La cantante estadunidense se presentó con banda y mariachi
Domingo 13 de junio de 2010, p. a15
La cantante estadunidense descendiente de mexicanos Jenny Rivera (Jenny Dolores Rivera Saavedra, Long Beach, California, 1968) brilló ante unas 7 mil personas que acudieron la noche del viernes al Auditorio Nacional.
Uno de los núcleos que le han dado fama en su país, México y Centroamérica es la revancha de las mujeres a las que hombres han engañado, han dejado solas o con hijos y a veces las han maltratado sicológica o físicamente.
Jenny creció en una familia donde la mayoría de los hermanos canta y ha logrado colocarse, como ejemplo de lucha diaria por sobrevivir, en el difícil medio artístico de Estados Unidos. Su padre, Pedro Rivera, creó en los años 90 una disquera, Cintas y Discos Acuario, con un pequeño capital reunido mediante la venta de dijes y objetos alusivos a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles.
Actualmente, de todos los integrantes de la dinastía Rivera, a Jenny es a quien mejor le va.
De vida sentimental tormentosa, la cantante tuvo un inicio artístico titubeante, marcado por violencia intrafamiliar.
También conocida como La diva de la banda, Jenny comenzó un rosario de canciones con Mi gusto es, un clásico de la banda sinaloense de Cruz Lizárraga.
Nada nuevo
Miles, la mayoría mujeres, se levantaron de sus asientos para gritar y corear canciones de amor y contra los hombres. Jenny no ha descubierto nada nuevo, pues su éxito se debe a que es heredera de voces vernáculas de postura engallada, como Chayito Valdés y continuadora de Paquita la del Barrio.
Gritaba de vez en cuando ¿Me estás oyendo burro?
, lo que alborotaba a las mujeres, que en ese momento se sentían en sincronía y se justificaban en infidelidades disfrazadas del derecho a las libertad. Algunos hombres, desde sus butacas le gritaban piropos machos y supuestamente dominadores, como Tú vas a ser la mamá de mis hijos
o ¡Esa es vieja!
El tono fue un creciendo con La parrandera y Mi vida loca; muchas de Juan Gabriel, como No vale la pena. En resumen, una advertencia: de mí no te burlas
.
El mundo romántico de la cantante se rodea de sus versiones y de muy pocas canciones originales.
Jenny, por momentos era la mujer madura en carnes que de una mesa se servía un tequila y decía a sus seguidores que con varios alipuses en la sangre es más fácil darlas.
En el paroxismo cantó Mi querida socia, tema retador de esposas celosas, cuya letra es sorna: Tú le lavas la ropa, pero yo se la quito.
El momento cándido fue cuando interpretó De contrabando, tex-mex donde su voz semeja la de una adolescente.
Siguieron los temas-reclamos de esposas con rodillo en mano. Algunos gritaron ¡Mátame, mami!
, y entre lo chusco y lo inverosímil, Los Chuperamigos, Besos y Copas, Imbécil, todo a ritmo de banda.
En la segunda parte, acompañada de un mariachi, lanzó La sopa del bebé, Brincos dieras, Amaneciste conmigo, La gran señora y Trono caído.
Se definió como mujer que sabe lo que es mantener sola a los hijos y se aventó la clásica Madre soltera. El final se acercaba y complació con Malandrinas, Los ovarios, La mentada, la cual fue coreada por miles de gargantas que anhelaban alguna revancha.
El encore fue de seis rolas. Algunos corrían para alcanzar el Metro, pues ya eran los primeros minutos del sábado y Jenny no dejaba de cantar.
Tal fue la noche de la hoy por hoy mejor representante femenina de la música grupera.