Sábado 6 de marzo de 2010, p. a16
Hay quienes se trepan a los cuernos de la Luna y se marean. Hay quienes cruzan el pantano que media entre el Oceáno Atlántico y El Conejo de la Luna y se manchan y no llegan a su destino. Hay quienes alunizan, posan las plantas desnudas de sus pies en la arena lunática y se sienten tan a gusto, son tan normales allá, que allí se quedan. Esos son los chidos.
Gustavo Dudamel es uno de esos seres arcangélicos.
A diferencia de los efímeros su gloria no es mediática, artificial ni inflada. Es la puritita consencuencia de sus actos. Dharma y Kharma.
Su actividad artística se parece a la de Mozart en cuanto los matemáticos pierden las cuentas de a qué hora duerme, come, viaja, vuela, y a qué hora hace música. Todo el tiempo, porque se mueve, responderían Copérnico y Galileo unísonos.
Además de sus conciertos por doquier, equidistante entre la Orquesta de la Juventud Bolivariana, la orquesta sueca de Gottenburg y su flamante Filarmónica de Los Ángeles, sus grabaciones discográficas ya son más frecuentes que las de los monstruos consagrados, las personalidades capitales del mundo de la música clásica
. Pero ni siquiera es una cuestión de números: la calidad de las grabaciones de Gustavo Dudamel con distintas orquestas está al nivel o más allá de muchos de los grandes maestros.
El ejemplo más reciente esplende en las mesas de novedades discográficas: Gustavo Dudamel. Los Ángeles Philharmonic. The Inaugural Concert (Deutsche Grammophon).
El contenido se puede resumir en una sola palabra: electrizante.
Gustavo dirige a la Filarmónica de Los Ángeles en el concierto inaugural de temporada y de su vida como titular de una orquesta ubicada entre las primeras 10 en el mundo y salta, flota, vuela, gime, deletrea. Y todo eso impacta y suena.
La Primera Sinfonía de Gustav Mahler, contenido espléndido de este dvd, en manos de Gustavo Dudamel, es el nuevo tesoro para los mahlerianos: supera a las existentes de Sir Simon Rattle con sus orquestas de Birmingham y la mismísima Filarmónica de Berlín, y las varias versiones de Claudio Abbado.
Rattle y Abbado son los tutores de Dudamel. El alumno supera al maestro. Y se ubica al nivel de los non plus ultra: esta versión es tan inteligente, sensible, personal, osada como las de Sir Georg Solti y Lenny Bernstein, tan preñadas las tres de pasión y de poesía.
El fraseo, por ejemplo, del segundo movimiento es absolutamente insólito, individual, mahleriano y heterodoxo al mismo tiempo. Es una delicia ver a los atrilistas de la Filarmónica de Los Ángeles, sus nuevos pupilos, fascinados verlo en el podio, siguiendo milimétricamente sus indicaciones con el corazón en la mano y en la otra el instrumento, sonriendo mientras hacen una música tan hipersensible, compleja, que requiere un nivel extremo de concentración.
La calidad de filmación permite disfrutar la acústica espléndida de esta obra de arte que es la Sala Walt Disney, diseñada por el arquitecto Franck Gehry (fotos de su interior y exterior, en esta misma página de La Jornada, cortesía del departamento de prensa de la orquesta angelina). El programa se inicia con una partitura escrita para la ocasión por el maestro John Adams: City Noir, que posee un punto de partida conceptual muy interesante (una historia social de California, desde la perspectiva, con tiempos dislocados, de la literatura fantástica, el cine de Hollywood y las redes sociales), no consigue consistencia semejante a otras obras geniales de este autor emblemático.
Por lo pronto, nuevas espléndidas noticias: ya está en proceso el nuevo disco de Gustavo Dudamel, esta vez con la Orquesta de la Juventud Bolivariana y dos manjares: Sensemayá y La Noche de los mayas, de Silvestre Revueltas.
¡Que viva la vida!