as elecciones del pasado 4 de julio han provocado diversas apreciaciones sobre las condiciones políticas del país y los escenarios para 2012.
Son una muestra del tipo de democracia que se ha ido construyendo y que algunos ubican como su punto definitorio en 2000. Esos mismos y por diversas razones están más satisfechos con este proceso. Ven en esto buenas noticias que proclamar, muy al estilo oficial.
Otros no están satisfechos y no comparten ese optimismo; quieren más de la democracia tal y como se practica al modo mexicano. No les parece claro que esto pueda conseguirse en el marco institucional que prevalece todavía en el país.
La democracia tiene referencias esenciales sobre el papel y en el pensamiento de los teóricos de la política. Pero debajo de la mesa se forja de maneras muy distintas.
Se pueden hacer algunas breves observaciones generales:
1. La gente fue a votar y legitimó los resultados de la convocatoria para elegir gobernantes.
2. Las alianzas funcionaron efectivamente como estrategia eminentemente electoral.
3. El voto de castigo parece un motivo clave para emitir el voto.
4. El PRI no ha resurgido como una fuerza predominante de control político.
5. La organización del gobierno a escala nacional, estatal y municipal requiere mucho trabajo todavía para conformar una forma republicana eficaz.
Los ciudadanos votan y afirman así que encuentran todavía en esa vía una forma de manifestar sus deseos y preferencias para ser gobernados. No se sabe si lo que predomina es una forma de la segunda mejor solución
o, tal vez, una tercera o cuarta mejor solución, lo que calificaría toda esta experiencia.
Los partidos tienen aún capacidad de convocatoria. Esto tiene diversos recovecos que se advierten, por ejemplo, en la selección de los candidatos y en el transfuguismo descarado y que replantea las expresiones del quehacer político. En cierta medida se diluye en efecto la práctica de la democracia. Se hace un revoltijo y queda mucho del ejercicio del poder en el terreno de la impunidad y la falta de rendición de cuentas.
El fenómeno se manifiesta en alguna medida en el famoso gatopardismo
para convertirse en algo parecido a una agencia de empleos y un mecanismo de preservación de las grandes rentas que se generan del ejercicio del poder político en el país.
De ideologías y de principios es cada vez menos lo que se puede encontrar y decir. Este aspecto se vincula al voto de castigo, que es el que parece marcar las preferencias electorales, se aprecia de modo definitorio en los casos de Puebla y Oaxaca.
A esto se añade el hecho de que no hay todavía evidencia clara de que se anime un sistema en que se premie al mejor por lo que ha mostrado ser capaz de hacer. La continuidad en el poder basada en buenas prácticas de gobierno es una rareza, como se ve ahora en el vuelco en Zacatecas.
El voto útil tiene un efecto de muy corto plazo, para alcanzar un resultado electoral. Pero se convierte en una distorsión del ejercicio político, ese sí con efectos de más largo plazo. Al final, con los acomodos partidistas, tal vez sirva para no cambiar la estructura de poder. Tanto del poder político que va a las urnas, como del que opera desde otros frentes que suelen ser más relevantes.
Las alianzas demuestran su efectividad electoral, pero esto no debe confundirse con la capacidad para gobernar mejor o para romper las líneas más autoritarias del ejercicio de la política.
Los acuerdos entre partidos de la derecha e izquierda pueden ser una deformación más y no, como algunos quieren ver, una muestra de las tendencias centristas de la política en México.
En las alianzas puede verse a una derecha muy desgastada y torpe, y una izquierda quebrada y sin capacidad alguna de formular ideas y pensamientos rescatables. De ese cóctel no parece que puedan salir nada más que desperdicios.
Es bueno comprobar que el PRI no es inamovible y que su poder de resucitación es restringido. Sería mejor que tuviera enfrente fuerzas más consistentes. El entorno indica que las cosas serán más sosas y quién sabe si dañinas.
La falta de liderazgo político, tanto de quienes ejercen ahora el poder de manera oficial en el gobierno o en los partidos es notorio. No es este un asunto menor en las condiciones actuales y en las venideras. Ya todo apunta a las presidenciales de 2012.
Las muestras de que el proceso democrático tiene alguna forma de convocatoria según se ve en las urnas no tiene correspondencia en la práctica política de la gran mayoría de los individuos que la ejercen, de los partidos que la organizan y de las organizaciones sociales que tienen gran capacidad de control.
Hay un nuevo pragmatismo político y de esta forma de democracia no va a surgir necesariamente un mejor de gobierno, tampoco un modo de coexistencia social más llevadero.