ace 15 meses, vecinos de la Magdalena Contreras solicitaron una reunión con el Gobierno del Distrito Federal para conocer el proyecto de la supervía poniente, una gran autopista de cuota que conectará el norte a un congestionado sur de la capital, que impactará negativamente una de las zonas verdes del Distrito Federal.
La petición nunca tuvo respuesta, hasta que en la primera semana de abril se anunció su construcción en la sede del GDF, mientras en la demarcación la noticia se conoció en medio de granaderos, que con su presencia amagaron el descontento de los colonos de los 126 predios afectados, la mayoría de la colonia La Malinche.
Pero los agraviados, en este caso, son casi todos sus habitantes, que ven esfumarse el valor de sus predios y tendrán que dejar sus casas. Contreras es una delegación que, pese a la agresión que sufrió en su estructura social, política y urbana en los pasados nueve años, conserva la fisonomía de sus pueblos y barrios. Desde San Jerónimo, donde se concentran los residentes con los mejores ingresos, hasta las zonas altas de San Bernabé y el Cerro del Judío, donde habitan los menos favorecidos. Muchos consideraban la zona como los márgenes de la ciudad, donde las colonias surgieron de pequeños pueblos que fueron alcanzados por la mancha urbana hace más de 40 años, cuando políticos echeverristas la pusieron de moda, por sus grandes extensiones de jardines que no se podían encontrar ya en la urbe.
Junto con ellos llegaron intelectuales, ecologistas, profesionistas y universitarios, clases medias y pudientes que dieron otro matiz a la zona, respetando la vida comunitaria de los contrerenses originarios, familias de comuneros y ejidatarios que poseían miles de metros de tierra.
Sin embargo, desde 1985, el impacto poblacional rebasó la endeble infraestructura delegacional, los asentamientos irregulares se intensificaron, apoderándose de las zonas bajas de sus bosques, como Los Dinamos. Pese a ello, el índice de criminalidad llegó a ser de uno por ciento, no había bancos ni policía judicial, se podía pasear a caballo entre sus empedrados, beber pulque o curado de frutas y comer barbacoa, una de las especialidades del lugar.
Aunque la construcción indiscriminada de condominios de lujo o vivienda media ha provocado la saturación de sus vialidades –acotadas por una geografía rebuscada– que cruzan barrancas, cañadas, empedrados y callejones, los nuevos residentes se han adaptado a las tradiciones de la comunidad. Alterada recientemente por actos de corrupción, nepotismo y escándalos de las dos gestiones anteriores, que han hecho de la jurisdicción un botín económico y político-electoral. Asimismo, pesan ya la criminalidad organizada y el vandalismo, que también se han apoderado de sus calles.
El Instituto de Políticas Públicas de Desarrollo y Transporte, especialista en la promoción de políticas ambientales y proyectos sustentables en transporte, con sede en Nueva York, advirtió, junto con otros grupos civiles, que el proyecto de la supervía incumple los compromisos del Plan Verde del GDF, al privilegiar un modelo con base en la movilidad del automóvil, generando grandes emisiones de monóxido de carbono, entornos sombríos, altos índices de ruido y obstáculos para la movilidad peatonal. Concluye que van en sentido contrario a la recuperación de espacios públicos que ocurre en megaurbes como Los Ángeles, Nueva York, San Francisco, Portland y Seúl, donde han demolido autopistas elevadas para ofrecer movilidad de calidad a la gente. Incluso ciudades de América Latina como Bogotá, de donde se trajo una modalidad de transporte masivo –el Metrobús–, expande sus vías a petición de los ciudadanos, que decidieron conectar el centro histórico hasta los suburbios, teniendo grandes avenidas donde caben muchos autos.
Si se necesita cruzar la ciudad con nuevas vialidades para enfrentar el problema de saturación, ya que, dice el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, están a punto de colapsar, ¿por qué no se pensó en otro medio de transporte menos impactante con la gente y el medio ambiente?
La falta de consenso en las decisiones públicas y la escasa participación ciudadana a través de instancias que la representen realmente son, también en este caso, motivo de debate. No basta decir que el gobernante está para ejecutar acciones al margen de la aprobación de los ciudadanos. Debe recordar que los electores son esos ciudadanos y por tanto sus representados, no sus vasallos, merecen ser escuchados. Las obras que cambian radicalmente el rostro de la capital, y por tanto la calidad de vida de sus habitantes, debieran también estar sometidas a la autorización de un auténtico cabildo que dé voz a ambas partes y concilie soluciones, para evitar imposiciones que no son propias de un gobierno de supuesta izquierda. Sin duda, como dice el espot: estaríamos mejor con López Obrador.