yer terminaron las vacaciones escolares y, nuevamente, la mayoría de los viajeros abarrotaron los centros turísticos ubicados en las costas del país, que siguen siendo los sitios de descanso por excelencia de los mexicanos y del turismo internacional. No se han cumplido tantas promesas oficiales para diversificar la oferta turística. Pero al reaparecer la semana pasada en los medios, la nueva secretaria del ramo anunció que se propone apoyar destinos vacacionales distintos al clásico de sol y playa. Por ejemplo, se aprovechará el legado cultural y la abundante riqueza natural que México posee. La funcionaria ofrece dar mayor atención al turismo de la naturaleza. En este campo el país cuenta con sitios emblemáticos únicos, lo mismo en Yucatán, Oaxaca, Chiapas, Zacatecas, Jalisco, Michoacán, Sonora y Baja California que en Querétaro, Veracruz, Tabasco, Campeche e Hidalgo.
Mientras se conocen los pormenores de esta nueva visión turística, quienes en las últimas vacaciones visitaron Cancún y la Riviera Maya nuevamente encontraron allí playas. Ambos sitios conforman el principal polo turístico del país, el que atrae más divisas, pero las playas desaparecieron debido a los huracanes Gilberto, Emily y Vilma. El fuerte oleaje y las rachas de viento se llevaron la arena, pues no encontraron las barreras naturales que disminuyen la fuerza de ambos fenómenos naturales. Agréguese la creciente erosión del litoral por el calentamiento global.
Especialmente los últimos 20 años, expertos en temas marinos y los defensores del medio ambiente han denunciado el error de que en Cancún y en la Riviera Maya la mayoría de los hoteles y fraccionamientos se construyan a un paso de las olas, invadiendo muchas veces la zona marítima federal terrestre, destruyendo ecosistemas que sirven para proteger de la erosión marina. Se ha impuesto el criterio del gran capital, trasnacional y del país, y la corrupción oficial. Ese error se expresó cuando desapareció la arena de las playas y el agua del mar afectó los cimientos de numerosos hoteles. No faltaron dueños de estos negocios que enfrentaron el embate de las olas construyendo espigones de concreto o colocando miles de sacos de arena. Así formaron barreras artificiales para detener el oleaje y formar pequeñas playas. Sin embargo, tales construcciones ocasionan alteraciones y daños en otras partes de la franja litoral. Realizar tales obras requiere el visto bueno de la autoridad, pero poderoso caballero es don dinero y doña corrupción.
Hace cuatro años autoridades y empresarios resolvieron reconstruir las playas de Cancún. El primer intento fracasó y nos costó 200 millones de pesos. A finales del año pasado, comenzaron otra vez a traer arena depositada cerca de la isla de Cozumel, con la que se creraron varios kilómetros de playas en la zona hotelera de Cancún y en la franja urbana de Playa del Carmen. El costo de este segundo intento ascendió a mil 200 millones de pesos. Se asegura que las nuevas playas están garantizadas por 10 años, siempre y cuando se les dé mantenimiento, cuyo costo correrá por cuenta de los hoteleros y el gobierno.
De la calidad de las nuevas playas sabremos cuando vengan los huracanes. También, qué tanto se afectó la isla de Cozumel, cuyos habitantes se opusieron a que de allí extrajeran la arena para los rellenos. Privó el criterio de sacrificar la isla (que vive de los cruceros y los visitantes que llegan por barco desde tierra firme) para agregarle valor turístico a Cancún y al litoral del área urbana de Playa del Carmen. Y es que no es lo mismo una alberca con mucho cloro que una playa con olas de mar a la vista.
En cambio, no se crearon nuevas playas en Yucatán, donde las casas veraniegas ubicadas en Progreso y poblaciones vecinas se las lleva el mar. Igual la infraestructura pública. Por la misma causa que Cancún: no respetar la naturaleza. Aunque la historia muestra qué caro resulta atentar contra ella, se sigue construyendo al pie del mar. Con la venia oficial, pues primero son los negocios.