El Estado mexicano tiene una deuda con la zona norte, sostiene Carlos González
Mediante ocho ensayos describe cómo se reafirma la hegemonía estadunidense
El historiador documenta en un libro, más que un hallazgo, una pesadilla
Martes 10 de noviembre de 2009, p. 6
La insatisfacción de ver que la frontera, como escenario de privilegio para entender las relaciones entre los dos países, nunca adquiría un papel protagónico
llevó al historiador y antropólogo Carlos González Herrera a escribir La frontera que vino del norte (editorial Taurus). Por ello en mi libro el puente para cruzar de una ciudad a otra, el ritual de cruce y de vigilancia, los actores que toman parte en esos rituales, se vuelven más importantes que los presidentes, los jefes militares o los hombres del dinero.
La obra mezcla historia tradicional con estudios de colonialismo y textos de salud pública para ofrecer ocho ensayos que describen la frontera no sólo como el espacio que nos separa del vecino poderoso y abusivo, sino como el filtro que define lo permitido de lo prohibido, como un laboratorio que reafirma la hegemonía de Estados Unidos, donde se ha incubado un racismo científico para dar validez a prácticas humillantes.
El libro ha sido muy bien recibido e inclusive ha generado varias reseñas en el país vecino, a pesar de que “no están muy acostumbrados a que desde acá los ‘estudiemos’”, dice el también director de El Colegio de Chihuahua.
Oportunismo del país del norte
–¿Cuáles fueron los hallazgos tras la revisión de los documentos históricos consultados?
–Los archivos del ramo de salud o de sanidad, desde los municipales hasta el de la Secretaría de Salud, abren un territorio fascinante para entender cómo una parte de la Revolución institucionalizada empezó a ver en la mejora genética y en la renovación
moral una forma de hacer triunfar los ideales revolucionarios. Creo que el libro ayuda a documentar con detalle el oportunismo de las políticas migratoria y laboral de Estados Unidos.
“Un descubrimiento personal, que me es doloroso, es que desde que terminó la guerra, en 1848, el Estado mexicano ha estado ausente de esta enorme región. Los poderes de facto no son una novedad por esos rumbos, y los espacios que deja libres el Estado nunca han permanecido vacíos. Mi libro cuenta sólo el principio de una historia que este inicio del siglo XXI está terminando. Eso, más que un hallazgo, es una pesadilla”, enfatiza.
Que las reglas academicistas no le ganaran a las ganas y a la responsabilidad de comunicar
, dice, fue una de sus preocupaciones a la hora de plasmar el resultado de sus investigaciones.
“Tengo que admitir que la verdadera dificultad con la que luché fue conmigo mismo. Siempre he escrito en un estilo académico, poco amigable para lectores diversos y fuera de la clica universitaria, pero a partir de este libro mi interés fue salir del gueto y encontré un punto intermedio entre la precisión académica y un estilo personal, quizás apasionado.”
–Saber contar la historia con amenidad es una virtud. ¿Qué escritores y cineastas lo han influido?
–Me hace feliz esta pregunta. El título de La frontera que vino del norte fue un juego de palabras que viene de la novela de John LeCarré: El espía que vino del frío. El cine que uno ve o la literatura que uno lee no se vuelca directamente en lo que se escribe. No tengo ese talento, pero esas películas y esas novelas forman parte del equipaje con el que uno emprende el viaje al contar una historia. Yo no logro separar la terrible realidad que vive la frontera donde vivo, parte de cuyo horror proviene de hace un siglo, época de la que trata mi libro; de La peste, de Albert Camus, o de la película de Orson Welles Touch of Evil. Veo a Juárez reflejada en Orán, la ciudad argelina, que al verse agobiada por una invasión de ratas que llevan la peste decide pensar que el mal viene de fuera y que bastará con matar las ratas para acabar con la enfermedad.
“De la película de Welles recuerdo esa materialización de la maldad que es el personaje del propio Welles, el capitán Quinlan, quien al conocer al policía mexicano Mike Vargas, actuado por Charlton Heston, le dice que ‘él no parece mexicano’.”
–De ahí su analogía entre la otredad y los aliens…
–El alien es una categoría de muy amplio espectro para denominar lo otro, lo extraño, lo ajeno, ya sea un extraterrestre o un mexicano. El sentido de otredad o de qué tan alienígena se puede ser tiene un fuerte filtro racial y cultural: mientras más lejos estás de aquella familia anglosajona, que en la historia estadunidense se supone fundó a su nación, se pertenece más a la otredad. Una versión refraseada
de esta dicotomía la podemos encontrar en el último libro de Samuel P. Huntington, Who are we? (¿Quiénes somos?), en el que señala que la presencia de lo alien, de los otros
, ha puesto en riesgo los fundamentos de la identidad nacional estadunidense.
“Huntington no es un fanático gritón y escandaloso; fue hasta su muerte uno de los académicos más escuchados en su país. Sin ir más lejos recordemos que es el autor de Choque de civilizaciones, que llamaba a comprender que no hay forma de que Occidente y el mundo islámico se entiendan.”
–La llegada de Obama ¿cambia en algo la relación con Estados Unidos?
–Estados Unidos es una nación-imperio y eso no lo cambia un presidente republicano o demócrata o una mujer en la Casa Blanca. Lo que ese país esté haciendo o vaya a hacer en el futuro no lo podemos controlar, pero lo que el Estado mexicano sí puede hacer es pagar una deuda histórica con la frontera, contraída por su política de abandono.
“La región fronteriza tiene infraestructura deficitaria en materia de salud, de educación, de seguridad. Sin ir más lejos, la crisis de seguridad pública en Juárez, Tijuana o Reynosa es tan aguda porque se cruza con una crisis de seguridad nacional no atendida por la autoridad federal. No hay que dejarse engañar con esa idea del norte rico, próspero y sin las carencias del ‘México profundo’ del sur”.