os resultados de las elecciones regionales del domingo pasado arrojan una cartografía política extraordinariamente compleja, cuyas contradictorias tendencias hablan de los límites de un orden (el que nació en 1988) que se ha vuelto de múltiples maneras impredecible para sí mismo. Pero hablan sobre todo del cuantioso potencial de una ciudadanía que insiste (afortunadamente) en desafirmar el pesimismo y acude, una vez más, a la cita para desmadejar los nudos y los atavíos de una sociedad política convencida (al menos en su mayoría) de que el ejercicio democrático puede ser entendido como (y reducido a) un recuento de simulacros predecibles.
Una historiografía exprés de estas elecciones tendría que recordar que las antecedieron expectativas cada vez más descendentes (y desencantadas) sobre su capacidad para fincar su legitimidad. Lo que las precede hasta el sábado por la noche son las noticias de un clima de violencia
(que es el eufemismo para decir que un candidato a una gubernatura y otros 10 a puestos de regidores, presidentes municipales y diputados fueron asesinados en los días previos), las amenazas (en Tamaulipas y Chihuahua) a los representantes de casillas y la denuncia (con evidencias sustanciales) de los preparativos de fraudes masivos en Puebla y en Oaxaca. Y lo sorprendente es que la gente sale a votar en proporciones considerables, y lo hace refutando a las encuestas (ejercicios de prestidigitación cada día más misteriosos) y, sobre todo, a ese clima
(este sí propiciado por las maquinarias mediáticas) que da por sentado el retorno abrumador del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que llegaría para aliviar las heridas de una nostalgia por un pasado que, en rigor, pocos recuerdan, y acaso por ello produce la sensación de un pasado sin objeto.
Por su parte, el PRI sabe –o cree saber– que la melancolía da para una política de carro completo
, y se prepara para capitalizarla. Pero en Oaxaca, Puebla y Sinaloa la retórica de la nostalgia, que en esencia se reduce al vale más corrupto por conocido, que corrupto por conocer
, no funciona simplemente, porque el pasado está compuesto de hechos ominosos (y agravios innegociables).
Pocas horas después del triunfo de la coalición local entre los partidos de la Revolución Democrática (PRD) y Acción Nacional (PAN) encabezada por Gabino Cué, la primera declaración de sus representantes nacionales es congratularse por la táctica que nadie debería desmeritar, y a la que muchos consideraban fatal. Con dos gramos de sensibilidad podrían haber empezado por celebrar y felicitar al sujeto central de esa hazaña, que fue esa parte de la sociedad oaxaqueña que durante más de dos décadas resistió a todas las versiones de un cacicazgo que la mantuvo al margen de las transformaciones y reformas nacionales. Y en Puebla y en Sinaloa las constelaciones son muy distintas. Pero el triunfo de las coaliciones entre el PRD y el PAN refrenda el principio de que la prolongación indefinida de la impunidad jurídica, la ineptitud para lidiar con una sociedad plural y la política de criminalizar el orden público tienen hoy en día límites. Y son tal vez esos límites, más que las estrategias electorales de los partidos, los que habrán de dominar la ruta hacia 2012. Sólo así se explica que el PRD haya perdido Zacatecas, y el PAN, Aguascalientes y Tlaxcala.
Visto desde la perspectiva de la izquierda, el argumento central (y no sé si exista otro) para justificar su alianza con la derecha es que existen efectivamente intereses generales que es preciso anteponer a sus intereses particulares. La descaciquización de la vida regional es, sin duda, uno de ellos. Y es un proceso que tendrá que prolongarse durante varios años, siempre y cuando los nuevos representantes no se erijan en los nuevos caciques.
Las elecciones de 2010 admiten así varias lecturas.
En primer lugar, la presencia de una ciudadanía cuyas expectativas democráticas no han cedido, dispuesta a movilizarse por ellas independientemente del partido que se encuentre en el gobierno. Este espacio abre un capítulo de posibilidades para la emergencia de coaliciones nuevas, que hasta ahora eran simplemente inimaginables.
En segundo lugar, el hecho reiterado de que el PAN no ha renunciado a obtener la Presidencia de nuevo en 2012. Hoy su adversario a vencer es el aura que rodea al PRI como el mal menor
del actual espectro político (por cierto, un aura bastante abollada por las elecciones recientes). Si la izquierda (con la vaguedad actual que implica esa definición) logró transitar por los intersticios de esta confrontación podrá hacer avanzar sus posiciones. Pero sólo si se concibe como la expresión de ese déficit político que la ciudadanía busca para continuar con las transformaciones, y no como el sujeto de ellas.
En tercer lugar, no hay nada ni nadie definido (ni definitorio) para 2012. Avanzará quien pueda mostrar que el deterioro (ya envejecimiento, digamos) del orden surgido en 1988, es siempre un deterioro del otro. El problema no será quien representa al futuro, sino quien aparece como el anacronismo.