n el 80 aniversario del maestro David Ibarra Muñoz es justo rendirle homenaje a un ser humano de excepción y a uno de los mejores economistas del continente, por su entrega a las mejores causas de México y de América Latina aunado a las virtudes que le caracterizan: talento, capacidad, integridad, honradez, rectitud, entrega, compromiso social, congruencia, rigor y patriotismo que en su caso son verdaderamente ejemplares. Por ello y por su conducta intachable y por su sabiduría, por ser un paradigma de verticalidad y nacionalismo lo consideramos un orgullo de México.
Son testimonio de este reconocimiento los dos tomos del libro Pensar a David Ibarra Muñoz de próxima aparición, que contienen una antología compilada por Joel Hernández Santiago y un conjunto de ensayos escritos por personalidades también de excelencia que, como sus pares orgullosos, le hablan de frente respecto del ámbito, los esfuerzos, las enseñanzas, el significado, los logros, los retos, las repercusiones y la trascendencia de su obra en la vida pública, como economista y maestro de gran rigor académico, como intelectual y crítico de sobrada solvencia y madurez, como pensador, analista, ideólogo y filósofo avanzado, como administrador y político comprometido, como estratego de altísimo rango y, en síntesis, como el gran hombre de Estado que es David Ibarra Muñoz.
Cual Ave Fénix, el maestro Ibarra transitó desde las aulas de la Universidad Nacional, la Universidad de Stanford, en California, la División de Estudios Superiores de la Escuela Nacional de Economía de la UNAM y la Comisión Económica para América Latina de la ONU (CEPAL), hasta llegar a la cima al ocupar la titularidad de la Secretaría de Hacienda y Crédito Publico, Nacional Financiera, Banco Nacional de México y Petróleos Mexicanos, donde pasó muchos años como coordinador de asesores del director general.
Autor de libros, ensayos y artículos de gran calado, recorrió los países de América Latina y el Caribe donde se le recuerda gratamente por las huellas positivas a su paso, siempre con un claro y permanente compromiso reivindicador para con los que menos tienen, en busca del eslabón perdido que permita lograr el ansiado desarrollo integral y democrático que empuje hacia adelante a nuestros países, precisamente para revertir las tendencias de injusticia y abandono. Esta ha sido y es su preocupación fundamental. En esto por supuesto que David Ibarra Muñoz es fundamentalista.
Supo abrevar del conocimiento de los grandes. Con ellos y con la inmensa mayoría de quienes le honran con sus ensayos del libro que está por divulgarse, sin pretenderlo, el maestro Ibarra contribuyó a la conformación de lo que ya se conoce como la escuela mexicana de economía: Manuel Aguilera, Francisco Javier Alejo, Luis Ángeles, Salvador Arriola, Carlos Bazdresch, Rodolfo Becerril, David Colmenares, Rolando Cordera, Mauricio de María y Campos, José Andrés de Oteyza, Luis Enrique Figueroa, Antonio Gazol, Ángel Gurría, Casio Luiselli, Carlos Martínez Ulloa, María de los Ángeles Moreno, Jorge Eduardo Navarrete, Guillermo Ramírez, Humberto Roque Villanueva, Jaime Serra, Leopoldo Solís, Francisco Suárez Dávila, Jorge Tamayo, Carlos Tello, Ramón Carlos Torres y José Woldenberg.
Llega a los 80 no sin vicisitudes o carente de sufrimientos; sin embargo, son mucho más las satisfacciones y las alegrías que lleva a cuestas el otrora ríspido profesor de planeación económica al que muy pocos alumnos le sacaban calificación aprobatoria, aquél personaje adusto de los anteojos de fondo de botella que exigía que su gente supiera arrastrar el lápiz y tuviera azotea, al referirse a saber escribir y tener un coeficiente intelectual aceptable. Satisfecho debe sentirse quien obtuvo orejas y rabo en las legendarias y maratónicas comparecencias en la Cámara de Diputados cuando se desempeñaba como secretario de Hacienda, y tenía que acudir cada año a defender su Ley de Ingresos o el naciente impuesto al valor agregado que tantos dolores le causó como instrumento modernizador de la reforma fiscal de entonces, junto con los incrementos al impuesto sobre la renta, el fortalecimiento de la banca de desarrollo, la modernización que compactó la banca comercial y la hizo múltiple, más el convenio de coordinación fiscal con los estados, elementos que lo ubican como uno de los cinco secretarios de Hacienda que destacan como reformadores fiscales en la historia de nuestro país. Los otros, según nos indica una investigación histórica del también destacado economista Francisco Suárez Dávila fueron Romero, Limantour, Pani y Beteta el mayor.
Impulsor del financiamiento y la productividad en el campo, y promotor de una política industrial, se ha distinguido por la defensa de Petróleos Mexicanos y por una reforma energética modernizadora pero nacionalista; por el replanteamiento de la casi desmantelada banca de desarrollo, y porque nuestro país vuelva a la senda del crecimiento mediante el impulso de la inversión productiva nacional y extranjera, del empleo y de la infraestructura. Propone programas sociales profundos, mayores gravámenes a quienes más ganan y la ampliación de la base gravable. Firmes son sus reclamos a los estragos ocasionados por las políticas neoliberales que con la complacencia gubernamental han asfixiado la economía popular.
Hoy a los 80 don David Ibarra Muñoz es un hombre lleno de sencillez, sabiduría y lucidez, que conserva los valores y los principios que le forjaron su personalidad, se mantiene admirablemente actualizado, exigente, vigoroso.
La crisis financiera mundial que estallara a finales de 2008 le dio la razón por sus señalamientos oportunos y valientes en previsión de la caída más estrepitosa de los paradigmas neoliberales y ultraconservadores, lo mismo que por sus propuestas de solución que curiosamente se aplicaron con puntualidad en los mismísimos Estados Unidos. El Estado poniendo orden y estabilidad para regular al mercado y salvar a la economía.
El antiguo y brillante profesor de economía terminó por imponerse con sus análisis, su diagnóstico, sus pronósticos y sus remedios para salir de la crisis. Qué lástima que en México los panistas que gobiernan desdeñan el conocimiento y la historia, o quizá en palabras del maestro Ibarra es que carecen de azotea y de visión. No es casual que el número de pobres en México se haya incrementado en más de 4 millones en lo que va de la administración del presidente Felipe Calderón. Luego entonces el mejor homenaje a don David Ibarra Muñoz será cuando se reviertan las tendencias y se acabe por lo menos con la pobreza extrema que tanto nos duele y avergüenza. Un instrumento sería la nueva reforma fiscal que, como sabemos, es asignatura pendiente para los mexicanos.
Honor a quien honor merece.