza la Cepal, organización que advierte que el desarrollo de la región se mantienen como tarea inconclusa. Si bien en materia macroeconómica se lograron avances que contribuyeron a enfrentar de mejor manera la reciente crisis, ésta ha dejado al descubierto viejas y nuevas restricciones estructurales a los países de la región, que se reflejan en la persistencia de importantes brechas sociales, productivas, fiscales y ambientales. Cerrar esas brechas constituye una exigencia para el bienestar de las generaciones futuras y una condición de viabilidad para un desarrollo en que se combinen crecimiento económico, equidad y sostenibilidad.
Lo anterior, expuesto en un análisis elaborado por la propia secretaria ejecutiva del citado organismo regional, Alicia Bárcenas, en el cual advierte que surge una reflexión más allá de lo puramente económico sobre la necesidad de que el Estado vuelva a desempeñar un papel relevante en las estrategias del desarrollo, de modo que las políticas públicas sean el principal protagonista en la construcción del futuro. Las sucesivas perturbaciones financieras ocurridas desde los años 90 han redundado en una mayor volatilidad del ciclo económico y en un patrón de crecimiento insatisfactorio. Viejos problemas, como la dinámica de la productividad, la heterogeneidad productiva y la creación y difusión de capacidades tecnológicas, siguen persistiendo y enmarcan algunas de las restricciones estructurales que enfrenta la región
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Si bien la crisis reciente nos enseña la importancia de fortalecer la capacidad contracíclica de las políticas macroeconómicas, apunta Bárcenas, también nos recuerda la necesidad de priorizar las políticas productivas y ampliar la cobertura y mejorar el diseño de las políticas sociales. Esto confirma la necesidad de reconstruir aquellas capacidades del Estado que le permitan recuperar la planificación estratégica de políticas de largo plazo, ampliar los espacios para la política fiscal y diseñar instrumentos adecuados para afrontar los desafíos estructurales que pesan sobre el actual patrón de desarrollo de la región. En el plano macroeconómico la región se caracteriza por un bajo y volátil crecimiento, sobre todo a partir de los años 80, que ha redundado en la persistencia de una significativa brecha entre los niveles del producto interno bruto per cápita de América Latina y el Caribe y los de los países desarrollados
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En la década de los 90, a pesar de los éxitos logrados en el combate a la inflación, no hubo una notoria recuperación del crecimiento. La estabilidad tampoco se logró completamente, ya que el periodo se caracterizó por una secuencia de crisis externas que se volvieron más recurrentes y contagiosas hacia el final de la década. Se destacan la crisis mexicana en diciembre de 1994, la asiática de 1998, la brasileña a comienzos de 1999 y la argentina de 2000-2001. Tanto en la década de los 80 como en la siguiente, los países de América Latina y el Caribe han tendido a seguir políticas procíclicas, que han acompañado pasivamente los momentos de abundancia y retracción.
A partir de 2002 y hasta el estallido de la actual crisis, América Latina y el Caribe fue capaz de retomar tasas de crecimiento similares a las de los años 70. Efectivamente, el periodo 2003-2007 fue de bonanza, que se reflejó en un elevado crecimiento del PIB en torno a 5 por ciento, mientras el producto per cápita de la región sobrepasó 3 por ciento por casi cinco años consecutivos. Al mismo tiempo, el desempleo registró disminución (de 11 a 7.4 por ciento) y el porcentaje de personas bajo la línea de pobreza se redujo de 44 a 34 por ciento. Esta combinación de alto crecimiento en conjunto, con una holgada situación externa, era inédita en la experiencia histórica reciente de la región.
Un factor clave en la obtención de estos resultados tan favorables fue el crecimiento de la economía mundial, que bordeó 3.6 por ciento al año durante el periodo 2003-2008, lo que se tradujo en una expansión del comercio internacional en la región, que registró un crecimiento de 138 por ciento en valor, y en un sostenido incremento en términos de intercambio, que aumentaron 25 por ciento en el mismo periodo. La expansión económica de Asia, sobre todo de China, que en promedio creció a 11 por ciento al año en el mismo periodo, fue decisiva para este mejor desempeño de la economía mundial.
Mientras tanto, el nuevo papel de los países asiáticos en la economía internacional tiene una doble dimensión que no debe olvidarse. Si bien estas naciones representan un gran competidor para la región en algunas ramas manufactureras, son al mismo tiempo una fuerza que promueve la expansión del comercio de materias primas que la región exporta. Este doble efecto conlleva que el impacto de Asia sea distinto, según la especialización internacional de los países. Por una parte, los grandes exportadores de productos básicos, basados en recursos naturales, se han beneficiado sustancialmente de la demanda asiática y del mejoramiento en los términos del intercambio; por otra, los que exportan bienes intensivos en trabajo y que además no son ricos en recursos naturales han sufrido notoriamente la competencia china y han visto reducirse sus espacios.
Las rebanadas del pastel
Van mejorando: 24 mil 826 muertos, y contando, es el saldo de los golazos
calderonistas al crimen organizado (578 cadáveres al mes, en promedio), aunque alrededor de 2 mil de ellos corresponden a los últimos tres meses.