sta tarde estuve tres horas estudiando la Allemande de la Quinta Suite de Bach.
Buscaba con ahínco que cada frase musical tuviese su propia coherencia, que sonara tan natural que pareciera ser, digamos: la única manera posible...
Y para lograrlo había que trabajar y mucho. Comenzando por encontrar el tipo de sonido y volumen exactos para definir el carácter general: no muy fuerte, rítmico, pero ciertamente dulce. El ritmo debería siempre prevalecer sobre la melodía, ya que si bien germánica, y en una métrica cuaternaria que poco invita al baile, la Allemande no dejaba de ser una danza.
Sin embargo lo rítmico debía atenuarse con vibrato. No mucho para no caer en el romanticismo decimonónico que me resulta insoportable. Pero tampoco tan ascético que primara lo ancestral, el pulso primigenio, el tambor primitivo. Tenía que ser un vibrato que viniese a decorar, a realzar algunos acordes, un par de giros melódicos inesperados...
Eso venía cavilando de regreso por la ciudad, cuando de pronto veo por la ventana de mi auto a una niña de unos ocho años pidiendo dinero.
Desconcertado ante este súbito regreso, encontré unas monedas y se las di.
Pero al cerrar la ventana y continuar rápidamente la ruta a casa, mis reflexiones habían tomado ya un rumbo muy diferente:
Mientras yo busco la perfección, el mundo se derrumba...
Encerrado en mi cubículo me entrego a la búsqueda perpetua de la inasible Belleza, mientras el agua se acaba, el planeta se calienta, millones de niños mueren de hambre...
Busco el sonido exacto para ese acorde menor, mientras tiembla en Haití...
Y cuando finalmente, acostado en mi cama totalmente a oscuras intento dormir, me asaltan pensamientos de otro tipo:
y si lo que estoy haciendo es exactamente lo que debo hacer?
y si el sonido de mi violoncello de alguna manera desconocida para mí contribuye eficazmente al bienestar de la humanidad?
y si a eso vine al mundo? que tal si ese es mi sino? Mi papel en este complejo crucigrama del cual jamás veremos el todo?
Opto por cerrar los ojos y regreso a Bach...
La melodía llega ahora muy diferente: con el cansancio se ha llenado de bruma, un jardín inglés en otoño...
Sus ritmos han perdido brío, la ausencia casi total de vibrato me reconforta y sus armonías arcaicas y seductoras me escoltan con dulzura a la profundidad de la noche.
* Álvaro Bitrán es violonchelista e integrante del Cuarteto Latinoamericano