Opinión
Ver día anteriorMartes 26 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La reconstrucción haitiana
V

isto con las herramientas que se forjaron tras el sismo mexicano de 1985, en Haití es cada vez más clara la formación y rebase de una sociedad civil que emerge de los escombros como única opción real para la reconstrucción de fondo.

El gobierno de René Préval, así como los criterios impuestos por Estados Unidos y Francia en nombre de la comunidad internacional, tienden a reproducir las mismas condiciones políticas y económicas prevalecientes antes del terremoto: ambos países son el pasado y los intereses para el futuro. Pareciera que sus esfuerzos son deliberados para acallar todo protagonismo e interlocución de esa sociedad civil que se forma y adivina desde lejos, como la única vía de reconstrucción desde abajo y desde los intereses del pueblo de Haití.

En otro contexto, México siguió ese mismo patrón y debate a partir de la reconstrucción y entre las organizaciones de damnificados: establecer los canales de ayuda que permitieran la organización social desde abajo, desde los barrios y vecindades; definir el carácter integral de la reconstrucción defendiendo una visión de la ciudad incluyente y participativa.

En el caso mexicano la movilización social luchó contra la visión y el criterio de un Estado autoritario y paternalista que intentó monopolizar la ayuda y la reconstrucción desde su esencia corporativa. En Haití, en cambio, el gobierno es prácticamente inexistente, y por tanto la sociedad civil necesariamente se plantea disputarle el poder político al imperio y a la oligarquía haitiana. El esfuerzo desde la sociedad civil no sólo radica en la disputa por la gestión, sino para establecer un Estado nacional fuerte que imponga reglas de reconstrucción democrática y haga valer la existencia de Haití como nación. Hay que transitar con velocidad y a profundidad en corto tiempo.

Para demostrar el miedo al protagonismo del pueblo haitiano, basta observar el papel de los medios internacionales, en los cuales los protagonistas noticiosos son los que dan ayuda. A decir de las versiones mediáticas, en Haití no hay un mínimo de cultura comunitaria de organización social previa y el saqueo justifica la intervención directa. El temor a reconocer interlocutores de la sociedad civil habla del miedo de los que buscan imponer las condiciones de la reconstrucción y envía la ayuda internacional urgente a bodegas protegidas y resguardadas ante el temor de que se generen procesos de organización social fuera de su control.

Se necesita un Estado fuerte para expropiar suelo, construir cientos de hectáreas de campamentos provisionales, levantar censos. Lo nuevo requiere un alto nivel de planificación que sólo puede hacerse desde un Estado con respaldo popular, con un sistema financiero que corresponda a las necesidades de la reconstrucción desde abajo y aplique los préstamos para ser invertidos integralmente y no para favorecer la vieja corrupción haitiana, respaldada y condicionada históricamente por Washington.

La construcción de hospitales, escuelas, centros de abasto, mercados, parques, vivienda, está conectada directamente con la manera en que se organizará la estructura política de Haití, y ahí es donde está el nudo de la contradicción: los intereses mayoritarios de la sociedad contra los intereses de los que obstruyen el desarrollo de Haití y son causa de su pobreza.

Es difícil pensar en la reconstrucción en un país donde no había sino destrucción de instituciones y paternalismo global, ahora hecho añicos. La acción de construir desde cero está hoy en la forma de canalizar la ayuda para fortalecer la construcción de ciudadanía, liderazgos nuevos al calor de la experiencia, organizaciones democráticas y un proyecto nacional.

Hay que recordar que también en México muchas fundaciones y algunas iglesias dieron al concepto de sociedad civil un giro en favor del neoliberalismo. Muchos cuadros y activistas con experiencia fueron neutralizados bajo ayudas condicionadas que buscaron despolitizar a las organizaciones emergentes. Por ello hubo en la misma reconstrucción tendencias que se quedaron en el mero asistencialismo, y otras que lucharon por cambios políticos y contra el corporativismo y el clientelismo priísta.

Paradójicamente, y con base en lo que en estas mismas páginas expresó ayer Susy Castor, dirigente de la Organización Política en Lucha (La Jornada 25/1/10, nota de Blanche Petrich), la gran tarea que se debate es el criterio de la ayuda. Los lazos y la sociedad tienen la necesidad de expresarse rápidamente como una fuerza de disputa por el gobierno o, de lo contrario, los intereses imperiales y oligárquicos tomarán el control del Estado y el gobierno para imponer la reconstrucción y hacer uso de la ayuda financiera.

La ciudad de México pasó de la tragedia al optimismo, a las expectativas de mejoramiento y de cambio. La reconstrucción es en sí misma una palanca para el desarrollo que podrá ser en favor de minorías oligárquicas o para construir para la mayoría de los haitianos su soberanía política.