Opinión
Ver día anteriorJueves 4 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Oleanna
D

avid Mamet es sin duda uno de los escritores más importantes de la actualidad, dramaturgo ganador del Premio Pulitzer y director teatral, es asimismo guionista y director de cine cuyas películas llegan a verse de vez en cuando en televisión por cable si no es en estreno en las salas cinematográficas. Algunos de sus escritos teóricos están traducidos al español y pueden consultarse en nuestro país (Dirigir cine editado por El Milagro, que también publicó en antología su obra Glenarry Glen Ross además de los volúmenes publicados por la hispana editorial Debate, como sería Esa profesión de putas). Es por ello que sorprende que se le escenifique poco en México porque fuera de una no muy recordable escenificación de Perversidad sexual en Chicago, sólo se ha presentado Oleanna hace quince años en dirección de Iona Weissberg con las actuaciones de Mónica Dionne y Enrique Singer quien, como director, ahora la escenifica con un renovado punto de vista en la traducción del también coproductor –el otro sería el INBA– Daniel Pastor.

La obra fue llevada a la pantalla por el mismo autor y, a su estreno estadunidense, se suscitó un gran escándalo por parte de algunas feministas. Más o menos por la misma fecha pudimos ver el montaje de Iona que en muchas mujeres despertó los sentimientos duales del rechazo al acoso sexual –del que entonces se empezaba a hablar entre nosotros– y el reconocimiento de que podría ser instrumento de chantajes. Aunque esa primera escenificación de Oleanna, que nos dio a conocer a una joven directora, tuvo muchos méritos, la oportunidad de revisarla con otro enfoque –lo que parece ser ocurre también en Estados Unidos con su actual restreno ya sin los ribetes de escándalo– nos permite advertir nuevos aspectos y matices de este texto tan lleno de sugerencias.

En principio, salta a la vista el problema de comunicación entre esa muchacha no excesivamente cultivada que no entiende los términos usados por el profesor un tanto pagado de sí mismo y autor del libro que la joven no comprende.

El lenguaje es, pues, parte muy importante de la obra y sus posibles interpretaciones dan lugar a las acciones de la alumna que precipitan el drama basado en un equívoco. Pero también la acción escénica muestra esa falta de comunicación, porque, ante las confidencias que se le escapan al profesor, ella intenta decirle algo que le es muy importante pero no logra interrumpir la perorata del docente. Es la primera ironía que va desnudando al verdadero ser del maestro que se ve a sí mismo como un profesor de avanzada, capaz de transgredir los ordenamientos escolares, pero incapaz de escuchar realmente a esa chica que le está reclamando atención, porque está muy ocupado con la compra de una casa nueva y la posibilidad de que le otorguen la definitividad en su cátedra.

Luego está esa sorda pugna por el poder de dos generaciones, entre profesor y alumna, que se esconde tras el malentendido. Es de notarse que, mientras el hombre mayor se siente solitario e inseguro en un mundo académico que semeja una selva, la muchacha se refiere varias veces a mi grupo como un punto de apoyo, y en nombre del cual habla, para hacer ver que son varios los que están en su caso y a los que les ha costado mucho trabajo llegar a la universidad. Los contrastes son también de dos mundos, el elitista del intelectual que va a poseer casa nueva y cátedra y el de esas generaciones de jóvenes para quienes el estudio es un transformador social.

Estas posibilidades y algunas otras se desprende de la mirada que Enrique Singer lanza sobre el texto en una escenificación en que el poder también se delata al estar de pie y moviéndose mientras el otro escucha sentado, tanto el profesor como la alumna en sus respectivos casos. Con una mínima escenografía de Auda Caraza y Atenea Chávez consistente en una plataforma cuadricular que sostiene un escritorio y dos sillas y un plafón que simula techo, con iluminación de Víctor Zapatero y vestuario de Estela Fagoaga, el director traza el movimiento para sus dos actores, Irene Azuela muy bien como la estudiante y Juan Manuel Bernal como el catedrático, mucho más convincente que en otras ocasiones.