o es fácil escribir este artículo. Tras varios años de apasionantes experiencias en las que estuve profesional, política y emocionalmente involucrada, no es fácil encontrar el distanciamiento y la objetividad. Sin embargo, estoy convencida que en este país el silencio tiene complicidad con la barbarie.
Al ser cesada como directora de la Feria del Libro en el Zócalo de la ciudad de México y presionada a renunciar como coordinadora de los programas de promoción de la lectura de la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal (GDF), dejaba un proyecto que gozaba de excelente salud y que había mostrado sus enormes bondades y buenos resultados.
Un proyecto que había incorporado a la lectura a cientos de miles de ciudadanos del DF (posiblemente las cifras rebasen el millón, pero es imposible de precisar) en tan sólo unos cuantos años, utilizando formas novedosas como el programa Para leer de boleto en el Metro, en el que se calculaba que los préstamos a los usuarios de la línea 3 produjeron 5 millones de lecturas de cuentos, piezas en un acto y poemas de 105 autores que viven en la ciudad de México, como Elena Poniatowska, Vicente Leñero, Juan Gelman, Hernán Lara Zavala, Carlos Monsiváis, Thelma Nava, Marco Antonio Campos, Mónica Lavín y Gabriel García Márquez, entre otros.
Se revivió la red de libro-clubes y hubo 222 mil 504 ciudadanos atendidos y 445 mil ocho préstamos de libros. Se retomaron los tianguis de libros, en los que se vendieron arriba de un millón de ejemplares, y se regalaron 134 mil volúmenes en todas las delegaciones; acompañados de conferencias, talleres, lecturas en voz alta, presentaciones y tendederos
de poesía.
Se llevó a nueve hospitales generales y la clínica del sida el programa Sana, sana… leyendo una plana, con el que se alcanzó a 186 mil 735 beneficiarios con entrega de libros en los cuartos de los pacientes, bibliotecas de préstamo a médicos y enfermeras y reparto de antologías en las salas de espera. Al igual que el trabajo que se hizo con 10 mil elementos de la policía y sus familiares con el programa Letras en guardia, donde se editaron 35 mil ejemplares de tres antologías, se realizaron concursos de narración entre los agentes y se dieron decenas de conferencias así como lecturas en voz alta. Lo mismo se inició entre los bomberos con el programa Letras en llamas, para el que se editaron 3 mil libros para circulación entre los mil 500 integrantes del H. Cuerpo de Bomberos. Y estaba en marcha Letras de luz, que alcanzó a 3 mil 545 invidentes, con lecturas en voz alta y una antología en Braille y en tinta.
A principios del año 2009 nos pidieron que cerráramos un programa y tuvimos que abandonar Letras en rebeldía por falta de fondos, aunque había llegado a 15 mil estudiantes de las 17 preparatorias del GDF.
Uno de los mayores éxitos fueron los grandes remates de libros, a los que asistieron 100 mil ciudadanos y en los que se vendieron más de 700 mil libros a precio de súper saldo de 120 sellos editoriales, que ahora están en las manos de algún habitante de la ciudad que lo leerá, salvándolos del triste destino de ser triturados.
Estos proyectos nunca fueron comprendidos por la dirección de la secretaría, eran minusvaluados, despreciados, ignorados, porque estaban ausentes de glamour, no tenían brillo aparente; eran populares, pecaminosamente populares. Incluso no merecieron por parte de la secretaria informarle al jefe de Gobierno que existían. Quizá fue mejor así, porque en la ignorancia me permitieron trabajar.
Me pregunto cuáles fueron las razones reales de mi despido, más allá de las declaraciones absurdas. Pienso que ha sido una combinación de incapacidad para valorar el trabajo, mediocridad que se encubre, incapacidad profesional de la secretaria Elena Cepeda y de sus asesores, además de un conservadurismo ramplón, mezclado con una absurda situación de celos y envidias. En resumen, algo que sucede con peligrosa frecuencia en el G DF donde las cuotas colocan en los lugares no indicados a personas inútiles para la función.
Después de mi cese, la Secretaría de Cultura, como era de esperarse, está desmantelando toda el área de fomento a la lectura. La manera de matarla sin que se note demasiado
es indirecta, para no confrontarse con la opinión pública. En principio, tras mi obligada renuncia no se han renovado los contratos de 14 organizadores y operadores de los programas, el mecanismo burocrático les resultaba relativamente sencillo, ya que todos estábamos, incluyéndome a mí, desde hace tres años, contratados como prestadores de servicios sin ningún tipo de prestación (aguinaldo, seguridad social, vacaciones, etcétera).
Cuatro programas sumamente importantes se encuentran en riesgo: Para leer de boleto en el Metro está paralizado, no tiene fecha ni financiamiento para la próxima antología y ha sido despedido Víctor Ronquillo, quien era su responsable; Letras en guardia y Letras en llamas, los programas destinados a policías y bomberos, han sido privados del hombre que diseñó este proyecto hace muchos años en Neza, el escritor Juan Hernández Luna, y el equipo, desmembrado; el equipo de los Tianguis de libros para leer en libertad ha sido cesado (o no recontratado, si les gusta el eufemismo) incluida Betty C. Sánchez, su infatigable animadora, quien desde hace 12 años había montado la estructura, los contactos y el modelo de operación.
Han nombrado, supuestamente para sustituirlos, a personas que no tienen ni la menor idea de cómo manejarlos y que jamás se han dedicado al fomento a la lectura, por ser parientes o amigos cercanos.
