Son parte de los 30 mil pandilleros que existen en el área metropolitana de la capital de NL
A punta de pistola o metralleta secuestraron camiones y robaron automóviles para sitiar Monterrey
Jueves 10 de junio de 2010, p. 9
El hasta ahora todopoderoso Héctor Raúl Luna Luna, El Tori, era el dueño y señor de Monterrey hasta que ayer el Ejército logró capturarlo. En represalia, los jóvenes tapados de la Sultana del Norte tomaron la ciudad y la sitiaron en una operación simultánea y logísticamente bien organizada, con 28 bloqueos en las principales avenidas durante cinco horas.
Los tapados han vuelto, o quizá nunca se fueron. Son parte de los 30 mil pandilleros que existen en el área metropolitana de Monterrey, un auténtico ejército de jóvenes desempleados que Los Zetas han sabido reclutar lenta y estratégicamente a base de dinero y droga.
Consumidores invisibles para las escasas políticas públicas de prevención, los tapados –chicos de 14 a 17 años– son desde hace tres años carne de cañón para el grupo de Los Zetas y una milicia disciplinada dispuesta a bloquear las calles, crear caos y asediar la ciudad industrial más importante del país.
A punta de pistola o metralleta secuestraron camiones urbanos y robaron automóviles y camionetas para utilizarlos como barreras a fin de taponar los accesos a las principales arterias de la ciudad.
Que venga el Ejército y los maten a todos
, gritaba un automovilista varado, testigo del operativo a punta de metralleta de los tapados, que sin mostrar miedo alguno subían a los autobuses urbanos para bajar a los pasajeros disparando al aire.
La reacción del ejército juvenil de Los Zetas por la detención de su jefe supremo, El Tori, no se hizo esperar. Durante la madrugada del miércoles ya habían atacado el Centro de Comunicaciones, Cómputo, Control y Comando (C4) en el municipio de García, a balazos y granadazos, pero no era suficiente. Querían hacer más daño y aterrorizar no sólo a la población, sino a las mismas autoridades que mostraron su incompetencia y falta de reacción ante los bloqueos planificados quirúrgicamente a la hora pico, las cinco de la tarde, justo después de la salida de trabajadores y estudiantes.
Por si lo anterior fuera poco, los tapados mostraron su poderío simultáneamente atacando a esa misma hora la Agencia Estatal de Investigación. La ciudad era suya y había que hacerlo notar. Las balaceras al aire a modo de intimidación para los automovilistas más broncos fueron utilizadas en varios puntos de la ciudad regia.
No se vale, dónde están la policía, el Ejército. No hay nadie para defendernos
, se quejaba una madre de familia acompañada por sus pequeños hijos en su camioneta. Las autoridades no se daban abasto; las congestiones de varios kilómetros en los municipios de Monterrey, Guadalupe, San Nicolás de los Garza y Escobedo no permitían que las patrullas llegaran a los puntos neurálgicos de los bloqueos.
Monterrey quedó incomunicada, aislada, atacada exitosamente durante cinco horas por estos jóvenes bautizados en febrero del año pasado como tapados, por taponar las calles, por ocultar su rostro. Tapados por la máscara institucional que esconde su realidad, por el progreso que los deshereda. Ya no son pandilleros, ni mucho menos anónimos. Su nueva identidad les cae del cielo: tapacalles de Los Zetas, narcobloqueadores.
La penuria generacional que los ha condenado a ser albañiles, obreros o desocupados permanentes, como sus padres y abuelos, la pudieron exhibir ayer contra un sistema que los somete a la marginación. Los tapados, a pesar del pasamontañas, del paliacate que ocultaba su rostro, de la camiseta que muchos usaron espontáneamente para esconder sus rasgos, por fin tienen identidad y son noticia.
Para el gobierno, estos jóvenes son narcotraficantes o narcomenudistas, pero su rostro oculto esconde una realidad poco expuesta en la boyante ciudad de Monterrey: la existencia de 200 colonias conflictivas
, con más de mil 900 pandillas. En Nuevo León existen 15 mil jóvenes adictos a las drogas, de los cuales 9 mil son hombres y 6 mil mujeres de 14 a 18 años de edad, que requieren tratamiento médico inmediato de rehabilitación, el cual no se les está proporcionando, según la última Encuesta de Consumo de Alcohol, Tabaco y Drogas en Estudiantes.
Hace tres años, el Observatorio contra el Delito advirtió en su informe lo que ayer vivió Monterrey: Los adictos son como bombas de relojería: si somos capaces de desactivarlas antes de que exploten, le estaremos haciendo un servicio, no solamente al individuo, sino al conjunto de la sociedad
.
Los Zetas han penetrado en cientos de colonias de clase media y baja, cobrando piso a los negocios, atemorizando a los vecinos y controlando a los jóvenes consumidores de droga a base de dinero fácil.
Ayer la orden terminante era acorralar Monterrey, y lo lograron. Los bloqueos afectaron las grandes avenidas que rodean la ciudad: Fidel Velázquez, Manuel L. Barragán, Gonzalitos, Lincoln, Leones, Rangel Frías, Bernardo Reyes… La ciudad quedó incomunicada de norte a sur y de oriente a poniente.
Fueron cinco largas horas para los miles de automovilistas y pasajeros afectados. Las autoridades intentaban calmar los ánimos a base de conferencias de prensa que no pudieron bajar el nivel de tensión y reprobación de los ciudadanos: “Esto demuestra la magnitud de la detención de El Tori”, alcanzó a decir con un mínimo de coherencia el secretario general de Gobierno, Javier Treviño Cantú, incapaz de analizar la situación orquestada por los tapados.
“Cuando se habla de pandilla no se puede generalizar. Hay pandilleros que se asocian porque traen problemas de identidad, de ausencia de amor en la familia; hay otros jóvenes que se drogan, que roban autos; adolescentes que venden piratería, y hay pandilleros –los pocos– que están vinculados al narcotráfico. Tenemos que buscarles fuentes de empleo y esquemas de capacitación”, dice en entrevista Patricia Cerda, coordinadora del Centro de Investigaciones de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), quien advirtió a las autoridades en 2005 que el crimen organizado iba a usar a los jóvenes marginados.
Mientras los tapados se rebelan contra un modelo económico que desde que nacieron los mantiene en la miseria, la indefensión que los regiomontanos viven en los últimos meses ha dejado el centro urbano convertido en una ciudad fantasma a partir de las 10 de la noche. La gente prefiere permanecer en sus casas. Se acabaron las salidas a pasear, a cenar, al cine o al teatro… las calles de Monterrey ya no son de los ciudadanos: ahora tienen otros dueños.