l equipo mexicano jugó bien y mal. Bien en el primer tiempo, mal en el segundo. Con muchos brochazos de imaginación y a veces buen trabajo de equipo, y con una paulatina y crecientemente endeble defensiva. Muchas buenas llegadas, pero sin capacidad para concluir, para culminar. Con este nivel no pasaríamos a la siguiente ronda. Espero que Javier Aguirre, sin duda el mejor entrenador nacional en mucho tiempo, haga los ajustes necesarios. Es sus palabras en la entrevista posterior al juego, si se trata de un monólogo –como fue una parte del primer tiempo– asegurarse que tenga resultados.
Resultados es lo que falta en el estado actual de los otros partidos, los partidos políticos. Armada en el sexenio de Salinas aunque perfilada en los dos siguientes regímenes presidenciales y en el inicio del actual, la cohabitación PRI-PAN ha orientado lo esencial de la acción estatal en el lapso de 20 años. Habría que denominar este largo tramo como el periodo de la decadencia administrada. Un propósito central habría guiado a esta alianza. Conducir una transición política hacia una mayor competencia electoral de manera tal que no se desbordara hacia la izquierda. 1997 y 2006 empero han sido expresiones inequívocas de que el pluralismo electoral igualmente admite y en realidad impulsa alternativas de las izquierdas.
Después de 1997 y sobre todo a partir de la alternancia, la alianza de facto PRI-PAN operó dos ajustes. Un cogobierno en los hechos, donde la política económica fue entregada al que podría llamarse el cuarto sector del PRI –afincado en la Secretaría de Hacienda y en el Banco de México– y una propuesta de acuerdos legislativos, de largo plazo fracasados con la salida de la coordinación priísta de Elba Esther Gordillo, y que terminaron siendo puntuales y erráticos.
El gobierno de Fox enfrentó un dilema. Retomar la alianza de facto para darle continuidad a la política económica e impulsar otra generación de reformas estructurales, o romper con el antiguo régimen en el eje de su fortaleza y de su capacidad de reproducción. Impunidad, corrupción y ausencia de transparencia es el terreno desde donde se reconstruye, desde los estados, la lógica del antiguo régimen. El resultado, como se sabe, fue ni fu ni fa.
Pero esta alianza de facto se rompió en el ámbito más sensible. La sustitución del director del Banco de México y el nombramiento del primer secretario de Hacienda que no proviene del PRI marca el inicio de la ruptura. La serie de equívocos que desvelaron el acuerdo cocinado entre un sector del PRI y un sector del PAN a través del secretario de Gobernación y el gobernador del estado de México, y después como reacción algunas alianzas estatales entre las direcciones nacionales del PAN y del PRD profundizaron este desencuentro.
¿Qué significado tiene esta ruptura en el ámbito electoral y en el ámbito de la gobernabilidad? En el espacio electoral implica que, para los estrategas panistas, la disputa central de 2012, a diferencia de 2006, será contra sus otrora aliados. Es decir una disputa entre dos variantes de la derecha. El énfasis de esta campaña presidencial estaría puesto en el binomio autoritarismo versus democratización.
En términos de gobernabilidad esta ruptura podría llevar a un ajuste en el gabinete después de las elecciones de julio. Si la apuesta panista va por el lado de alianzas acotadas con el PRD y con énfasis en los vínculos con organizaciones civiles, sería lógico esperar un componente no-partidista en el gabinete recompuesto.
Sin embargo parece difícil avanzar en temas cruciales en el Congreso. Ni la reforma política ni la reforma fiscal ni el conjunto de iniciativas vinculadas con la seguridad pública parecen concitar el apoyo legislativo necesario.
Han perdido la oportunidad de reformar al régimen desde la derecha. Surge en cambio, el espectro de la restauración.
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