Porque evidentemente, en este mundo de simulaciones, sólo se trata de mantener la apariencia y no el trabajo, porque ignoran cómo estaba calando el programa Letras en guardia en las dos academias de policía de esta ciudad y cómo se había logrado incorporar a miles de agentes a la lectura, a más de que los resultados eran evidentes, porque estábamos logrando que los participantes discutieran el lugar del policía en una sociedad democrática. Cuando la coordinadora interinstitucional, Isabel Molina, pregunta si les parecía importante que leyeran mil 500 bomberos, ignoraba que fueron ellos mismos los que llegaron a nuestras oficinas a pedirnos que si les diseñábamos un programa, ya que pasaban muchas horas de guardia. Se montaron pequeñas bibliotecas, se organizaron lecturas en los cuarteles, se editaron libros que fueron leídos y circularon ampliamente y se realizó un concurso literario.
Intentan destruir los tianguis de libros, este programa que nació desde el PRD-DF y que en estos tres años realizó centenares de ferias del libro a lo largo y ancho de la ciudad, en los lugares más recónditos de las delegaciones, donde no hay una sola librería, o en escuelas y en lugares dónde poníamos los libros al paso de la gente.
Ignoran que el programa Para leer de boleto en el Metro ha sido emblemático, se ha difundido en muchos países y ha sido el modelo en varios de ellos, que desde que empezó hemos logrado acercar a los libros a alrededor de 5 millones de personas.
La secretaria de Cultura argumenta que se encuentra detenido por falta de recursos, pero el año pasado el diputado José Alfonso Suárez del Real pidió una extensión del presupuesto designado a este programa para la impresión de tres antologías (de 250 mil ejemplares cada una) con un monto de 2 millones 800 mil pesos y la propia Elena Cepeda de León decidió que mejor los destinaba a otros gastos (¿cuáles?), cuando estaba por irse a imprenta la antología número 11, con un cuento de Carlos Fuentes, entre otros textos.
Al parecer, algunos de los programas van a seguir, pero ya no desde fomento a la lectura sino en otras áreas, que acabarán por desdibujar para lo que habían sido diseñados. Este es el caso del proyecto de libro-clubes, que lo dejarán como parte de los programas comunitarios, pero que se olvidarán de su esencia, que es el fomento a la lectura. Otros, se librarán de ellos, como el remate de libros, que logramos hacer con un éxito contundente, que será ahora realizado por la Cámara Nacional de la Industria Editorial (Caniem), supuestamente. Ignoran que en los tres remates que hicimos, la Caniem, a pesar que se lo pedimos explícitamente, no quiso ser ella quien invitara a sus miembros y declaró que estaba en contra de este tipo de ventas.
Además, todos estos programas operaban únicamente con dinero federal, que nosotros habíamos conseguido, cabildeando en la Cámara de Diputados los recursos para llevarlos a cabo, ya que la Secretaría de Cultura solamente pagaba el salario de los que trabajábamos en ellos. Nunca le dieron la suficiente importancia como para destinar un centavo a la operatividad de los mismos.
Por si esto fuera poco, en esa zona de desastre que es hoy la Secretaría de Cultura, dominada por la mediocridad, la simulación y el amiguismo, Elena Cepeda se confronta y se niega a acatar la Ley de Fomento a la Lectura y el Libro del DF, publicada el 4 de marzo de 2009. En esta legislación se habla muy claramente que el GDF mediante la Secretaría de Cultura, debe implementar (como lo estábamos haciendo) una serie de programas que permitan promover la lectura en las diferentes delegaciones, en el transporte público y en colaboración con otras secretarías del gobierno. Elena Cepeda de León declaró en una reunión de coordinadores que echaría atrás esa ley, ya que no le gustaba (habría que decirle que los secretarios no eliminan leyes) y en su informe ante la Asamblea Legislativa del Distrito Federal les pidió a los diputados que la adecuaran a las necesidades de la secretaría y no a intereses personales
. Mucha importancia me da cuando yo no conocí esa ley hasta el día en que fue aprobada.
Entonces me pregunto por qué desmantelar una serie de programas que estaban dando muy buenos resultados y que se ajustaban no sólo a la ley, sino a las necesidades de la población a la que estábamos llegando. ¿Por qué cambiar todo? ¿Porque no eran sus
programas? Tantos años quejándonos del PRI que acababa con todo al final del sexenio.
Es terrible que un gobierno de izquierda tire por la borda todo este esfuerzo de varios años para fomentar la lectura, que sabemos que sólo su continuidad podrá dar resultados y con esto llegar a sectores absolutamente marginados, para adquirir el hábito fundamental en la construcción de una nueva ciudadanía. Pero según se ve a la secretaria de Cultura no le parece importante dar estas armas al pueblo y quizá tenga razón en la percepción que tiene de sí misma, que la hace sentirse segura en su cargo, como ella dice: por ser esposa de quien es, cuota de género y monedero del GDF.
Al forzar mi renuncia, la secretaria de Cultura argumentó que los conflictos que teníamos eran personales. Pero no es así, se trata de un problema político, de dos visiones contrapuestas del servicio público. Es un problema de saber para quién trabajamos, a quién servimos: al pueblo o a una burocracia autocomplaciente que se siente propietaria de las instituciones.
Y una nota optimista, mientras el jefe de Gobierno se decide a pedirle su renuncia a la secretaria de Cultura, los escritores que participaron en los programas, los libreros y editores, el equipo operativo y de coordinación, hemos decidido continuar los Tianguis de libros para leer en libertad fuera de la secretaría. Desde la sociedad civil, donde nacieron, seguiremos organizando estos eventos, sin rebajar un ápice sus contenidos, ofreciendo libros baratos o regalados a los ciudadanos del DF. Nada puede impedirlo, somos los que los creamos hace una docena de años, los que en su día los pusimos bajo el ala de la Secretaría de Cultura y hoy se los quitamos, porque no se puede permitir que destruyan este esfuerzo.
Nos veremos a fiales de enero en la calle, nuevamente.
*Promotora cultural