Opinión
Ver día anteriorDomingo 4 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Vaho
L

os dioses, cansados de no poder comunicarse con los animales, su primera invención, crearon entonces al hombre, en quien muy pronto advirtieron la capacidad de rebeldía. Para someterla de modo definitivo lanzaron a sus ojos un vaho. Esta leyenda prehispánica da origen al título del primer largometraje de Alejandro Gerber, egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica. Vaho es un relato circular cuyo punto de partida es una imagen de abandono: la desolación del lago de Texcoco, metáfora radical de la desesperanza en que viven varios seres marginales en la ciudad de México. Algo hay en esta cinta de las construcciones narrativas en boga desde el parteaguas que en nuestro cine representó Amores perros, de Alejandro Iñárritu, con guión de Guillermo Arriaga; algo también del relato coral de Lejos de la tierra quemada (The burning plain, primer trabajo como director del propio Arriaga, 2008), y también ecos de la brutalidad de aquel linchamiento colectivo en el episodio Barbacoa de chivo, de Carlos Carrera, en la cinta Cero y van cuatro (2004).

Vaho presenta tres historias de adolescentes sumidos en la frustración del subempleo en un barrio populoso, en una violencia intrafamiliar crónica (padre alcohólico, madre sumisa, hijos rencorosos, arquetipos muy trillados que remiten sin embargo al colapso real del mito de la unidad familiar), y en una insatisfacción sentimental, cuyo alivio pasajero es la fantasía voyeurista, cuando no la miseria sexual. José, Felipe y Andrés: un franelero ninguneado por la banda rival, un encargado de un café Internet dispuesto a malograr sádicamente la satisfacción ajena, y un plomero mil usos agobiado por la terquedad del padre dipsómano incapaz de reponerse al trauma de no haber podido representar a Jesús en la pasión de Iztapalapa, resignándose al papel de Barrabás y a una amargura irremediable.

Los tres personajes juveniles ventilan y rezuman muy tempranamente la frustración de sus familiares, están educados en la escuela del fracaso y afinan desde ahora los dardos del rencor social. Los une, como corolario de la desdicha, el recuerdo de un oprobio social del que fueron en la infancia testigos y cómplices involuntarios (el linchamiento de un hombre inocente a manos de una muchedumbre enardecida). Retomando las imágenes de la película, Vaho es también el fétido aliento con que la intolerancia de los dioses consigue nublar en ocasiones la racionalidad humana.

El debut fílmico de Alejandro Gerber es desigual por su ambición narrativa insuficientemente controlada y por un trabajo de edición que habiendo podido redondear y concentrar la propuesta, permite que morosamente se dispare en todas las direcciones. Sin embargo sus méritos son múltiples. Las actuaciones no profesionales consiguen acentos de veracidad y emoción pura. En una secuencia notable, la procesión de la Pasión en Iztapalapa, capturada en tonos de documental y de ficción, el cineasta ensaya un tránsito novedoso del drama intimista al fervor colectivo. Lo que inicia como confinamiento en la sordidez y el tremendismo, paulatinamente cede espacios a personajes que logran articular, cada uno a su manera, una vitalidad urbana, mitad afrenta mitad desenfado, capaz de desmentir cualquier determinismo trágico. Agobiado por un sentimiento de culpa y una oscura urgencia de expiación, un personaje adolescente encuentra alivio en la comprensión espontánea de una prostituta. Las viejas máximas del melodrama nacional se vuelven inoperantes: nada de lo que sucede en Vaho es del todo irremediable: los hombres no son depósitos insondables de maldad, resignación o rencor, y los dioses no tienen ya la última palabra. Asistimos a una interesante cinta mexicana sobre el perdón como una virtud esencialmente humana, despojada de cualquier ilusión divina. Esta lucidez, sólo en apariencia desoladora, es lo mejor del relato coral de Alejandro Gerber, y lo que en definitiva lo salva de la complacencia en el melodrama, ese abismo en el que con tanta puntualidad se precipitan otras cintas mexicanas.

Vaho se exhibe en pocas salas comerciales y en la Cineteca Nacional.