Cultura
Ver día anteriorSábado 3 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Disquero
Nuevos testimonios del milagro venezolano
Foto
Periódico La Jornada
Sábado 3 de julio de 2010, p. a20

En los estantes de novedades discográficas esplende un tesoro: El Sistema. Music to Change Life, filme documental de los austriacos Paul Smaczny y Maria Stodtmeier. Como indica su título, simplemente con ver esta película la vida lo transforma a uno, porque presenciamos una nueva evidencia de cómo la música cambia para bien a las personas y en este caso cambió a un país entero: Venezuela.

El título El Sistema alude a la manera como se conoce en aquel país a un programa realmente revolucionario: Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela. Mientras que en México decir el sistema es referirse a algo oprobioso, como lo es el sistema político mexicano, en el país del sur nombra un emblema patrio, un símbolo de unidad, armonía, concordia. Felicidad.

Ciertamente el filme anterior a este, titulado Tocar y luchar, realizado por uno de los fundadores de la Orquesta de la Juventud Bolivariana y que hoy es un cineasta destacado, resulta insuperable. Deberían organizarse proyecciones multitudinarias (en el Auditorio Nacional, por ejemplo) para que los ciudadanos puedan seguir un ejemplo fidedigno de cómo sí se puede, sin que se trate de una frase hecha, o un eslogan, ni siquiera las manipulaciones criminales que esparce el sistema político a través de su vocero: el duopolio televisivo.

Pero aquel filme, Tocar y luchar, por desgracia no circula aún de manera comercial. La aparición ahora de este documental formidable, El Sistema, propicia un conocimiento de primera mano de este proyecto que, para variar, ha sido reconocido en Europa (Premio Príncipe de Asturias, apoyos de fundaciones culturales), mientras en América Latina es sobajado por las envidias, los prejuicios y la mala fe.

El líder de esta revolución social, el maestro José Antonio Abreu, formula en el filme estas palabras: todo lo que es bueno, laudable, noble, debe ser multiplicado. Lo que es bueno para un niño pobre, es bueno para todos los niños pobres. Un niño materialmente pobre se convierte en rico espiritual a través de la música. Y una vez que ya es un rico espiritual, su mente, su alma, su espíritu, están preparados para salir adelante en la vida. Porque la raíz del problema social es la exclusión. Entonces, tenemos que luchar por incluir al mayor número de niños y jóvenes en este mundo bello de la música, para que el continente sea realmente lo que quería el libertador Simón Bolívar: la esperanza misma del mundo.

Foto
Foto

Las escenas que transcurren en este filme espejean a México. No solamente nos parecemos tanto en la exclusión, la pobreza, la injusta repartición de la riqueza, sino ahora en la violencia, la inseguridad. Y lo más terrible es que estos testimonios los rinden niños de ocho años, o esa niña de 12 que simplemente dice: me dieron un tiro en la pierna, pero eran más fuertes mis ganas de tocar música que mi dolor, y acudí a la orquesta vendada y con muletas.

Barrios pobres, balaceras, balas perdidas. Lo que aquí con cinismo y crueldad se denomina daño colateral en Venezuela es una revolución social que ha salvado vidas humanas, niños y sus familias y sus vecinos y sus barrios y sus ilusiones y sus proyectos.

He aquí un milagro, una auténtica revolución social. Porque el sistema no tiene como finalidad formar músicos, sino mejores personas mediante la música.

Cierto, al terminar el filme el espectador se pregunta entre el desconsuelo y la indignación: ¿y por qué México no ha sido capaz de reproducir, de completar este programa, que iniciaron aquí en 1975 su fundador venezolano José Antonio Abreu y el maestro mexicano Eduardo Mata?

¿Fuenteovejuna? ¿Destino manifiesto? ¿Corrupción crónica y sin remedio? O bien: ¿simple cinismo?

Entre las muchas respuestas que ofrece, sin referirse a México sino en sentido puro, el maestro Abreu, en el filme, figura ésta: la manifestación más alta del amor es el servicio. La sociedad requiere de hombres y mujeres identificados con el ideal de su comunidad, es decir, capaces de entender su actividad, su trabajo, como servicio y eso nos separa del pesimismo, del derrotismo, de la amargura y nos proporciona la convicción optimista de la vida, una concepción vitalista de la existencia.