Opinión
Ver día anteriorMiércoles 24 de febrero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Pederastia clerical en Irlanda y Alemania
L

os abusos sexuales no fueron actos aislados, tuvieron un entramado que los facilitaron y ocultaron. Tanto en Irlanda como en Alemania, recientemente se han hecho públicos documentos que muestran el desamparo de las víctimas de abusos sexuales cometidos en su contra por clérigos católicos. Casi nadie creyó, en su momento, las denuncias de ataques sexuales perpetrados por quienes gozaban de buena imagen pública debida a su cargo sacerdotal.

En el caso de Irlanda, el ministro de Justicia, Dermot Ahern, informó a finales del año pasado que en el periodo investigado de tres décadas (1975-2004) se documentaron denuncias contra 46 sacerdotes bajo la jurisdicción de la arquidiócesis de Dublín. Igualmente refirió la respuesta que el sistema eclesiástico daba a los señalamientos de los abusos clericales. Patricia Tubella, en El País, resumió bien el modus operandi para que no prosperaran los señalamientos de las víctimas: “La jerarquía católica encubrió sistemáticamente las denuncias para eludir el escándalo, y para ello contó con el apoyo del establishment irlandés y de su atávico servilismo hacia la Iglesia [católica]. En lugar de informar a las autoridades sobre las denuncias de tremendas agresiones, los superiores de esos sacerdotes optaban por trasladarlos de parroquia en parroquia, donde acababan hallando nuevas e inocentes víctimas. Aunque el informe exime de responsabilidades al actual arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin, sí apunta directamente a la responsabilidad de varios de sus antecesores, entre ellos los prelados John Charles McQuaid, Dermot Ryan y Kevin Mcnamara, los tres ya fallecidos. También implica a Desmond Conell, hoy retirado, quien no permitió hasta finales de 1995 que se canalizaran las denuncias contra 17 sacerdotes, si bien las reiteradas quejas recibidas afectaban entonces al menos a 28 clérigos de su diócesis”.

El Informe de la Comisión de Investigación sobre la Arquidiócesis Católica de Dublín consta de 700 páginas y es prolijo en hacer el recuento de la inacción de las autoridades gubernamentales durante el periodo antes mencionado para proteger a los infantes y adolescentes abusados sexualmente, así como señala el encubrimiento sistemático en favor de los abusadores. Por todo esto el ministro Ahern ha tenido que presentar disculpas a nombre del Estado irlandés, por la complicidad que permitió a los depredadores sexuales quedar impunes por sus delitos.

Por su parte, en Alemania, como informa La Jornada de ayer, el mismísimo arzobispo Robert Zollitsch, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, se disculpó ante las víctimas de abusos sexuales realizados por clérigos en colegios católicos del país.

Las palabras de Zollitsch tuvieron como contexto la misa oficiada por la reunión semestral de la Conferencia Episcopal, en la catedral de Friburgo. El prelado, de manera directa, se refirió a la realidad que antes había sido negada: Hemos escuchado en los últimos días y semanas el eco apagado de faltas que datan de hace décadas. La confianza fue violada y destruida de manera atroz. Estamos conmocionados por el comportamiento de representantes de la Iglesia y educadores. Sufrimos con las víctimas, a las que les pedimos perdón.

El común denominador del apabullante número de casos de curas que atacaron sexualmente a integrantes de su grey es que rebasa con mucho la idea defendida por cúpulas clericales, nacionales y de Roma, de que solamente han sido partícipes de los ataques unas cuantas ovejas sacerdotales descarriadas. No ha sido así: el número que inició con unos cuantos casos se fue incrementando en la medida que los depredadores recibieron protección de sus superiores eclesiásticos. Cuando por distintas circunstancias las denuncias llegaron a manos de las autoridades gubernamentales, éstas se negaron a investigar los casos y otorgaron, de facto, fueros e impunidad a los sacerdotes en razón de la respetabilidad de su cargo. Se sospechaba de las razones de los atacados, pero no de los integrantes de una institución poderosa y de considerable capital simbólico.

En Irlanda y Alemania ha sido la participación de la sociedad, su exigencia para que todas las instituciones rindan cuentas, la que finalmente se impuso a la opacidad, a la renuencia a ser evaluada desde afuera, por parte de la Iglesia católica. Ante la ola de indignación social, la decisión de ya no cerrar los ojos frente a una realidad ocultada por décadas, tanto el alto clero irlandés y el gobierno del país, así como la cabeza del episcopado alemán, se vieron obligados a tener que reconocer el papel que jugaron en el escalamiento de los casos de abusos clericales. Los delitos sí fueron perpetrados, no se trató, como reiteradamente soste-nían los altos funcionarios de la Iglesia católica, de ataques gratuitos de sus fúricos adversarios que sólo buscaban desprestigiar a la institución.