S
obre advertencia no hay engaño
, dice el dicho, así que si en el sexenio 2012-2018 nos gobierna la opacidad, la arbitrariedad y el abuso sólo se llamará a sorpresa el desmemoriado o el hipócrita. La decisión de los legisladores del PRI de entregar dilatados recursos a los gobernadores y al mismo tiempo bloquear los mecanismos que los hubieran obligado a rendir cuentas y transparentar el destino de su gasto, es una pista de cómo gobernarán si vuelven al poder.
De los priístas puede decirse lo mismo que dijo el príncipe de Talleyrand de los aristócratas franceses cuando volvieron del exilio adonde los mandó la Revolución: Ils n’ont rien appris, ni rien oublié. Así ellos, los priístas. No han aprendido nada, y tampoco han olvidado. No actúan como si la derrota no hubiera ocurrido, sino con la arrogancia del perdedor que sabe que el tiempo le dará la oportunidad de volver, aunque sea por las malas razones. Así que lo harán, pero con deseos de vengarse del partido que los venció, así como de los ciudadanos que les dieron la espalda. Su comportamiento en los gobiernos estatales y en el Congreso indica que su objetivo es la pura y simple restauración con un toque de venganza.
Me atrevo a hacer esta profecía tan pesimista porque el mismo PRI no ofrece ningún indicio que nos invite a mirar su posible regreso al poder con entusiasmo. En primer lugar, no ha hecho una autocrítica. A diferencia de todos los partidos que pierden elecciones y que se someten a un examen de conciencia para encontrar las causas de la derrota, hasta ahora el PRI no ha asumido su responsabilidad en los resultados de 2000. Se ha limitado a consolar a sus candidatos derrotados, acogerlos con ternura en su seno y hasta premiarlos, como si quisieran compensar el rechazo del pueblo. Han denunciado a los traidores, pero no ha habido una revisión concienzuda de las razones que dentro del propio PRI explican ese rechazo popular. En consecuencia, tampoco ha habido cambios ni reformas de ninguna naturaleza, ni siquiera una renovación generacional –a no ser por los jóvenes gobernadores. Sin embargo, ¿dónde están los reformadores, los jóvenes turcos, los Carlos Madrazo del siglo XXI? Los jóvenes priístas se han mimetizado con el PRI existente, y hoy son viejos prematuros. Confiados en que el descontento con los gobiernos panistas será impulso suficiente ni siquiera buscan integrar una plataforma renovada, atractiva, no proponen nuevas ideas, sólo viejas fórmulas. No hay discusiones ni debate, ni siquiera un simple intercambio de ideas, sólo reacciones al entorno. El PRI de hoy se parece como una gota de agua al PRI de ayer, menos la delgada capa tecnocrática que emprendió en los ochenta las últimas reformas económicas y políticas profundas en el país.
Exagero. Ha habido novedades. La más importante, y la más escandalosa, es la renuncia del PRI a los principios del Estado laico, una de las pocas tradiciones que podían todavía ganarle apoyo y que lo diferenciaban del PAN. El papel que han jugado los priístas de los estados en la contrarreforma en relación con la despenalización del aborto parecería ser el único arrepentimiento al que están dispuestos. O ¿cómo podemos interpretar su voto sobre este tema en los congresos locales? Es una ironía. Se arrepienten de haber votado leyes progresistas, que protegen y defienden los derechos de las mujeres; pero no se arrepienten de sus errores del pasado, de la descomposición del aparato partidista que se aceleró en los años noventa, de las malas decisiones de gobierno, tampoco del dispendio en que incurrieron e incurren –sobre todo en publicidad–, o de su incapacidad de renovación ideológica o programática.
Sobre advertencia no hay engaño. ¿Cómo gobierna Ulises Ruiz en Oaxaca –como ha tenido a bien recordarnos con los anuncios televisados que se transmiten en el Distrito Federal, de su quinto Informe de gobierno–? ¿Qué promete el desvergonzado nepotismo del gobernador de Coahuila, Humberto Moreyra? ¿Cuánto nos costaría a nivel federal el culto a la personalidad que sin pudor alguno promueve Fidel Herrera en Veracruz? ¿Estamos preparados para que el Diario Oficial sea desplazado por las revistas de celebridades como Quién y Caras en un futuro gobierno del encopetado Enrique Peña Nieto? ¿Qué nos espera de un partido cuya actuación en el Congreso está movida única y exclusivamente por intereses particulares, que no son ni siquiera los de los priístas, y cuyo potencial depende sólo de los errores del gobierno en turno?
En el pasado el PRI no tenía voluntad porque estaba sometido a la autoridad del presidente de la República. La mayor tragedia que le ha ocurrido a ese partido no es tanto que haya perdido la Presidencia de la República, y con ella el norte de sus acciones, sino que la han sustituido con los cabilderos de poderosos grupos de interés, de líderes empresariales y obispos; son ellos los que dictan las propuestas de los priístas, eligen a sus representantes, determinan su orientación.
Hay quien piensa que nunca es demasiado pronto para hablar de sucesión presidencial. A inicios de la segunda mitad del gobierno de Felipe Calderón el tema parece más bien una excusa para no mirar de frente lo que está pasando aquí y ahora; es una manera de escapar a la urgencia del presente. Sin embargo, es desde ahí que miramos al futuro, y la práctica priísta que se observa es en sí misma una advertencia tan descorazonadora como pueden ser los gobiernos panistas, o la pedacería a que ha quedado reducida la izquierda. En esas condiciones y para que 2012 no sea una fatalidad, el trágico destino de la transición, se impone una nueva reforma electoral que abra la puerta desde ahora a nuevas formaciones políticas jóvenes, novedosas, independientes y ágiles.