Opinión
Ver día anteriorJueves 15 de abril de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Duelo al sol
E

n su Historia de la eternidad, inconclusa y sin inicio cual requiere su propia lógica, si ésta puede existir fuera del tiempo, Borges escribe no sin divina ironía que, en un mundo de inmortales, ciertas profesiones son condenadas a desaparecer. Desde luego, no se extiende en la evidente supresión de oficios que pierden sentido en este inimaginable universo: ¿para qué un negocio de pompas fúnebres cuando no hay nadie a quien enterrar? Sin embargo, una ocupación, cuya inutilidad parece agravar la ausencia de manecillas y calendarios, retiene la atención borgiana: ¿a qué podrían dedicarse los políticos entre seres eternos? Liberados de sus altruistas funciones de administradores de la cosa pública, la cual obedece a un orden temporal, los hombres políticos revelarían su generoso carácter en esencia histriónico y podrían, en consecuencia, emprender la benéfica labor de cómicos de la legua.

Por el momento, en la fugacidad que me ha tocado en suerte, debo resignarme a la seria retórica de conmemoraciones, centenarios, duelos y festejos. Batallas ganadas o perdidas, pero siempre con honor. Letanía de héroes y próceres que remplazan al santoral con sus metas edificantes y otorgan el sueño sereno de la buena conciencia. Ningún estallido de risa que perturbe el merecido descanso. ¿Los democráticos y bienhechores políticos no trabajan con ahínco para protegernos del mal, epidemias o terrorismo, sea con armas, sea con tranquilizadores discursos? Basta escuchar el bálsamo de sus palabras para sentirse en seguridad, escudados contra abusos y violencias. ¿Qué importan, comparados con sus promesas de bienestar, los pequeños escándalos de alcoba u otros que, después de todo, no conciernen sino a ellos y sirven de distracción en el telenovelón por entregas del noticiario?

Así, con la confianza que da saber a los políticos ocupados como vigilantes padres en nuestro futuro personal, consulto la prensa mexicana. Sin poder contenerme, estallo de risa. Oigo mis carcajadas mientras me seco las lágrimas para volver a leer las declaraciones del señor secretario de Gobernación. Me digo que, sin duda, leí mal. No, en efecto, el muy serio y robusto funcionario exigió al crimen organizado que dé la batalla de frente, porque las autoridades dan la cara en esta lucha. En su reto contra los narcos y demás delincuentes, afirma que nadie se ha hecho menso (de su lado). ¿O qué? ¿Nos ven embozados aquí o nos ven en la sierra o en el monte dando entrevistas?

Ceso de reír, avergonzada: ¿soy incapaz de admirar las altas miras que suponen estas declaraciones? El titular de Gobernación propone dar la cara en una lucha leal, sin engaños, disfraces ni maniobras. Duelo caballeresco y conforme a las leyes del honor. Sólo la costumbre de la bajeza y la corrupción pueden hacerme creer que se trata de una utopía. ¿Por qué el asesino no prevendría a su víctma para darle tiempo de recibir la extremaunción o, si prefiere, tomar una última copa y fumarse, si no teme un cáncer postmortem, un último cigarro? Los asaltantes de un banco, ¿no podrían tener la cortesía de detenerse unos instantes para posar, de frente y de perfil, la cara bien descubierta, frente a la cámara? Los ladrones podrían incluso dar aviso a la policía antes de llevar a cabo el robo de una casa o una cartera. Los narcos, si desean ser recibidos por la buena sociedad, deberán luchar de frente y anunciarse con una tarjeta de visita. Claro que sería dar demasiado trabajo a los servicios policiacos siempre desbordados, pero se podrían imponer reglamentos burocráticos que nunca están de más.

Arrastrada por esta lógica caballeresca, imagino al fornido funcionario, con la mano en la culata de su revólver, en medio de Reforma, bajo un sol de plomo, caminar hacia El Chapo. Silencio, el vuelo de una mosca, el aleteo de una mariposa puede cambiar el destino del mundo, antes de que uno de los dos hombres caiga bañado en sangre, pero con mucho honor.