Sábado 26 de junio de 2010, p. a19
Impresionante, sencillamente impresionante: Vladimir Horowitz ataca el teclado con furiosa calma, arremete las teclas con sonriente vehemencia, asesta mazazos contra la línea de marfiles con un efecto devastador de huracán. Despeina cada compás con sus ataques y los vuelve a ordenar como queda transparente de nuevo el estanque luego de feroz tormenta.
Eso, transparente, así es el método y sus resultados: el maestro Horowitz, intérprete por antonomasia de Federico Chopin, renueva la en apariencia hiperconocida Polonesa heroica del compositor polaco.
¿Cómo lo hace? En ordenada estrategia multivalente cuyos rasgos silban como balas: una velocidad pasmosa que no es de vértigo ni de pasmo sino de algo cercanísimo a la aporía de Aquiles y la tortuga; también, un equilibrio escalofriante en los volúmenes de sonido, un control inenarrable de dinámicas.
Pero lo que quita la respiración es su fabulosa concepción del tiempo, su manera de fra-sear que dota de contenido entero al simple término técnico tempo y su plural, tempi, para instaurar una flos campi, una dialéctica hirsuta cuyo fundamento es el arte de narrar.
Una manera del suspense: el maestro Horowitz eslabona tres compases y en el cuarto y quinto quita y pone los acentos que otros pianistas tienen como Biblia, sin necesidad siquiera de alterar la partitura, sino simplemente siguiendo una sintaxis inusitada. Esa manera de fijar la atención en el detalle, de poner en primer plano aspectos que dan la impresión de que la escuchamos por vez primera a pesar de que sabíamos de memoria la partitura, renueva por completo la obra entera.
Y eso es apenas el inicio del disco 2 de un álbum doble fabuloso: Chopin: Bicentenary Celebration, una de las maneras de la firma alemana Deutsche Grammophon de festejar el cumpleaños 200 de uno de los compositores más populares pero difíciles de toda la historia.
Enseguida de la última nota que entona Vladimir Horowitz, escuchamos exactamente la misma obra, pero con otro Vladimir: Ashkenazy, para que el efecto sea exactamente diferente: una versión menos bravía, en busca más de los matices que de los contrastes, animada por una gentil bravura, como el rojo intenso de una rosa sin espinas.
El track siguiente es nuevamente la misma obra pero ahora con Lazar Berman, quien pendula de plano al ensimismamiento. El contraste es asombroso, pues veníamos de escuchar las mismas notas convertidas en tormenta y ahora, en el estilo encorvado, hiératico que le conocimos a Lazar Berman como cuando durante su recital en Bellas Artes hace algunos años atrajo con su magia el misterio de un gato que, ante el asombro del público, se paseó alrededor de Lazar Berman y su piano y así como apareció se fue. Exacto, como el mismísimo Gato de Chester de Alicia en el País de las Maravillas.
Eso, maravillas, son las que contiene este álbum doble. Luego de las tres versiones de la Polonesa heroica, el insuperable, el maestro de maestros, el máximo intérprete de Chopin (bueno, es una opinión), el chileno Claudio Arrau, agiganta el mundo con sus manos diminutas en el Concierto Segundo para Piano del polaco.
Se puede resumir así: lo que para muchos pianistas es un lugar común, el maestro Arrau lo convierte en referente.
Otras manos bendecidas por la magia de Chopin, las de Arturo Benedetti Michelangeli, hacen alquimia con el Scherzo en re bemol mayor opus 31. No solamente en la pasmosa danza de notas ascendentes y su misma sucesión en descendentes, sino en los momentos de hacer sonar arpegios, acto no solamente delicado sino casi suicida pues en manos no inspiradas suena a vil melcocha, mientras que en las de Michelangeli suena a epifanía. Hace honor a su nombre con sus manos de ángel.
Hay más prodigios en este álbum tan notable: la argentina Martha Argerich, otra chopiniana de altos vuelos, hace danzar La gota de agua
, como es conocido el Preludio en re bemol mayor, opus 28, con una delicadeza tal que uno ve convertida su respiración en una serie de suspiros. Esto es lo sublime. En otros pianistas esta partitura suena cursi. En las manos de la maestra Argerich es caricia de hada.
Esa alma femenina, que es uno de los secretos mejor guardados de lo que es la esencia de la música de Chopin, suena también en el disco uno de este álbum doble, donde la misma Argerich nos levanta en vilo con la Segunda Sonata; Tamás Vasary pone a bailar a las aves multicolores en la ventana con cuatro valses cuatro; Daniel Baremboim dicta cátedra con dos Nocturnos; Michelangeli dice al mundo cómo debe interpretarse la Balada en sol menor; otro gigante del piano, don Sviatoslav Richter, nos deja tendidos en el aire con los Estudios 1, 3 y 12; mientras otro conocido por su reciente recital en la Sala Nezahualcóyotl, Anatol Ugorski, emprende la Fantaisie-improptu.
Y como ningún disco por excelso que sea supera a la música en vivo, la tarde de mañana, domingo, otra personalidad del pianismo internacional, el maestro francés Jean François Collard enlazará los bicentenarios de Schumann y Chopin con un recital que incluye obras exclusivamente de estos autores, Schumann y Chopin y que nadie debe perderse, a las seis de la tarde, en la Sala Nezahualcóyotl.
Feliz cumpleaños 200, don Federico.