Desgracia
na exploración del lado oscuro de la naturaleza humana. Desgracia, novela del premio Nobel sudafricano, naturalizado australiano, JM Coetzee, ha suscitado desde su aparición, en 1999, múltiples controversias, tanto políticas como morales. Su tema central, el abuso sexual al que un profesor de 52 años somete a una joven 30 años menor que él, sin mostrar después arrepentimiento alguno, ni siquiera frente al cuerpo académico que certifica su deshonra, encendió la polémica por situarse en el contexto de un país, Sudáfrica, donde la memoria del apartheid sigue aún viva, y porque el acoso y abuso los comete un hombre blanco sobre una joven mestiza, lo que no deja de agitar viejos fantasmas de dominación colonial que invaden la esfera de la vida privada.
En Desgracia, el realizador estadunidense radicado en Australia, Steve Jacobs, adapta de manera muy fiel la novela del también autor de Esperando a los bárbaros, y describe de modo lacónico el drama que vive el profesor David Lurie (John Malkovich) cuando visita a su hija lesbiana en la granja que ésta administra, y ambos son víctimas de agresiones de tres jóvenes negros, cuyo saldo es la violación colectiva de la joven. Esta desgracia familiar, reflejo agigantado de la deshonra que sufre el académico sensualista y cínico, marca el inicio de una larga crisis moral que sacudirá profundamente las convicciones del hombre afectado, admirador de Lord Byron. Una de sus certezas intelectuales es el abandono sin reparos a las exigencias de la carne, al soslayar toda noción de responsabilidad moral. En su opinión, el hombre posee el lado oscuro de la bestia, y la sociedad tendría que limitar al aspecto jurídico la condena de cualquier exceso suyo, y aún así, añade, ningún animal aceptaría la justicia de ser castigado por obedecer a sus instintos
. La falacia del razonamiento queda expuesta cuando él mismo y su hija padecen la barbarie sobre sus propios cuerpos, aunque la reacción de cada uno ante los hechos termina siendo diametralmente opuesta.
John Malkovich interpreta con brío el papel del libertino impenitente y la confusión que lo orilla a un arrepentimiento tardío. Sin embargo, es Jessica Haines quien domina la cinta con su manera de transmitir la personalidad compleja de Lucy, la hija incapaz de condenar en los hechos a sus agresores y que admite la necesidad de convivir con ellos en un paradójico arreglo de intereses. Este arreglo resume las dificultades y compromisos de convivencia interracial en la Sudáfrica actual, algo que derriba, una vez más, las frágiles convicciones del académico engreído. El panorama social que muestra la película es desolador, como lo es también el espectáculo de la miseria sexual reinante. Queda apenas un acento de humanidad en la generosidad de la mujer madura que practica la eutanasia a los perros de la granja. La realización de Jacobs es correcta y no ostenta mayores distinciones formales. Un mérito de esta adaptación cuidadosa será sin duda incitar al espectador a descubrir, con una gratificación mayor, la sutileza y lucidez de esta novela implacable.