os resultados electorales son polimorfos. Admiten diversas interpretaciones, pero al menos tres cosas son claras. Primero, el sistema de partidos políticos es crecientemente disfuncional frente a los requerimientos que demandan las crisis económica y de seguridad. Abrir la representación política y generar un marco normativo para los partidos es un requisito vital para el momento actual. Segundo, es necesario revisar el uso de los recursos públicos, que de manera ilegal se canalizan durante los procesos electorales. La transparencia y la rendición de cuentas deben tener expresiones precisas normativas en lo federal, estatal y municipal. Tercero, es necesario tomar en serio la participación ciudadana, que por manifestarse hasta ahora de manera fragmentada no está recibiendo la atención debida por las elites políticas. Cada vez más grupos de ciudadanos se expresan a través de movilizaciones, protestas y participación electoral en contra de los abusos, los privilegios indebidos y la impunidad. Los triunfos aliancistas en Puebla y Oaxaca son, sobre todo, triunfos de redes ciudadanas compuestas por grupos, comunidades, corrientes e individuos.
Por otro lado, los resultados electorales del domingo pasado dañan severamente la estrategia del PRI para alcanzar la Presidencia de la República en 2012. Ésta estaba basada en tres pilares: ingeniería electoral, impulso a las redes clientelares anudadas a través del protagonismo de los gobernadores y manejo de las expectativas. El último elemento ha sido clave. La narrativa era muy simple: a) somos los únicos que sabemos gobernar, b) ante la ineficiencia panista y los desgarramientos perredistas, sabemos gobernar con orden. El subtexto era aún más contundente: es inevitable el triunfo del PRI en 2012.
Los resultados del domingo dañaron severamente esa estrategia al derrotar las expectativas del carro completo. También quedó claro que todos los partidos pierden cuando se encuentran divididos y que los gobernadores que manipulan elecciones no son invencibles. Finalmente se demuestra que se ganan elecciones con maquinaria electoral, programa que cohesiona, redes ciudadanas que movilizan el voto y vigilan los resultados y candidato que articula.
Respecto de las izquierdas, los triunfos de las coaliciones les dan un respiro. Detienen la caída atroz de su votación. Ganan tiempo, que es crucial en política. Pero las izquierdas partidistas están maltrechas. El pragmatismo ramplón sustituye cualquier reflexión programática. Las divisiones son su segunda naturaleza y el suicidio en defensa propia su consigna. Tienen enorme carencia de cuadros políticos propios. Y su verdadero punto de referencia es la derrota en Zacatecas, que resume los males que aquejan a la izquierda partidista.
Se necesita cambiar la forma de hacer política. ¿Qué quiere decir esto en concreto? Superar las divisiones que han bloqueado acuerdos, paralizado acciones y desdibujado perfiles propios. Se requiere convertir la acción pública en propósito común. La pregunta clave es: ¿en qué sentido hace diferencia para la ciudadanía un gobierno de coalición respecto de los gobiernos anteriores en Puebla, Oaxaca y Sinaloa? La legitimidad futura de estas alianzas depende de cómo gobiernen donde ganan.
Las izquierdas requieren reconstruir su perfil a partir de los problemas centrales –empleo, seguridad, impunidad– que aquejan a los ciudadanos. La transformación del quehacer político puede ser el puente entre las izquierdas partidistas y las redes ciudadanas. Pero las izquierdas partidistas requieren previamente dar un ejemplo de comportamiento, del cual, hasta el momento, han adolecido: un pacto –no componenda, sino pacto político– entres sus abigarradas corrientes y tribus que ponga por delante de sus intereses de grupo los intereses de la ciudadanía.
http://gustavogordillo.blogspot.com • http://twitter.com/gusto47