Opinión
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Antes y después de 1968
D

esde un primer momento, varios sectores del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) afirmaron reiteradamente que el movimiento estudiantil de 1968 fue fomentado, sostenido y armado por agentes comunistas de la Unión Soviética y de Cuba. Es difícil saber en qué medida inf luyó esta versión gubernamental en una ulterior concepción del movimiento estudiantil del 68 como matriz de las organizaciones guerrilleras urbanas que aparecieron a lo largo de la década siguiente. Es difícil saberlo porque la incorporación de estudiantes universitarios a la guerrilla posterior no fue un proceso automático derivado de la dinámica propia de ese movimiento, que aglutinó a nutridos contingentes de estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y de la Universidad de Chapingo. Una gran parte de los estudiantes que se incorporaron a la guerrilla provinieron de dinámicas diferentes, de una amplia gama de otros procesos políticos y universitarios de Michoacán, Chihuahua, Jalisco, Nuevo León y Sinaloa, sin conexión orgánica con el movimiento del 68.

La guerrilla rural y la guerrilla urbana surgieron de procesos en ocasiones tan aparentemente disímiles como la radicalización de las juventudes comunistas ante las viejas estructuras del Partido Comunista Mexicano (PCM) y del Partido Popular Socialista (PPS) o de la radicalización política de cuadros religiosos. En este sentido, la Liga Comunista 23 de Septiembre es un buen ejemplo del complejo cruce de caminos y de la amplia gama de procesos políticos que desembocaron en la guerrilla mexicana. Raúl Ramos Zavala, su fundador ideológico inicial, provenía de la juventud comunista de Nuevo León; Ignacio Salas Obregón, su primer dirigente reconocido, originario de Aguascalientes, se había formado en la Compañía de Jesús. El nombre de la Liga, por otro lado, no aludió a un movimiento estudiantil, sino al comunismo y a la guerrilla rural de la sierra de Chihuahua encabezada por Arturo Gámiz, Pablo Gómez y Salomón Gaytán; el título de su propio órgano de difusión, Madera, recalcó la referencia a la guerrilla rural chihuahuense, por el enclave de la sierra donde el Grupo Popular Guerrillero intentó tomar por asalto el cuartel militar, proceso que he descrito ampliamente en mi novela Las armas del alba.

El contexto político del movimiento del 68, la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco y, quizás de manera determinante, la masacre del Jueves de Corpus de 1971, constituyeron el referente nítido para muchas organizaciones obreras, campesinas y estudiantiles de que la lucha no podía ser pacífica. El Estado se había mostrado refractario por entero a la inconformidad social; con ambas masacres había hecho saber a todos el destino real de las luchas populares: resignarse a la represión y a la masacre, o intentar el recurso de la vía armada. Pero a pesar del vasto contexto político del movimiento estudiantil de 1968, no podemos reducirlo a la explicación causal de la guerrilla posterior; en la urdimbre de la guerrilla se encuentran hilos que provienen de condiciones anteriores y de contextos diferentes (...)

Fragmento del primer ensayo incluido en el nuevo libro del escritor y colaborador de La Jornada, que el próximo martes comenzará a circular con el sello Debate