Opinión
Ver día anteriorSábado 27 de febrero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Melón

Madera y Un loco como yo

R

ecientemente he podido estar en dos conciertos en el Teatro de la Ciudad, recinto que me parece bellísimo. En el primero actuó Son de Madera, celebrando sus 20 años de vida artística; déjeme decirle, mi enkobio: lo que escuché y vi no sólo me gustó, me emocionó tanto, que desde aquí va mi humilde felicitación y el ferviente deseo de que cumplan muchos años más cultivando esa sabrosura llamada son jarocho.

El segundo estuvo lleno de personalidades y hubo sorpresas; fue la presentación del disco Un loco como yo, del jovenazo Rodrigo de la Cadena, con el sello Continental. Entre las sorpresas figuraron los diferentes grupos acompañantes que estuvieron en el escenario. Después de que Rodrigo nos recordó que la semana tiene más de siete días, apareció Armando Manzanero para regalarnos una actuación campechana, es decir, combinada de nostalgia y actualidad, aderezada con un recuerdo para Álvaro Carrillo con La mentira, en una interpretación muy a lo Manzanero, para terminar a dúo con Rodrigo compartiendo micrófono y piano.

Al principio del concierto, el chavo De la Cadena lució un atuendo que no pude identificar, pues, no sé si estaba vestido de paje, noble de la Colonia o algo así, pero la verdad muy vistoso. Después de pulsar un cuatro puertorriqueño, aprovechó la intervención de un pianista, cuyo nombre desconozco, para cambiar de vestuario. Regresó al escenario con un elegantísimo frac, cubriendo su tatema con sombrero de copa para darnos su versión de un bolero que me encanta. Su letra dice algo así como: te esperaré, que nadie pise tu recuerdo. Poco después pidió la presencia de la elite de cantantes invitadas e invitados para terminar la velada con No, en cariñoso recuerdo a Carlos Lico, a quien Rodrigo guarda gran admiración.

Este concierto me dio la oportunidad de conocer a don Jacobo Morett. La casualidad me hizo ser vecino de asiento de un señor al que he admirado de años atrás. Encontré después de mucho tiempo a Gualberto Castro, a quien admiro incondicionalmente.

Para seguir con personajes que admiro, mi querido asere, le contaré de Orlando Guerra Cascarita, quien por desgracia ha quedado en el olvido, pero cultivó un estilo personalísimo que le dio un giro admirable a la interpretación sonera con carcajadas, dicharachos, dichos con gracia que para su época eran escandalosos y lo hicieron padecer suspensiones de las autoridades cubanas, pero su calidad de cantor está fuera de duda.

Para mi punto de vista llegó tarde, muy tarde, a nuestro país, y aquí falleció. Vaya un recuerdo cariñoso para el que en ausencia tuvo éxitos como Lo último y El caballo y la montura, por sólo mencionar dos de muchos.

Otro gigante, según mi opinión, se llamó Miguelito Valdés y, contra lo que pudiera pensarse, mi admiración no es solamente por Babalú. Hay en mi memoria recuerdos de programas en la antigua XEB de Buen Tono con Margarita Romero y la orquesta dirigida por Rafael Hernández. Años más tarde se volvieron a encontrar Margarita y Miguelito para grabar con Rafael de Paz éxitos de aquellos tiempos, como canta si olvidar quieres, corazón.

Miguelito hizo versiones de Guararé y algo que se llama Qué tal te va, que guarda algo difícil de decir, pero se relaciona con don Mariano Rivera Conde, grabaciones que muestran el talento y capacidad de Pablo Zamora Peregrino, sobrino de Toña La Negra, quien llegó al estudio de RCA Víctor sin saber que se iba a grabar y dejó interpretaciones pletóricas de calidad y, sobre todo, llenas de sabor.

Otro más, llamado Cheo Marquetti, quien por desgracia pasó casi desapercibido en nuestro México, pero que fue un músico completísimo, solamente comprendido por un puñado de los. Y digo soneros, no los que ahora se autonombran así, y en el tiempo en que Cheo estuvo aquí por fortuna los había. Por si a usted le interesa, mi enkobio, van algunos, por cierto, mexicanos: El Viejo Luis, Lalo Montané, Tony Camargo, Luis Cachimba, Julio del Razo, Cabezón Téllez. Por supuesto, me faltan muchos y aquí repito lo que le aprendí a don Jacobo: Alabanza en boca propia se convierte en vituperio. ¡Vale!