n balón de futbol profesional pesa alrededor de 400 gramos. La cancha de futbol mide 115 metros de largo y 65 de ancho. Veintitrés pares de zapatos corren dentro del campo. Pero el futbol no se define por estos datos. El futbol es danza, puede ser arte, pero también es instrumento de conciliación política.
En África todo movimiento exige un eco como respuesta. Cada baile, cada paso carga consigo un ritmo. El futbol es rítmico, como lo es la vida o una danza tradicional, un lugar donde se descubren sabidurías complejas y se desnudan verdades vestidas de rutina. Muchas comunidades en África sobreviven sin Internet, agua potable o cerillos, pero en pocas no existe un balón con el cual los niños aprenden a soñar en colectivo. Y no falta el audaz infante poseído con la locura de Maradona, a quien nunca vio jugar, e ignora los palmazos y gritos de sus compañeros para innovar el arte de la agilidad.
Fuera de las canchas, donde el sonido tintineante del balón impactando el poste de metal parece no escucharse, un hombre con piernas de mago es capaz de resolver conflictos y poner pausa a una guerra. Durante las sangrientas hostilidades de Biafra, en Nigeria, los bandos enemigos firmaron una tregua para ver a su ídolo, Pelé, jugar un partido amistoso en la capital, Lagos.
Por 48 horas la trayectoria asesina de las balas quedó en suspenso para ver al astro del futbol disparar una bala blanca de cuero al fondo de las redes. La avaricia y la necesidad del petróleo, razón de la guerra, volvió a los nigerianos a las armas.
El imperio inglés determinó gran parte de la geopolítica mundial. Su peculiar entendimiento de las relaciones internacionales los llevó a inventar naciones que no existían y a enemistar a vecinos que compartían los mismos limoneros.
Sobre un escritorio de roble en Europa se extendió un mapa. Con trazos simples y descuidados se eliminó el derecho de los kurdos a conformar una nación, se instauró el estado de Jehová en la casa donde dormía Allah y se dividió un continente sin fronteras en 53 estados. Transformaron a nómadas en esclavos y a sedentarios en ambulantes perpetuos. Pero su generoso
imperialismo dio a los pueblos subyugados algo fantástico: el futbol.
Se dice que lo aprendieron en la China cuando atestiguaron a los asiáticos patear cráneos de enemigos. El inglés, considerándose más civilizado e intelectual que los demás, no contuvo su impulso anglosajón de escribir reglas, marcar líneas y sustituir a la barbarie
por un balón.
Cuando llegaron a Sudáfrica, soldados y trabajadores británicos jugaban futbol mientras los nativos africanos recogían las uvas, cuya esencia llenaría las copas de sus amos después de morir por deshidratación. El africano tenía pocos juegos deportivos, prefería los de mesa, y sólo lo animaba el instinto de supervivencia.
El apartheid fue establecido formalmente en 1910. A consecuencia de eso se despojó a los hombres de piel oscura de muchas libertades, mas no del futbol. El futbol es vida, el futbol es música para el cuerpo. Durante los años 60, en la cárcel de Robben Island, prisioneros políticos como quien a la postre sería el futuro presidente Nelson Mandela fueron forzados a cortar piedra para después lanzarla al mar. Esta tarea les hacia racionalizar la inutilidad de sus vidas.
Entonces los detenidos, hombres encarcelados por sus ideales, lucharon sólo por una cosa: un balón de futbol. La demanda modesta se enfrentó contra la ira de los oficiales de guardia. El dolor de los golpes era físico, el dolor de existir sin balón parecía espiritual. Al final, persistieron y vencieron. Los prisioneros, borrados del mundo en una isla desierta, formaron una liga para recrear la alegría que alguna vez disfrutaron en los campos del continente de su infancia.
A un año del Mundial de Alemania de 2006, Costa de Marfil (oficialmente Cote d’Ivoire) se bañaba en su propia sangre. Una inútil guerra civil inventada por intereses políticos basaba sus argumentos en diferencias étnicas inexistentes. El odio se fermenta demasiado rápido en las mentes poco ilustradas. La población, sin mayor preocupación que llevar comida a su mesa, era dividida con promesas de poder étnico.
Casi seis años de guerra, miles de muertos y tratados de paz inconclusos después, la esperanza de una tregua duradera llegó del lugar menos esperado: la cancha de futbol. El equipo nacional de Cote d’Ivoire logró apaciguar lo que los políticos nacionales y las organizaciones internacionales no supieron cómo. Al conseguir la clasificación a la Copa del Mundo por primera vez se declaró una tregua en el verano de 2006 para que el pueblo viera a su selección participar en el Mundial de Alemania.
Después de la honorable representación de la escuadra nacional en la fase de grupos, los bandos enemigos llegaron a un acuerdo que devolvió la paz al país africano, atrofiado largo tiempo por una guerra innecesaria.
Hoy, el balón tiene una circunferencia de 68 centímetros y esta conformado por petroquímicos. Las botas de futbol están hechas de piel de canguro. Los uniformes son patrocinados por empresas millonarias. La lesión de un jugador estrella cuesta más que repartir pan a todos los hambrientos del mundo. Pero el futbol, hoy en África, es más que sólo esos datos: es vida, arte, es un deporte que provoca mucho más que lágrimas, gritos y sudor de los pueblos en África.