¡Chapeau!, México
l Tri le gustan los peces gordos. Aborrece a los dizque débiles. Se contagia, se aburre, se va de la cancha. Al Tri le gustan los grandes bocados. Que siga la racha porque puede llegar Argentina.
En el duelo de tozudos ganó el menos. Javier Aguirre no se tardó tanto como ante Sudáfrica en lanzar a la cancha al Chicharito Hernández. Generoso, el tapatío perforó el arco de la siempre orgullosa Francia en el minuto 63 del segundo tiempo.
En la acera de enfrente el tozudo mayor, Raymond Domenech, aficionado al tarot y a la astrología, miraba impertérrito la debacle de su tropa, como si no fuera con él. Es de suponer que sus días y noches al frente del elenco francés están más que contados. En la banca, la cara de Thierry Henry era todo un poema: pura frustración.
La puntilla, 14 minutos después, tuvo como primer actor al descarado puma Barrera, que forzó el penal que sirvió para que el veterano Cuauhtémoc Blanco pusiera el último clavo en el ataúd francés.
El tozudo mexicano-vasco ganó la partida al tozudo franco-catalán. Ojalá el buen fario llegue lejos, ojalá.
De algún modo el equipo mexicano puso en solfa el dicho del maestro Capablanca: la mejor defensa es un buen ataque
. El Tri ahogó en la última línea a la ofensiva gala. Fue un trabajo de excelsa concentración, de zapa. Sobresalió en ese verde búnker el lateral Salcido, enorme defendiendo e incisivo atacando.
La figura central del juego nació en Michoacán y juega en el Barcelona, donde ha escrito páginas futbolísticas memorables. Por eso lo quieren tanto. Rafael Márquez fue ayer un mariscal. Impecable ayudando a la defensa, dando siempre aire en la media cancha, acercándose amenazador al área grande enemiga. Táctico inconmensurable, el michoacano fue el lazarillo que guió a sus compañeros a buen puerto.
Notable también el descaro de Giovani dos Santos, a quien le alivianó sobremanera la presencia del Chicharito. Dos Santos, también de la escuela catalana, encaró sin complejos a la fornida pero rígida defensa francesa. Uno imagina al inolvidable Napoleón Bonaparte revolviéndose en su tumba queriendo mandar a Domenech al infierno de Dante.
Equipo mal avenido, el galo se fue diluyendo cual azucarillo en café caliente ante la seria propuesta mexicana. Aguirre ganó la partida al subcampeón del pasado mundial. Honor a quien honor merece.
Falta la penúltima parada. Espera lo más áspero, la garra charrúa y su astro Diego Forlán, un futbolista ejemplar, un tipo que siempre da un poco más de lo que tiene en el depósito de gasolina. Hombre humilde, comprometido con la realidad de su país, Forlán es corazón y pulmones de la siempre complicada selección de Uruguay.
El envite tiene sus bemoles porque quien pierda se enfrentará a Argentina, que aunque no deslumbra tiene a Lionel Messi, un jugador de otro planeta. De algún modo el peor enemigo de la albiceleste es su seleccionador –todavía no se gradúa de entrenador–, Diego Armando Maradona. Personaje singular, este arrabalero y subversivo diegodios concita amores y odios singulares. Unos lo quieren elevar a los altares, otros lo quieren hundir en el infierno. Decir Diego es invocar a la polémica apasionada. Es irrepetible.
Por de pronto el atormentado país que nos cobija recibió ayer una brisa refrescante, necesaria. Que la política se beneficie está por verse. Mejor que los políticos se ocupen y preocupen de dignificar su profesión. La política no tiene la culpa de que los malos políticos, que abundan en todos los partidos, se empeñen en prostituir tan honorable función. Allá ellos.
¡Ke Nako! México.