annes, 14 de mayo. Anoche se inauguró la sección Una Cierta Mirada con el estreno de O estranho caso de Angélica (El extraño caso de Angélica), la más reciente –no diremos última– realización del portugués Manoel de Oliveira. Rompiendo todo récord de longevidad creadora, el cineasta de 101 años estuvo presente con su equipo, subió al escenario por su cuenta y se mostró irónico ante la ovación de pie brindada por el público. También calificó como detalle simpático
la presencia de la ministra de cultura portuguesa, quien le lanzaba besos desde su asiento.
Lo de Oliveira es prácticamente milagroso. No sólo por estar activo y lúcido a una edad que no alcanza la mayoría de los humanos, sino también por su capacidad para mantenerse vigente. O estranho caso de Angélica es la historia de cómo un joven fotógrafo (Ricardo Trepa, nieto del realizador) se obsesiona por la mujer titular (Pilar López de Ayala) después de tomar fotos de su cadáver. De tono melancólico y misterioso, la película es la emotiva meditación sobre los implacables efectos del tiempo y el paso a otra dimensión, como podría esperarse de un hombre sabio que advierte cercana su mortandad.
Sería prematuro afirmar que la película significa un cierre digno a una insólita trayectoria, iniciada con el largometraje Aniki Bóbó, en 1942 (el mismo año de Casablanca, para que me entiendan). De Oliveira sí parece alcanzar la categoría de inmortal.
Por otra parte, la competencia encontró su primer título interesante con la sudcoreana Hanyo (La sirvienta), remake de un clásico recién restaurado, dirigido por Kim Ki-Young en 1960. El director Im Sang-soo ha adaptado el thriller melodramático de una empleada doméstica que seduce a su patrón, alterando el orden de un pudiente hogar, convirtiéndolo en una sutil sátira de la vida burguesa de su país. En este caso, la sirvienta titular (una ambigua Jeon Do-youn) no es una femme fatale, sino la víctima de la manipulación clasista de quienes se ostentan como sus superiores.
La acción se sitúa en una improbable mansión de lujo que remite mucho más a una atmósfera occidental. De hecho, los únicos rasgos asiáticos de los personajes se limitan a su físico. Im acentúa ese entorno artificial con una elaborada puesta en cámara que recurre a grandes angulares y complicadas tomas de grúa para conseguir un efecto de fluidez visual. Desde luego, ayudaría un conocimiento más profundo de la sociedad surcoreana para apreciar todos los matices críticos de Hanyo. Pero queda como la película más formalista exhibida hasta hoy en la competencia.
Uno no ha comentado las películas Chonking Blues, del chino Wang Xiaoshuai, ni Tournée, del actor francés Mathieu Amalric, porque sus cualidades resultaron demasiado discretas. Ningún crítico presente ha expresado entusiasmo por alguna de ellas. En cambio, ya se han hecho pronósticos sobre las favoritas a llevarse la Palma de Oro: Another Year, del británico Mike Leigh; Biutiful, de Alejandro González Iñárritu; Copie conforme, del iraní Abbas Kiarostami, y Route Irish, del también inglés Ken Loach. Uno diría que son cálculos prematuros pues, a estas alturas, sólo los seleccionadores han visto todos los títulos.
Por cierto, hoy comienza el desfile de proyecciones mexicanas en la Croisette. Abel, de Diego Luna, se exhibe en una sesión especial. Mañana toca el turno de Somos lo que hay, debut de Jorge Michel Grau, producido dentro del programa de operas primas del Centro de Capacitación Cinematográfica. Y el lunes se estrenan tanto Biutiful, en competencia, como Año bisiesto, del también debutante Michael Rowe, australiano residente en nuestro país. Grau y Rowe participan en la Quincena de Realizadores. El Instituto Mexicano de Cinematografía festejará a todos en su tradicional fiesta playera el domingo en la tarde.