Génova
a prolífica filmografía del británico Michael Winterbottom (Camino a Guantánamo, Código 46, Nueve canciones y otros 14 títulos en menos de dos décadas) ha explorado géneros muy diversos, del thriller a la ciencia ficción, de la comedia al cine político, pasando también por la adaptación de textos literarios. Los resultados desiguales no merman demasiado la reputación del realizador como estupendo narrador de historias. Génova, su película más reciente, ofrece la crónica de un duelo familiar centrado en las vivencias alucinadas de una niña de 10 años. Con notable economía dramática, el director presenta en una breve secuencia, previa a los créditos iniciales, el accidente automovilístico que acaba con la vida de Marianne (Hope Davis), y del que sobreviven sus dos hijas acompañantes, la adolescente Kelly (Willa Holland) y la pequeña Mary (Perla Haney-Jardine), quien se siente culpable de lo ocurrido.
En un intento por hacer más llevaderos para sus hijas los efectos de la tragedia, el viudo Joe (Colin Firth), residente en Chicago, acepta un trabajo de profesor universitario en Génova para buscar ahí un refugio ideal (inmersión en el esplendor histórico, en la tranquilidad mediterránea) y el inicio de una nueva vida familiar. La cinta se demora en la descripción de la ciudad y en los previsibles contrastes culturales; lo hace apoyada en una fotografía, una edición y una banda sonora estupendas. La ciudad se vuelve rápidamente el barómetro de los estados de ánimo de los protagonistas: a ratos se le ve luminosa, como el despertar sexual de la joven Kelly con un pretendiente local, y muy a menudo sombría, como la niña que se pierde en los meandros y callejuelas de la vieja ciudad, en busca de su madre, que espectralmente la espera a la vuelta de alguna esquina. El director maneja con acierto este elemento sobrenatural que en manos menos diestras habría sido un efecto barato. No hay destreza semejante, sin embargo, en el tratamiento de tramas secundarias, como los fugaces e inconsistentes amoríos que viven Kelly y su padre, que restan fuerza a la historia. Basta comparar la acumulación anecdótica de Génova para su descripción del duelo con la adaptación magistral que de una novela del británico Russell Banks hace el canadiense Atom Egoyan en Dulce porvenir (The sweet hereafter, 1997), soberbia radiografía de una comunidad impactada por la tragedia de un autobús escolar devorado por la nieve, para medir la distancia que hay entre una película eficaz, correctamente narrada, y una obra con múltiples niveles de interpretación e intuiciones formidables.
Una vez planteado el conflicto de culpa de la niña Mary y el perturbador hechizo que sobre ella ejerce la figura de su madre, lo que resta es el prolongado esfuerzo de su padre por rescatarla del naufragio total. A pesar de interpretaciones meritorias, los personajes carecen de la complejidad dramática suficiente para hacer de Génova una historia intensa o memorable, en todo caso a la altura de lo que Michael Winterbottom ha sabido ofrecer en mejores ocasiones.