s necesario un suspiro; la ciudad es declarada en emergencia por el anacrónico temporal, no encuentran al JJ y a escala nacional la economía es un desastre y la guerra contra el narco sigue errática. El respiro nos lo proporciona un hermoso libro de Ángeles González Gamio formado por docenas de crónicas de la ciudad de México a las que la autora califica como gozosas, y en verdad lo son.
Es una reiterada metáfora llamarle el corazón de una cosa a su centro vital; al corazón se le atribuye ser el depositario del espíritu, de la estética, del sentimiento y de la bondad, frente al cerebro, que deja para sí las atribuciones de inteligencia y razón. El corazón es ardiente, emotivo y sensible; al cerebro se le dejan los calificativos de la frialdad y el cálculo.
La gran ciudad de México, ciudad de ciudades como se ha dicho de ella, tiene, nos lo dice Ángeles González Gamio, un corazón, lo mejor de la urbe, lo que la caracteriza e identifica; ese corazón es el Centro Histórico, hecho básicamente, pero no sólo, de piedra labrada, de armonía arquitectónica, de tezontle, de cantera, de piedra chiluca, de mármoles diversos y también de aire y de luz en las plazas abiertas o en los patios de las casas y palacios.
En su bello libro Corazón de piedra, esta dama sensible y excelente escritora descubre para sus lectores el corazón de la ciudad y nos lo ofrece mediante breves, sentidas y eruditas crónicas y descripciones de lugares de la capital, especialmente del corazón, que ha sido y sigue siendo el centro, el inconfundible primer cuadro
que ningún mexicano debiera desconocer y sí visitar al menos una vez en su vida, como los mahometanos a La Meca.
Y si alguien no tiene oportunidad de caminar a pié por la ciudad, al menos debe de leer el libro que refiero, recién publicado por el cuidadoso Miguel Ángel Porrúa, librero editor, que recoge el trabajo exuberante, sabio y lleno de afecto por la capital, que la autora nos había adelantado ya con artículos en La Jornada y que ahora reúne en un volumen pleno de información, de cariño por la urbe y de descripciones, lo mismo de lugares conocidos, que rincones de barrios y recovecos, a los que nos invita con sus amenas y gozosas crónicas.
Desfilan por las páginas de esta obra lugares famosos por los que todos hemos pasado más de una vez, y otros menos conocidos, pero no por eso menos evocadores. Entre los primeros está, por supuesto, el corazón del corazón: el Zócalo; luego, la imprescindible Alameda y sus alrededores, la Ciudadela, Bellas Artes, Tacubaya y Tepito; y entre los segundos están: el Antiguo Barrio de San Pablo, la Plaza de la Aguilita, la Casa de Don Juan Manuel, la Aduana Vieja, el Teatro Lírico, el salón Los Ángeles y muchos más.
Pero no sólo hay referencia a templos, bibliotecas o plazas. Encontramos también en las crónicas, innumerables personajes de la historia de México, lo mismo de la época de Moctezuma, que de los trescientos años del virreinato o del convulsionado siglo XIX y, por supuesto, del recién pasado siglo XX y del actual, que promete no quedarse atrás en hechos, obras y personajes dignos de la crónica.
Como es su estilo, Ángeles González Gamio no deja de recordarnos que nuestra ciudad está llena de cientos o de miles de lugares en los que se puede comer muy bien, y desfilan por su libro recomendaciones, a veces con el menú prolijamente descrito, lo mismo de modestas cantinas, populares por sus botanas, que elegantes restaurantes de mesa con mantel y meseros de etiqueta.
La ciudad de México ha salido adelante en estas épocas de crisis y de problemas que nos amenazan; el Centro Histórico ha sido motivo de atención especial en los gobiernos recientes, que lo han rescatado de la incuria en que se encontraba por años, y ya podemos recorrerlo nuevamente con orgullo y admiración; la mejor manera de hacerlo es con el libro de Ángeles González Gamio bajo el brazo, disfrutar en vivo las crónicas gozosas y descubrir o redescubrir el bello corazón de piedra de nuestra capital.