Sábado 17 de julio de 2010, p. a24
El acontecimiento cultural se llama Gustavo Dudamel: su nueva grabación discográfica, al frente de la extraordinaria Orquesta de la Juventud Bolivariana de Venezuela, es un tesoro: Rite, donde conjunta para el sello alemán Deutsche Grammophon la polirritmia de dos autores entrelazados por voliciones raigales, implosiones telúricas: el ruso Igor Stravinsky y el mexicano Silvestre Revueltas, en par de particulares partituras parteaguas, partisanas, rompemadres: La consagración de la primavera y La noche de los mayas. Se consigue en Sala Margolín (Córdoba 100, casi esquina Álvaro Obregón, colonia Roma).
Se trata de un ideal convertido en realidad. Los críticos más connotados del orbe han manifestado súbito asombro y enternecido entusiasmo ante la calidad artística de este disco bajo constantes y puntos de contacto certeros, en unanimidad aplastante. Entre los elementos que destacan hay una frase repetida: la orquesta ideal
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El trabuco venezolano resulta ideal para este par de partituras en primer lugar por su asombrosa precisión rítmica, el sonido de conjunto masificado sin disolverse: suenan hachazos de cirujano, mazasos como caricias, tutti orquestales en los cuales cada sección (la cuerda, como una sola; las maderas como individuos; los metales en alarido de valquiria) ostenta nitidez, contundencia, belleza.
Es la orquesta ideal, resaltan los expertos, porque es una orquesta de jóvenes. Eso establece una dinámica distinta a las excelentes versiones grabadas que existen de esta misma obra. (El referente por antonomasia: la grabación, salvaje, despiadada, brutalmente bella de sir Georg Solti; y la sudorosa solfa apasionada del entrañable, insuperable, Lenny Bernstein).
De manera que los numerosos clímax que hace estallar esta partitura se convierten en verdaderas orgías de tritones y sirenas, vestales y minotauros, apolíneos y dionisiacas, sementales y abejas reina, faunos y doncellas, hadas y magos, gárgolas y duendes.
En las notas al programa de este disco fabuloso, el joven maravilla Gustavo Dudamel recuerda un par de referentes en la preparación de esta grabación: la experiencia que lo marcó cuando niño vio a Leonard Bernstein en un video donde preparaba esta misma obra con una orquesta de jóvenes y les pedía, muy claramente: a la hora de interpretar esta obra tienen que escuchar a los árboles, a las flores brotando; es como si abrazaran el mundo, abrazar ese comienzo, ese momento mágico, que se integra a nuestra vida
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También recuerda cuando fue el director asistente de sir Simon Rattle con la Filarmónica de Berlín en la preparación del ahora legendario video Rythm is it!, donde La consagración de la primavera es obra clave para comunicarse con jóvenes y niños. Y otro referente caro a Gustavo: la frase de Stravinsky cuando resume así el espíritu de su partitura: el mundo entero parece entrar en erupción
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La extraordinaria energía que desata esta obra está contenida en este disco y hace erupción en las bocinas. He ahí la salvaje, enternecida carga sexual de esta obra mágica, brutal, sagrada, estremecedora, que condensa las técnicas arcaicas del éxtasis, la comprensión de las experiencias espirituales, el mito y su repetición ritual, la experiencia de lo sagrado que Mircea Eliade condensa en la tríada símbolo-mito-rito, los estados místicos de la conciencia, la revelación divina que encarnan los rituales de nacimiento-renacimiento, las ceremonias de iniciación simbólicas, los ritos culturales.
De manera soberana, inteligente, sabia, Gustavo Dudamel enlaza en este disco maravilloso La noche de los mayas, ese referente de la cultura mexicana que escribió Silvestre Revueltas para un filme mexicano, del mismo título, en 1939, y que rescató después José Yves Limantour, en una versión orquestal con el entusiasmo de Erich Kleiber, quien comparaba a Revueltas en esa época con el mismísimo –y entonces desconocido– Gustav Mahler.
El sistema de vasos comunicantes conduce nuevamente y de manera natural a Eduardo Mata, cuya grabación de las obras de Revueltas también fungieron como referente para la versión nueva en todos sentidos que nos ofrece ahora Gustavo Dudamel con sus jóvenes colegas venezolanos. Nueva porque es una lectura completamente diferente a las conocidas, en vivo y en disco.
Al escuchar esta grabación con los magistrales músicos venezolanos da la impresión de que muchos secretos de esta partitura fueran descubiertos a pesar de que estaban ahí a la vista de todos. No solamente es nueva la parte final, estrujante, enardecedora, apoteósica, porque los muchachos caribeños infunden vida nueva a la tremenda batería de percusiones en franca improvisación de fiesta, sino que toda la obra está imbuida, bañada, perfumada, arropada por una frescura insólita, rejuvenecedora, absolutamente revueltiana.
En la realidad del aquí y ahora, cuando el mundo se revuelve en crisis, en franca decadencia, basta voltear ojos y oídos, entendederas y corazón, al milagro venezolano que encabezan José Antonio Abreu y Gustavo Dudamel, para constatar que no todo está perdido.
He ahí un fragmento gigantesco de futuro.