Sábado 3 de abril de 2010, p. a16
A sus 51 años, Madonna Louise Veronique Ciccone Fortin se erige como el más importante referente de la cultura pop.
Una de las argumentaciones sustanciales de tal aserto está en el segmento titulado Rain, de su nueva producción discográfica, donde conjunta artes plásticas, el arte de la danza, el performance, la composición visual como punto de partida para un discurso sonoro, entre otros elementos vastos, conjuntados todos en una concepción operática, el sueño wagneriano rebasado en curva sin peralte, a velocidad de megapixel.
El eje lo mantiene la creación en video realizada por el artista de origen taiwanés James Jean, colaborador de Miuccia Prada, diseñadora de moda, quien a su vez ha incursionado recientemente en producciones operísticas, la más reciente de ellas Attila, de Giuseppe Verdi, con el tenor mexicano Ramón Vargas en el elenco (La Jornada, 20/03/10) y que en esa puesta en escena de ópera monumental que significan los conciertos en vivo de Madonna, se vuelca en un universo creativo que espejea, entre otros referentes notables, las óperas de Tan Dun que la danza butoh que el kabuki, sin que se trate de ninguno de estos entes, sino de una de las fantásticas creaciones del equipo que encabeza la señora mandona Madonna.
La danza de Riki Onodera y Yuki Yoshida, bajo una lluvia láser y sampleos de la rola Here comes the rain again, de los Eurythmics, hace transición con la siguiente pieza en la secuencia del discurso operático: una escultura gigantesca en forma de pistón de acero/hongo postatómico, encierra a la cantante/bailarina/performancera/actriz/et al, quien luego de proyecciones alucinógenas sobre tan singular pantalla de plasma, aparece bajo un manto y sobre un piano acústico entonando el contrario luzbel de la pieza anterior, pues ésta se titula Devil wouldn’t recognize you, mientras la otra se llamaba Prada can be a mantra.
Ese juego dialéctico se esparce lúdico a lo largo de minutos deliciosamente interminables, pues esta deliciosa ópera pop que ni siquiera necesita que el resto del mundo la llame así porque ni siquiera se propuso Madonna que alguien la leyera/degustara de tal forma, contiene tics, guiños, constantes, claridades, los elementos que ya conforman el estilo y la idea inconfundibles de esta artista singularérrima.
A los consabidos vaivenes pélvicos, sus caricias lúbricas al mástil de la guitarra, sus inequívocos contoneos, añade el resto de los elementos de su discurso audiovisual hasta conformar un manifiesto muralístico de las libertades todas: la sexual, la del cuerpo, el libre albedrío como respuesta a un mundo complicado, convulso, compulsivo y harto de sí mismo.
Esas respuestas incluyen abiertas definiciones políticas, por supuesto, pues si bien durante la etapa electoral incluyó imágenes en sus conciertos donde ponía al mismo nivel a Hitler y al candidato republicano John McCain, que le valieron condenas de la ultraderecha estadunidense, que se añadieron a las diatribas vaticanas en su contra, el 4 de noviembre de 2008, en San Diego, California, dedicó el concierto de esa noche a celebrar el triunfo de Barack Obama y a la esperanza por acabar con los males de la sociedad actual: la codicia, el egoísmo, la avaricia, el consumismo...
A todo esto, el nuevo disco de Madonna se titula Sticky & Sweet Tour y es doble: uno contiene la versión en audio y el otro es un devedé armado con las cuatro sesiones inolvidables en el estadio River Plate, de Buenos Aires, además de un documental que muestra escenas íntimas, de trabajo, donde la señora hace demostraciones prácticas y declaraciones puntuales a propósito de sus intereses estéticos, sociales, éticos, artísticos, vitales.
El nuevo, excelente disco de Madonna, es nueva oportunidad de dejar de verla como la pintan mediáticamente las empresas periodísticas meramente lucrativas, para en su lugar pulsar el trabajo de una artista más interesante de lo que la prensa del corazón pudiera siquiera imaginar.