sperando lo abstracto, vamos hacia lo concreto. Nunca como ahora se habían reunido en México el desastre político, económico y cultural con la perspectiva de una calamidad natural.
El planeta algo quiere decir con sus temblores, cenizas, glaciares rotos, ciclones y tempestades. Es el lenguaje de los mundos agraviados por los moradores que engendró en su evolución. Salvo por los glaciares (aunque cada vez hace más frío por el calentamiento), México es lugar de todos los peligros; ya nos enseñaron lo que fue el Chichonal y sus cenizas en 1982, el terremoto de 85, los huracanes Gilberto, en 1988, y Paulina, en 1997. Los terremotos nos andan rondando por el Caribe, el Pacífico sur y por Baja California.
Estamos sintiendo que vivimos en cuenta regresiva, pues siendo el ombligo de las contradicciones, aquí, bajo volcanes, lagos desecados, fallas tectónicas, temas y noticias de la violencia, mentiras judiciales, crímenes horrendos habituales, reformas que no se hacen y las que se legislan sólo son para refrendar que los poderosos seguirán siendo los mismos con sus monopolios, convergen cada vez más la realidad social con el peligro latente natural.
Hoy es más factible y optimista una ruptura por la vía natural y el desastre que por la capacidad de los gobernantes y la clase política para transformar el orden absolutamente disfuncional y anacrónico que rige, pero estorba; que se impone, mas descompone. El peligro verdadero no radica en una naturaleza enojada, sino en la falta de ideales.
La sociedad mexicana bajo el volcán está rota. Es una guerra civil confusa de baja intensidad que se expresa en la cólera política, llena de acuerdos, alianzas ominosas, resurgimientos de tiranías, demagogos, escenografías, mientras se hunde la soberanía y Estados Unidos, nuestro principal negador de visas, ahora se encarga de otorgarlas a todo extranjero.
Para salvarnos, nuestros políticos nos tienen un programa: todo se vuelve fiesta y las conmemoraciones del bicentenario y centenario son luces y feria, en medio de cientos de funerales, milicias sin rostro, gastos de guerra para ejércitos que no tienen vanguardia ni retaguardia, para batallas que no se sabe quién gana ni quién pierde; para una guerra que no sabemos si está empezada, va a la mitad o está terminando.
Pese a la liberación de los medios, la prensa, la radio y la televisión, así como a las imágenes que se reportan desde el centro de las noticias, en México no sabemos nada. Es más, hasta los pronósticos del tiempo tan de moda pocas veces aciertan, y cuando anuncian calor, hay que sacar las bufandas.
Al mismo tiempo, presentimos que viene el desastre que une todo cuando enfrentamos la disyuntiva entre la vida y la muerte colectiva. Es la que puede venir al igual que los movimientos de tierra, la explosión de cenizas y lava, e inundaciones de aguas negras a sepultar todas las debilidades y palabrerías. Presentimos porque no sabemos nada a ciencia cierta, pues hoy la primavera es verano lluvioso y en diciembre hubo inundaciones. ¿Cómo serán julio y agosto? ¿Cómo serán los ciclones y a quién arrasarán?
Hoy, los programas de protección civil están más inspirados en las doctrinas de contrainsurgencia que en organizar y prevenir. La obsesión desde el poder es que los desastres no se conviertan en la base de la organización social, que no se politicen en la idea de cambiar el orden existente. Los desastres desnudan al poder y los intereses, y por ello la idea central de las estructuras de protección civil son apoderarse y controlar desde ahora campamentos, entrega de ayuda, hospitales e impedir procesos de insurgencia civil que cuestionen el orden existente.
Las experiencias de cómo se ha movido el mundo en los terremotos de Haití y Chile reafirman que las doctrinas de control son globales y lo primero que hacen es controlar la información, negando personalidad propia a los damnificados y su organización. En México, luego del terremoto de 85, todo el andamiaje de protección civil y para desastres, incluyendo el Plan DN III del Ejército Mexicano, fue pensado para impedir otra experiencia social democrática como la de 1985 y sus consecuencias que confluyeron en 88, cuando surgieron los principales cambios políticos en México contra la estructura del viejo régimen priísta, pésele a quien le pese.
Para el poder en México, no es prevenir el desastre, sino las fuerzas emergentes que surgen de él. Ése es el peligro latente, pues ya lograron que por la vía de los partidos no pase nada.
Como los presagios que vio Moctezuma, hoy el desastre latente hace en sí una realidad política en el ambiente. El caos y la falta de referencias claras se sienten por todas partes. Pareciera que la única consigna que prevalece es esperar, no al 2010 emblemático ni al 2012 electoral, sino al que la naturaleza mande y el lenguaje del planeta ordene.
Que este pensamiento sirva también para desear el restablecimiento en la salud de Phil Kelly, nuestro Malcolm Lowry de la pintura, que nos ha descrito bajo el volcán, a nuestra ciudad y paisajes en peligro. Que se nos mejore.
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