n la Sala Nacional del Palacio de Bellas Artes están ahora algunas de las mejores pinturas que Manuel Felguérez ha realizado a lo largo de su trayectoria y –verdad sea dicha– todas son recientes.
La que abre el conjunto, Orden suspendido, resumiría el contexto de la exposición, aunque el título de la misma es Invención constructiva y obedece a la curaduría de Jorge Reynoso Pohlenz y de Alberto González Torres, comisario de la muestra México abstracto en el Centro de Arte La Regenta, en Canarias, donde Felguérez tuvo presencia individualizada.
Este cuadro, estupendo, no tiene buen tiro visual y además los letreros le estorban en alto grado.
La Sala Nacional congrega obras de gran formato que resumen mejor que cualesquiera otras el grado de sabio manejo que dentro de lo abstracto
, así, entre comillas, ha alcanzado Felguérez. No hay nada simple en ellas ni tampoco nada obvio, antes al contrario, su complejidad sumada a factura cercana a lo impecable, las hacen clásicas en el contexto de este reciente milenio.
Los planos anteroposteriores, sumados en ocasiones al énfasis en ciertos detalles efectuados en perspectiva, hacen de las mismas otra etapa de sus quehaceres, que admiten, desde luego, su propia retórica.
Así es el Sin Título, de 2007, que bien podría denominarse El sacrificio de Jackson Pollock dado el uso de grafismos muy delgados, dibujísticos, automáticos si se quiere, presentes en otras piezas recientes. En este cuadro hay algo así como un choque de opuestos en el centro, y lo que llamo grafismos son chorreados finísimos over all.
De hecho, no hay que parar mientes en los títulos: otro gran cuadro se titula Clausura de la esperanza, de 2009, y no clausura el ancla que es su emblema, porque no hay tal.
Dos obras de formato mediano colocadas en mampara contrastan con los grandes lienzos. Desde mi punto de vista, sirven para establecer distancia entre una etapa anterior y la que mejor luce la Sala Nacional, que es la más lograda. Sólo que la iluminación en el muro sur, defectuosa, impide buena visión de otra gran obra: Acción ritual, 2004, que se plantea como un escenario atravesado por un arco disparado de extremo a extremo. En La noche de la iguana, 2008, lo que llama la atención es la desviación de una paleta felguereziana prototípica, pródiga en pigmentos de origen natural, que aquí deja espacio a una zona azulada. ¿Por qué ese título?, se antoja que por romance literario. La película de Houston es de 1964 y el protagonista es un cura alcohólico, según la pieza teatral de Tennessee Williams, pero el caso es que fue filmada en Puerto Vallarta y allí Manuel y Meche Felguérez habitan por temporadas –sin que él deje el ejercicio de la pintura– en una construcción que permite tener panorámica de la bahía.
Esa casa-estudio es un buen ejemplo de invención constructiva
, pues se desarrolla escalonada aprovechando al máximo un terreno de muy escasas dimensiones.
Hay un brinco considerable, en la propia Sala Nacional que, a mi criterio, no alcanzó equilibrio, salvo por el hecho de que allí se colocó una de las mejores esculturas elegidas para exhibición. Va acompañada de un conjunto de obras que pertenecen a la serie La superficie imaginaria, misma que, con todo y las formas geométricas, supuso un corte a la investigación que dio lugar a El espacio múltiple. De éste se exhiben algunos cuadros de los pintados con laca automotiva, vecinos a deliciosas obras de pequeño formato que todavía son tributarias del mismo, aunque rehuyen los colores planos y delimitados capaces, sin embargo, de lanzar hacia afuera un par de tubos como bocas de cañón.
Esta selección está bien ideada, pero en cambio me pareció innecesario reproducir los diagramas por computadora entresacados de La máquina estética. La gente pasa por allí sin apenas dedicar una ojeada. Pero esto sin duda complació a curadores y artista, a despecho de ausencias que fácilmente pudieron integrarse.
Otra falla consiste en que las salas Westheim y Justino Fernández en la planta baja no se visitan. Lo congregado en esta última, señaladamente el cuadro En busca de la gaviota (colección MAM), que supone un icono de la llamada Ruptura
, es pasado por alto, lo mismo que el excelente ensamblado de 1959 que funciona como prolegómeno al mural del cine Diana. Este espacio, donde se encuentra igualmente El gabinete del Dr. Caligari no está señalizado y con suma facilidad se pasa por alto, tan es así que las respectivas custodias alegremente se sorprendieron con la irrupción de espectadores.
En la sala Westheim se exhiben cortometrajes, acompañados de una retrospectiva de carteles y de una serie entrañable de fotografías.