Ganó quien debía
n señor pelón, muy inglés, con un silbato en la boca, de nombre Howard Webb, destrozó la final del Mundial de Sudáfrica con un lamentable concierto de despropósitos. Con razón su esposa, hace tres días, se carcajeaba comentando a un diario inglés que el tal Webb era incapaz de controlar a sus hijos, y que mucho menos podría controlar a 22 hombres guerreando por la copa de copas de las patadas futboleras.
A pesar de su manifiesta incapacidad para gobernar el juego, la emoción pudo más y el futbol premió al equipo que le hizo honores durante todo el Mundial: ganó España sin que nadie le regalara nada; dejó atrás el ”ya merito” y ya es parte del Olimpo del balompié mundial.
Repleto de jugadores chaparritos de media cancha para adelante, la furia roja superó el primer batacazo cuando perdió ante Suiza y, sin traicionar su estilo, de la mano de un entrenador serio y poco dado a los agasajos –menos a llenar de besos a sus jugadores–, fue labrando el campeonato a golpe de buen gusto por el futbol.
Ante una rácana y pendenciera Holanda, los ibéricos salieron a hacer lo que mejor saben. Durante los primeros 15 minutos los holandeses vieron la pelota de lejitos. Pero ese tiempo sirvió para que calentaran el juego barriendo cuanto tobillo enemigo encontraban. Así sacaron de ritmo a los españoles que, para no ser menos, exhibieron también la guadaña para regocijo de la ex naranja mecánica.
En ese terreno, y ante la manifiesta incapacidad –avisada ya por su amada esposa– mostrada por Webb, el juego discurrió áspero, feo. Cambió la decoración en el segundo tiempo tras la entrada del catalán Cesc Fábregas por el vasco Xabi Alonso. Ahí comenzó otra vez el aceitado juego del Barcelona que Vicente del Bosque, con buen tino, importó para la selección.
El triunfo de España no es un hecho aislado, y no estaría de más que las autoridades políticas y deportivas de México tomaran nota, buena nota, del porqué los hispanos, la mal llamada madre patria, han alcanzado un nivel de excelencia en futbol y en otras disciplinas deportivas.
Nada es más importante cuando se pretende llegar lejos que el trabajo diario, la disciplina constante. Y no es un factor aplicable únicamente al aspecto deportivo. El ya merito
abandonado por los españoles tiene que ver con el gusto por la derrota, por el derroche litúrgico de los pretextos –la culpa la tiene el prójimo–, por entretenerse alimentando heridas propias y ajenas que nunca cicatrizan porque no interesa.
El deporte mexicano, como están las cosas hoy –y ya son decenios–, está condenado a la mediocridad. Ya no digamos el futbol. Lo que usted quiera, la disciplina deportiva que usted elija no tiene solución de continuidad en un país controlado por los intereses estrictamente comerciales. Los éxitos ocasionales que nos alegran son, como dicen en Centroamérica, alegrones de burro
, sin relación con un trabajo constante y planificado. Importa lo inmediato, fabricar ídolos de barro, hacer dinero a costa de la ilusión popular. Es una estafa monumental que, de oficio, debería ser investigada por la PGR.
Pero México es diferente, y en este caso, como en muchos otros, para mal. Para guardar ese mediocre status quo los poderes que realmente gobiernan el país tienen –porque son parte de ellos– a las televisoras y a la inmensa mayoría de las emisoras radiales. Es una melcocha destinada a embrutecer a la gente.
Pitonisos y sumos pontificadores secuestran pantallas y ondas hertzianas –se extienden también cual fiebre amarilla en no pocos medios impresos– para crear la ilusión de que las cosas están bien y que, por lo mismo, quien se queja es por puro vicio, por gusto, vaya.
Es un tremendo ejército que, salvo contadas excepciones, que las hay, trata desesperadamente de consolidar la ficción oficial: todo es un asunto de percepción
.
El deporte en México no podrá avanzar mientras el actual estado de cosas no cambie y la mirada no se voltee hacia las mayorías con programas de largo aliento. Hacen falta, viendo lo que sucede con España y con otros países que hace no mucho se movían en la franja del subdesarrollo, decisiones que necesariamente irán contra el interés establecido de las minorías que gobiernan tras bambalinas y matan al deporte como si mataran moscas.