os arrolladores triunfos del PRI en las elecciones de 2009 han marcado la política nacional en estos tiempos. Han empavorecido, en efecto, a sus oponentes (panistas, perredistas y demás) y han embobado a muchos sectores sociales que, aun siendo mayoría, por lo general viven ausentes de la vida política y sólo de vez en cuando prestan atención a sus eventos más vistosos. No se sabe, empero, a cuáles de los primeros, panistas o perredistas, han afectado más. Los blanquiazules dan muestras de haber quedado poco menos que idiotizados por la aplastante derrota que padecieron; los del sol azteca se sienten bien librados, pues los pronósticos eran claramente en favor de su inevitable pulverización.
Los panistas son, ni duda cabe, los más aturdidos. Quién lo dijera, hasta se están volviendo una víctima propiciatoria del oportunismo (ellos le llaman pragmatismo
) de los logreros del PRD que ahora buscan forjar alianzas con ellos. Claro que estamos en un escenario que luce bastante cómico y hasta ridículo. Se ha podido ver que hasta los priístas andan asustados de sus triunfos y no pueden ver con tranquilidad que en el futuro todos los demás les echen montón. Para los perredistas, el hipotético poderío del PRI se ha vuelto una nueva moneda de cambio. Asustan a los aliados apetecibles, en primer término a los panistas, con un cuadro de verdad siniestro en el futuro próximo, en cuyos trazos todos quedan aplastados por ese horroroso tanque de guerra en que se ha convertido el PRI.
Es inútil que alguien trate de devanarse los sesos en una evaluación de las incoherencias ideológicas de esos izquierdistas y sus traiciones a los principios a los que se deben. ¿Cuál ideología de izquierda y cuáles principios? Jamás los han tenido. Parafraseando al viejo John Foster Dulles, ellos sólo tienen intereses y a ellos se atienen. Los chuchos, en el PRD que ellos hegemonizaban, siempre navegaron con esa bandera. Fueron derrotados y su propuesta de que se hicieran alianzas con el PAN o con el PRI indistintamente para combatirlos en donde fueran dominantes quedó sólo en un pronunciamiento muy genérico.
En sus esfuerzos por unificar al PRD y, dentro del Frente, a los demás partidos de la antigua coalición, Manuel Camacho hizo suya esa idea y ahora la sostiene como propia (aunque siempre ha creído en ella, ya desde que intentó convertirse en ideólogo del PRI en los últimos años setenta). Combatir al PAN con el PRI donde es mayoritario y combatir al PRI con el PAN donde domina. Para triunfar hay que aliarse hasta con el diablo. Parece una idea maquiavélica y muy astuta. En realidad, Maquiavelo se horrorizaría de semejante idiotez, sobre todo cuando la sostiene uno que es más débil que los demás contendientes.
Pruebas las ha dado la historia. Hace años, en Nayarit, el PRD apoyó a un empresario priísta, Antonio Echevarría, al que le dio el triunfo como candidato a gobernador. Acabó convirtiéndose en panista. En otros estados de la República se apoyó a empresarios y políticos tradicionales que se hicieron caciques en sus entidades y por ello perdieron el poder (Tlaxcala y Guerrero, que va por esos rumbos). En Chiapas no parece que haya sido un perredista el que ha gobernado. Las alianzas, es la moraleja, se hacen para ganar, no para hacer ganar a los aliados y luego ser traicionados o arrinconados. Y en ello, los principios no entran al baile. Se trata de puro pragmatismo.
El pragmatismo de los dirigentes perredistas y de Camacho (y ahora también de los petistas y convergentes) ha resultado bastante chafa. Lo peor de todo es que logran influir también en sus posibles aliados. En Oaxaca, el senador Gabino Cué está convencido de que sólo puede vencer al PRI aliado con los panistas y hasta otorga su reconocimiento a Calderón. Creo que nunca ha puesto en cuestión la posibilidad de que en un estado como Oaxaca, dominado tradicionalmente por el PRI, el panismo es una hierba bastante extraña y de que haya sido, precisamente, la que le produjo la derrota. Lo mismo ocurre con respecto al PRI en otras latitudes.
En todos lados las alianzas se hacen al golpe (en mis tiempos decíamos al chilazo
) y siempre lanzando caramelos a los posibles aliados, sin analizar mucho si en el juego nos va a ir como en feria y, ciertamente, sin saber qué vamos a ganar de cierto. Los objetivos son derrotar al oponente elegido, el PAN o el PRI. La pregunta será siempre obligada: ¿para qué?, ¿con qué objetivo? No es un objetivo que valga la pena ponerle un ojo moro a alguno de ellos si, a fin de cuentas, no se va a sacar nada y, muy por el contrario, probablemente se salga más debilitados o peor posicionados.
Lo que sí es un dato cierto y comprobado es que esos rejuegos lo único que producen son inconformidades y divisiones en el campo de la izquierda. No sólo son inútiles, sino peligrosos y traicioneros. Desde luego que implican una traición a los principios más elementales, pero eso es lo de menos, cuando está claro que vamos a perder en prestigio político, en coherencia en nuestra lucha y en nuestras mismas posibilidades de consolidarnos de frente a la ciudadanía como una fuerza política confiable y digna de recibir su voto.
Los únicos que van a ganar van a ser los priístas si se pierde o los panistas si gana o se pierde. César Nava se alcanzó la puntada de señalar que a los priístas les andan temblando las piernas ante la posibilidad de las alianzas con el PRD. Por algo deberá ser. Al senador Cué le agradecemos que haya acompañado siempre a López Obrador en sus recorridos por la Oaxaca profunda. Es un hecho, sin embargo, que no le bastó el formidable apoyo político y moral que le dio el líder del movimiento cívico y cree que sólo aliado con el del PAN podrá triunfar. Él y Camacho nos deberían explicar qué ganamos si derrotamos al PRI sólo para que el PAN gane y si derrotamos al PAN sólo para que el PRI gane.
En el movimiento cívico nacional se sabe muy bien que el PRI y el PAN, siendo diferentes entre sí, no son fuerzas políticas autónomas. Ambos han sido cooptados por el gran capital y las fuerzas más reaccionarias de la sociedad mexicana que forman un solo bloque hegemónico de poder. Ahora son recambiables; no son enemigos mortales, como en el pasado, sino socios de una alianza política histórica, desde los tiempos de Salinas. El PAN gobernó pésimamente y los dueños del poder ya no lo soportan. Ha llegado la hora de que deje el poder en manos de su antiguo enemigo y ahora aliado histórico. El PRI se avergüenza de su pasado y abjura de sus principios fundadores. ¿Qué tendríamos que hacer nosotros en una alianza con cualquiera de ellos? No son lo mismo, pero ambos sirven a los mismos dueños del poder. En su ideario político, la sociedad (PAN) y las clases populares (PRI) han dejado de existir. ¿Cómo podríamos aliarnos con ellos? Iríamos derechito al matadero.